A las 10 de la mañana los integrantes de una cuadrilla de la EPE vieron salir corriendo a un joven espigado, de buen porte físico y con una remera roja, de una casa situada en Montevideo entre Callao y Ovidio Lagos, justo enfrente donde los operarios reparaban el tendido eléctrico subterráneo. Lo iba siguiendo como desesperado otro muchacho que le perdió el paso momentáneamente hasta avistarlo en la esquina de Montevideo y Rodríguez. El joven de rojo se había refugiado entre los escombros de un volquete de materiales de la construcción y tapado con dos placas de madera. Quien lo perseguía se quedó en el lugar unos diez minutos esperando la llegada de la policía.
"Lo desfiguraste, hijo de puta, te teníamos confianza", exclamaba devastado el perseguidor, ante una decena de vecinos que se habían congregado alrededor del volquete. Cuando una dotación de la Patrulla Motorizada llegó al lugar sacó de su inútil escondite al muchacho de remera roja. "Se los ruego, no me lleven, hoy es mi cumpleaños, déjenme ir por favor", exclamaba fuera de sí, bañado en lágrimas, cuando los policías le colocaban las esposas.
Una ambulancia se llevó a Pablo Daniel Colmegna, de 33 años, al Hospital Clemente Alvarez. Estaba con el rostro destrozado a golpes de puño, con cortes notorios en un párpado, en un pómulo, en el labio inferior y en el cuero cabelludo. Tenía hematomas marcados en la cadera y en la oreja derecha. Este último golpe le habría ocasionado la muerte una hora después de su ingreso en el hospital.
El muchacho apresado fue identificado como Juan Alberto A. Es de nacionalidad paraguaya, tiene 26 años y estaba viviendo en una pensión en Entre Ríos y Urquiza. Dijo trabajar como albañil en una obra. Al momento de la detención parecía estar ebrio por lo que se requirió un examen de alcoholuria. Sus ropas tenían salpicaduras de sangre.
Con un perro. Pablo vivía en una casa amplia de dos plantas en Montevideo 2744 junto a sus dos hermanas. Los vecinos congregados en la calle y en estado de incredulidad por lo ocurrido decían ayer que los conocen de toda la vida. Sus padres vivieron allí hasta que se mudaron dejando en el lugar a los hijos. Pablo había ocupado la planta baja y sus hermanas habitan el piso de arriba.
Adolfo V. L., de 28 años, salió a la vereda porque su mujer y hermana de Pablo, que se llama Verónica, le dijo que había un escándalo en la planta baja.
Al bajar advirtió al muchacho de la remera roja con el perro de Pablo bajo el brazo y una botella de fernet en la otra. Adolfo contó que al verlo este joven se deshizo de lo que llevaba y echó a correr por lo que él lo siguió aunque lo perdió de vista.
Adolfo se reunió con su novia que, en un ataque de nervios, le contó el estado que presentaba su hermano.
Desde la obra. Ella llamó al 911 y él se lanzó de nuevo a la búsqueda. Al llegar a la esquina de Rodríguez y Montevideo desde lo alto de un edificio en construcción le hicieron señas para que mirara dentro del volquete colocado en la esquina. Al asomarse encontró a quien buscaba. "Hijo de puta, te teníamos confianza", le escucharon gritar una y otra vez.
Pablo trabajaba en La Casa de Cristal, un bar con amenización musical ubicado en Pellegrini al 1100, que es frecuentado por el ambiente gay rosarino. En ese local lo describieron como una persona magnífica. "Un chico bueno, tranquilo, muy amable, muy trabajador, que jamás tuvo problema con ninguno". Allí se desempeñaba en tareas que alternaban entre el cuidado en la puerta y el corte de entradas.
El encuentro. Tras cumplir su tarea regular Pablo se retiró del bar ayer a la madrugada. Según personas que lo conocían fue a un cantobar donde había quedado en encontrarse con quien ahora está preso como su asesino. Desde allí ambos partieron para la casa donde se desataría la tragedia.
La abertura de la vivienda es de hierro macizo y no estaba forzada —algo que se verificó cuando se ignoraba que Pablo y Juan Alberto se conocían— pero todo lucía revuelto y en gran desorden.
La hermana y el cuñado de Pablo prestaron declaración ayer en la comisaría 6ª. Se los considera testigos fundamentales en el caso dado que fueron quienes vieron al presunto agresor saliendo de la casa.
El fiscal Enrique Paz requirió un examen médico minucioso del imputado porque en los nudillos, al ser detenido, tenía rastros de sangre según la información policial.
"Es un caso que parece cerrado porque la prueba sobre la persona detenida aparece como muy concluyente. No se trata de un robo seguido de homicidio. Surge evidencia de que los dos implicados en el hecho investigado se conocían y que el dueño de casa le abrió la puerta a su agresor que estaba allí de manera consentida", indicaron ayer a este diario fuentes judiciales.