El disparo resonó el lunes a la noche en un sector del barrio Tío Rolo, en la zona sudoeste de
la ciudad, y fue el trágico final de un robo. Arturo Beltrán Correa, un carnicero de 31 años y
padre de una niña de 9, se derrumbó malherido sobre la calle cuando intentaba escapar de un atraco.
Segundos antes circulaba como acompañante de un amigo a bordo de una moto y fueron emboscados por
tres delincuentes. Cuando ya habían entregado la llave del rodado y trataban de huir a los gritos
en busca de ayuda, un tiro lo alcanzó en la nuca y lo mató.
Beltrán Correa estaba casado con Marina Peralta y eran padres de
Ludmila, de 9 años. Arturo se ganaba la vida detrás del mostrador de una carnicería de la cadena
del frigorífico Swift pero en los últimos días estaba de licencia a raíz de las lesiones que le
provocó un accidente de tránsito que protagonizó cuando conducía su moto y chocó con un un taxi.
Todo se desencadenó cerca de las 22.30 del lunes cuando Arturo iba en
una moto Yamaha IBR roja y negra acompañando a su amigo Matías Adrián Meoni, de 26 años, quien
manejaba el vehículo. Cuando llegaron a la calle 2126 al 3800 (a la altura de bulevar Avellaneda al
6200) tres jóvenes salieron corriendo desde un pasillo y les cruzaron el paso. “Los tipos le
quisieron robar la moto al compañero y él (por Arturo) intentó defenderlo. Matías le entregó la
llave a los ladrones, mi hijo se bajó y salió corriendo a los gritos. En ese momento le pegaron un
tiro por la espalda”, explicó Ignacio Correa, el padre del hombre asesinado. Esa misma
versión fue la que brindó Meoni a los policías de la comisaría 33ª que tiene jurisdicción en la
zona donde ocurrió el crimen.
Tras ser alcanzado por el disparo Arturo se desplomó al suelo y murió en
el acto. Un balazo calibre 32 le había perforado la nuca y salido por la frente. El agresor y sus
dos cómplices se treparon a la Yamaha 125 cc. de Meoni y desaparecieron con la velocidad de un rayo
en la oscuridad de la noche. Desesperado, el dueño de la moto logró llamar desde el mimso lugar a
la policía y también requirió una ambulancia al Sies, pero cuando los médicos arribaron la vida de
Arturo ya se había apagado.
Ignacio no pudo precisar ayer hacia dónde se dirigía su hijo cuando fue
atacado. Obnubilado por el dolor aceptó cruzar algunas palabras con La Capital en la puerta
de la sala velatoria del cementerio Parque, de Villa Gobernador Gálvez, donde despedían los restos
de Arturo. Junto a él estaba otro de sus hijos (eran ocho en total, dos mujeres y seis varones),
que murmuraba que a su hermano “lo habían matado feo”. Alrededor de la familia, un
sinnúmero de allegados y amigos se cruzaban las miradas y observaban fijo el piso buscando entre
todos el consuelo y la respuesta que les permitiera comprender la absurda muerte del carnicero.
Arturo vivía con su esposa, su hija y su suegra en una casa de bulevar
Seguí y Centeno, en el barrio Alvear, aunque era oriundo de Villa Gobernador Gálvez, donde aún
residen sus padres y varios de sus hermanos.
Tras el crimen, efectivos de la sección Homicidios y de la comisaría 33ª
arribaron a la escena del crimen. Tras las pericias de rigor, los pesquisas solamente encontraron
al lado del cuerpo sin vida del hombre el casquillo de una bala calibre 32. “Presumimos que
lo mataron con un proyectil de ese calibre porque todavía el arma no apareció”, explicó un
investigador de Jefatura. Tampoco los pesquisas tenían pistas que conduzcan a a los autores del
violento episodio.