Una masiva concentración de rosarinos confluyó anoche en el Monumento a la Bandera y alrededores para mostrar su fastidio con el gobierno nacional y con la presidenta Cristina Fernández de Kirchner como centro de todas las críticas por parte de la multitud. Un salpicón de consignas, estampadas en banderas y carteles precarios, hizo foco en reclamos por la inflación, la inseguridad y en contra de la reforma constitucional, entre otras tantas diatribas antikirchneristas, con el ruido de las cacerolas como música ambiental unánime.
La protesta de ayer en Rosario, organizada desde las redes sociales (Facebook y Twitter), y ampliamente promocionada como 8N, triplicó en presencia a la del 13 de septiembre y con una composición social similar a aquella, que incluyó a todas las franjas de la clase media.
El 8N mostró todo su poder de convocatoria principalmente en Capital Federal (ver página 4), pero se replicó de manera intensa en el resto del país y Rosario no fue una excepción. La ciudad le sumó a la protesta un público numeroso, con familias enteras, munidas con su banderita argentina, con absoluta ausencia de símbolos partidarios.
Esa fue la idea primaria que los propaladores del cacerolazo le quisieron imprimir a la protesta: la celeste y blanca como blasón de unidad, el Himno Nacional cantado varias veces a rabiar, al igual que el hit de los contrariados con el gobierno: "Se va a acabar, se va a acabar, la dictadura de los K".
Fue imposible encontrar alguna concesión para con el gobierno. En ese universo social no hay ninguna medida oficial que les mueva una aprobación a sus políticas. El rechazo a Cristina (o "Kretina" para el caso) es visceral, y así lo graficaron los carteles y las consignas a grito pelado.
"Kretina, ponele un cepo a tu cartera", "Del 900 por ciento de tu patrimonio, el 54 por ciento es tuyo; el resto es nuestro", "Señora Kretina devuelva la democracia. No a la re-re", fueron algunos de las anatemas impresos en letras más grandes que las de molde.
Con la excepción de la bronca hacia el Indec, no hubo sin embargo demandas de índole económica. Todas se centraron en reclamos institucionalistas: no a la reforma constitucional, Justicia independiente y a favor de la prensa libre e independiente.
La catarsis colectiva también incluyó fotografías de víctimas de la inseguridad y leyendas de jubilados "estafados" por la Ansés. Cada mensaje llevaba un toque casi personal en esa unidad desorganizada de ciudadanos indignados por las más variadas razones y motivos.
"Señora, saque ese cartel que es político, y acá no vinimos a hacer política", la apuró una mujer a otra que sostenía una pancarta con un mensaje de la actualidad santafesina, que rezaba: "Rossi, Bonfatti, Binner y Cristina. Narcomafia". La manifestante se mantuvo en posición y no bajó su bandera. Ese fue el único incidente registrado en una marejada de "opositores" contagiados por el espíritu gregario de la manifestación.
"Vivo en Rosario, pero soy de Chubut. Conozco lo que hicieron los Kirchner en el sur y en Santa Cruz, donde se quedaron con todo. No quiero que hagan en el país lo que hicieron en su provincia", dijo Carlos Bocca, de 34 años, mientras se preparaba a cantar el Himno.
Otro Carlos, de 62 años, declaró a LaCapital: "Estoy acá porque nací libre y quiero morir libre en un país libre".
En el otro extremo del patio cívico, Yanina, palo en mano, le daba con alma y vida a una ollita oxidada. "No la voté y siento que no me respeta. Es la presidenta más rica de la historia argentina", se quejaba esta estudiante de 21 años. A su lado, un muchacho pelado y hercúleo, se paseaba con un cartel en el pecho, en el que comparaba a Cristina con Chávez, tratando de captar la luz de la cámara de la televisión.
La protesta, bullanguera y variopinta, se armó y desarrolló con total tranquilidad, y lo mismo ocurrió en la desconcentración. De los numerosos carteles con consignas, faltó sólo uno: "Se busca oposición".