Rubén Giustiniani y Alicia Ciciliani fueron proclamados ayer, cerca del
mediodía, como los candidatos a senador y diputada por el socialismo para integrar el Frente
Progresista con miras a las elecciones nacionales de junio. La ratificación fue hecha por
unanimidad durante el Congreso de ese partido, que se llevó a efecto en la sala del gremio de Luz y
Fuerza.
En rigor de verdad, son dos buenas propuestas que pone a consideración el
socialismo a la sociedad santafesina. No puede negarse, y en consonancia con lo dicho en estas
columnas hace ya varios años, la coherencia política, inteligencia y honestidad de Giustiniani. En
cuanto a Ciciliani, bien puede decirse que la actual viceministra de Trabajo de la provincia tuvo
la virtud no sólo de establecer pautas y acciones acordes con las necesidades que los críticos
tiempos demandan, sino que supo terminar con una barrera muchas veces infranqueable por no pocos
funcionarios y se acercó a todos los sectores, especialmente a la oposición gremial peronista.
Ciciliani habla con todos, tiene buenos y aceitados contactos en el sindicalismo peronista, se
muestra especialmente defensora de los derechos de los trabajadores y su nominación, como la de
Giustiniani (casualmente) se hizo en una sala de un gremio de estirpe peronista y debajo de un gran
cartel que dice: "Por los derechos de los trabajadores". Y terminado este prólogo, que la reflexión
se aboque precisamente a esos trabajadores muchos de los cuales siguen despojados de derechos y son
los siempre humillados.
¿Pero es que acaso desde aquellos tiempos de sometimiento han habido cambios
sustanciales en la vida de los trabajadores? Lo cierto es que la realidad de siempre, y en especial
de estos días, no permite vislumbrar un costado feliz de la cuestión social y, puntualmente, de la
cuestión laboral. Que lo digan sino las esposas, los hijos y los padres de los trabajadores de
Mahle. Que den testimonios las noches y las madrugadas en las que muchos hombres y mujeres de esta
Patria dan vueltas sin dormir, en razón del oscuro destino que les toca a ellos y a sus seres
amados ¿Y todo por qué? Por ser trabajadores.
Trabajador, el que trabaja, el que se ocupa de cualquier actividad física o
intelectual, esa es la definición teórica, a la que correspondería añadir: aquel que edifica su
vida y la de los suyos, consolida su dignidad por vía de esa ocupación y la satisfacción de sus
derechos. Pero a esa definición teórica o ideal, corresponde la otra, la real, la de nuestros días
y de otros días: El que es desocupado o, si es ocupado, no es más que un simple y descartable modo
de servir al capital, o bien una herramienta útil a los fines e intereses de cierta dirigencia que
incluso los representa y a veces los defiende, pero con escasas convicciones y débiles fuerzas.
Conste que se ha dicho cierta dirigencia y no toda la dirigencia, porque bien es cierto que ciertos
grupos políticos, gerentes o lacayos de grandes factores de poder, han tratado por todos los medios
de desprestigiar a toda la dirigencia gremial con el puro y certero propósito de terminar con los
representantes para postrar definitivamente a los representados.
Nuestra Nación, no hace mucho tiempo y en el marco de esta nueva etapa
democrática, conoció la intentona de ciertos demócratas para terminar con la "burocracia sindical".
Con un pormenorizado plan y una estrategia comunicacional afinada, persuadieron a muchos de lo
beneficioso que resultaría terminar con aquello que dieron en llamar un virus maligno: la
dirigencia sindical argentina y, en especial, aquella de raigambre peronista. Los bien informados
sabían muy bien que detrás del propósito había complacencia, al menos, de ciertos intereses
europeos. Pero no fueron los únicos, porque luego estuvieron aquellos que se alinearon en el
llamado Consenso de Washington y, más tarde, (y con el mismo ministro de Economía Domingo Cavallo),
quienes a pedido del Fondo Monetario Internacional, impulsaron la ley de reforma laboral (coimas de
por medio para ser sancionada) con la que se exprimía, aún más, los derechos de los
trabajadores.
¡Qué paradoja la de esta Patria herida! Muchos de aquellos que se sumaron a la
propuesta de privatizar pésimamente (peronismo menemista); aquellos que formaban parte del staff
que huyó en helicóptero (aliancistas), son los mismos que hoy disienten con el modelo K y proponen
una Argentina feliz, pero eso sí, sin propuestas.
No se trata, desde luego, con estas últimas palabras estampadas en esta
reflexión, defender a un modelo que no ha podido, no ha sabido o no ha querido distribuir la
riqueza justamente. Un modelo que cometió errores basados, fundamentalmente, en el disimulo de la
realidad y el absolutismo. ¿Pero del otro lado qué?
Hubo y hay hoy mala suerte y hasta malas intenciones. Mala suerte porque a la
crisis vernácula se le sumó la crisis financiera mundial. Y malas intenciones porque queda claro,
para el más o menos avispado, que hay factores de poder privados y políticos que, como se ha
expresado en otras oportunidades, quisieran ver renunciantes o huyendo al matrimonio K. Para eso
han trabajado y siguen trabajando y a ese perverso proyecto (que flaco favor le hará a la
Argentina) adhieren con disimulo y frío cálculo algunos, incluso peronistas. ¿Que se explique,
sino, porque quienes han tomado distancia del gobierno no han presentado un plan contundente y
claro a los efectos de paliar la crisis? La verdad sea dicha, no se advierten muchos dirigentes
argentinos, incluyendo a peronistas, que hayan acercado a la Casa Rosada algún plan de acción.
Algunos parecen estar más empeñados en la tarea de ver como ganan ellos, pero muy lejos de
reflexionar sobre la necesidad de que gane la sociedad en su conjunto.
Para redondear la idea: si el kirchnerismo hace agua, cierta oposición propone
un gomón pinchado. O como lo dijo un profesor de la universidad de la calle, hace pocas horas:
"Estamos entre guatemala y guatepeor".
En fin, que en materia laboral desde aquella época en donde se dieron los
primeros pasos para impedir la estabilidad de los empleados bancarios, por ejemplo (primeros años
de esta democracia), todo ha seguido un plan premeditado y aceptado por diferentes colores
políticos y hasta por algunos dirigentes gremiales: bajar el costo laboral a pedido de los
capitales concentrados, con el mentiroso y perverso discurso de que a más flexibilidad más
inversiones y más trabajo para todos. Hoy, se muestra la realidad: hay desocupados, hay
trabajadores mal pagos, hay sometidos a factura (en negro disimulados) hay suspendidos, despedidos
y de inversiones y más fuentes de trabajo, a pesar de tanta flexibilidad laboral, nada. Sólo queda
claro una cosa: que el trabajador no es un ser humano para el sistema, sino una herramienta que,
según los casos y circunstancias, puede ser arrojado al cajón de los muertos.
Y en este punto, no se puede menos que consentir (a pesar de las diferencias que
quien escribe mantiene con Marx) con la teoría de que no se alcanzó la verdad. La humanidad es
irracional porque existe el proletariado. Un proletariado desposeído, como decía Engels, que no
tiene no ya la propiedad privada y los bienes espirituales e intelectuales, sino aquello
fundamental para su condición de ser y humano: el trabajo. Y tal alarmante es la situación que
mientras un animal, por el orden natural, puede trabajar libremente para subsistir, muchos seres
humanos no pueden terminar de formarse íntegramente como tales en razón de la mezquindad de otros
hombres, si es que se les puede llamar así.