La aplicación más usada del celular sin duda es el Whatsapp, un servicio de chat gratuito que habilita a recibir y enviar mensajes a una o más personas de manera rápida y breve.
En su uso coinciden chicos de 17 y personas mayores de 70. En los últimos tiempos ha crecido la utilización de la opción de conversaciones en grupos. Así una misma persona puede tener a varios compañeros de trabajo en un grupo, a sus amigos en otro, a las mamás de la escuela de la nena en otro, a las compañeras del gimnasio, y así.
Cada vez que ingresa un mensaje, el celular avisa con un sonido. Por eso los jóvenes, y no tanto, suelen tener “silenciados” los grupos, porque tienen muchos y entonces la demanda se torna a veces insoportable. Al estar silenciados uno los lee sólo cuando lo desea.
Dolores tiene 34 años, es de Paraguay pero vive en Ricardone. Usa mucho el Whatsapp para comunicarse con su familia que está lejos. “Es difícil vivir sin Whatsapp. Muchas veces los mensajes te los mandan con una urgencia de respuesta impresionante que si no les contestás al toque puede ocurrir una catástrofe”, confiesa esta mujer, que ya no se imagina una vida sin internet. “Ese tipo de comunicación te hace estar muy urgida siempre y todo parece que tiene que ser ya”, reconoce. Pero para ella es sumamente positivo porque la mantiene en contacto con sus afectos. “Es como si viviera ahí con ellos. Sé todo lo que pasa en tiempo real”, subraya.
Amalia tiene 22 años y confiesa que usa todo el día el Whatsapp. Tiene 25 grupos, aunque no todos están activos. “Están todos silenciados”, aclara. “Lo uso para todo, para la facultad por ejemplo, porque me informo de horarios de clases, organizamos los trabajos en grupos, arreglamos horarios con los compañeros”, cuenta.
Amalia cuenta que en su casa implementaron un sistema para “cortar” con el celular. Pusieron una cajita en la cocina para que dejen allí sus aparatos una vez que llegan al hogar. En la caja se lee: “¿Te animás a dejar tu celular un rato. Para hablar más, para divertirnos, para preocuparte por los que están en casa, para leer...”. Así cada uno que quiera va depositando su dispositivo por el tiempo que quiere.
“Whatsapp es excelente para mandar fotos y videos a gente que ves porque no te da el tiempo físico. Es otra manera de compartir. Además es gratis. Pero lo negativo es que nos hicimos casi todos dependientes del celular y lo sentimos casi parte de nuestro cuerpo. Nos cuesta estar sin él, sentimos que nos falta algo si no lo tenemos”, reflexiona. “Creo que estos modos pueden debilitar las relaciones humanas y la reflexión”, apuntó quien no duda en reconocerse dependiente de su teléfono móvil.
“A veces desearía que no existiera todo esto, porque nos perdemos muchísimas cosas. A mí me pone triste cuando me junto con gente y el celular está siempre presente. A veces estás hablando en un grupo, personalmente, y muchas contestan pero nadie saca la vista del teléfono”.
María José, de 21, reacciona rápidamente ante la pregunta por cuál es la aplicación que más usa de su celular. “Whatsapp, lejos”, dice. Lo usa todo el día, “es muy práctico, es gratuito y todo el mundo lo tiene”. Ella considera que también tiene su costado negativo: “Pasamos mucho tiempo con eso sin darnos cuenta y seguramente ocupamos un gran porcentaje del día en el celular”. María José tiene 24 grupos, pero todos silenciados.
Camila tiene 20 años. El Whatsapp es casi la única aplicación que usa de su teléfono. Puede pasar media hora “hablando” con alguien por Whatsapp. Eso sí, no viviría sin celular y no lo apaga de noche, pero lo silencia. Cuando se despierta es lo primero que mira: el Whatsapp, y las demás redes sociales.
En su casa existe una sola regla, que es no usar el celular mientras comen. “No siempre se cumple”, acota.
Pilar tiene 40 años y trabaja desde las redes sociales. Lo que más usa del celular es Whatsapp, luego Twitter, los mensajes de texto y si hace falta el teléfono. “Si en un grupo empiezan a hablar pavadas lo silencio porque si no se vuelve insoportable”, cuenta. Y cuenta que trata que en los grupos no se armen discusiones. Además, destacó que el Whatsapp se presta para que se lea lo que se quiere leer. “La rapidez con la que miramos los mensajes hace que a veces malinterpretemos lo que nos están diciendo. La mayoría de las veces tampoco escribimos bien. No usamos las comas, los signos de interrogación o exclamación y menos los acentos. Yo pienso siempre: no dejes para un Whatsapp lo que puedas hablar personalmente”.╠
En cuanto a los grupos de madres, observa que a veces uno se vuelve “grupodependiente” y le saca responsabilidades que son propias de los chicos. Por ejemplo cuando vemos que no trajo la tarea y pensamos “no importa, lo pregunto en el grupo”, sin pensar que eso es una interrupción para el resto de las mamás.