Después de un prolongado silencio, excesivo diría yo, el Gobierno mexicano ha decidido responder a las provocaciones del candidato Donald Trump. Lo hará con una estrategia integral de comunicación, relaciones públicas, promoción de México y contacto con las comunidades mexicanas en Estados Unidos. Y aunque la nueva estrategia no contempla inmiscuirse en la elección presidencial estadounidense, abogo por que se le dé respuesta inmediata a cada insulto de Trump, no con majaderías, porque no hay en el mundo quien iguale su viperina lengua, pero sí con firmeza.
Cuando Trump anunció su propuesta de prohibir la entrada de musulmanes a EEUU, el primer ministro de Gran Bretaña, David Cameron, la calificó de “divisiva, estúpida y equivocada” y añadió que si Trump fuera a visitar su país, “nos uniríamos todos contra él”. México ya está unido contra él; ahora hay que responderle.
Los encargados de dirigir la nueva estrategia son Carlos Manuel Sada Solana, como nuevo embajador en Washington, y Paulo Carreño, como nuevo subsecretario para América del Norte de la Secretaría de Relaciones Exteriores. Ni Sada ni Carreño son diplomáticos de carrera, pero Sada tiene una enorme experiencia consular en EEUU y Canadá, y Carreño es un reconocido experto en temas de comunicación y relaciones públicas.
Su objetivo es hacer un cabildeo intenso para recordarles a los miembros del Congreso, a los empresarios que tienen tratos con México y a los ciudadanos estadounidenses lo importante que es la relación bilateral y los problemas que ambos países enfrentarían en temas de seguridad, energía, cambio climático e incluso de inmigración si se daña la relación. La embajada, los consulados y las agencias de EEUU que el gobierno mexicano ha contratado deben revertir la narrativa de la frontera como un lugar conflictivo y resaltar su papel como punto de intercambio humano, de comercio, inversión y cooperación en programas de inteligencia.
Respecto a la mala imagen de los migrantes que Trump ha publicitado es imprescindible trabajar con las organizaciones comunitarias para hacer un retrato fidedigno de una comunidad que se ha venido integrando al país que les ha dado acogida de la misma manera que el resto de las comunidades que han llegado a este país de inmigrantes. Habrá que destacar la diversidad de esta diáspora, en la que hay obreros y empresarios, intelectuales y amas de casa, artistas y campesinos, cocineros y científicos, y recalcar que en los últimos años la migración de mexicanos a EEUU ha disminuido a cero.
Dudo mucho que esta información surta efecto en los 7 millones de personas que han votado por Trump en las primarias, ni en los 30 millones que podrían votar por él si llegara a obtener la candidatura del Partido Republicano a la presidencia. Ese sector xenófobo, antiinmigrante, racista, antigay y misógino que sigue resistiéndose a admitir que el país ya superó la década de los 50 no tiene remedio.
La nueva estrategia mexicana dará frutos en el mediano y largo plazo, pero, por lo pronto, México ha dado un paso que debió haber dado hace mucho tiempo. Lo inmediato es apoyar a organizaciones comunitarias, como Voto Latino, el Concilio Nacional de la Raza, Lulac y Maldef, en sus campañas para ciudadanizar, empadronar y motivar a los votantes latinos a ir a las urnas en noviembre de este año a defenderse de los ataques en su contra.
Quiero y creo que la candidata del Partido Demócrata Hillary Clinton ganará los comicios en noviembre, pero no me disgustaría que de la Convención Republicana salieran dos candidatos: Trump como independiente y cualquier otro como republicano. Eso favorecería mucho la relación entre México y Estados Unidos.