Andrés Beltramo Vázquez cubre las noticias de la curia para una agencia de noticias mexicana y para radio La Red. Además, escribe en el sitio más leído de noticias romanas: el Vatican Insider del diario La Stampa de Turín. Fue el único periodista de habla hispana que presenció la renuncia de Benedicto XVI. Esta semana visitó Rosario para presentar su último libro: "¡Quiero lío! Francisco: un año de papado. Secretos del mito" y contó cómo es el impacto que el pontífice argentino genera en Europa y cuál es el secreto de la fascinación que ejerce en los líderes mundiales y en el pueblo. No deja de lado la corriente crítica que circula contra el pontífice argentino. Las intrigas del poder y la decisión firme de Francisco de remover las estructuras anquilosadas.
—¿Alguien hablaba de Bergoglio en Roma antes de la elección?
—No, nadie se hubiera imaginado que él sería el nuevo Papa. Aunque tuvo muchos votos en el cónclave de 2005, nadie creía que lo volverían a elegir porque los cardenales decían que esperaban a un Papa más joven. En mi caso, escribí como papable a Bergoglio, pero más que positivamente manifesté los inconvenientes que tenía para asumir, tanto por su edad como porque en 2005 había dicho que no quería ser Papa. No era de los "favoritos", lo cual demuestra cuánto podemos estar equivocados los que estábamos fuera. Igual creo que para los cardenales también fue una sorpresa ver que contaba con consensos y, cuando vieron que lograba votos, empezaron a cambiar de opinión.
—Bergoglio no tuvo muchos votos desde el principio, pero en la tercera votación ya se perfiló como el elegido. Hubo otros más votados al principio, como el cardenal italiano Angelo Scola.
—¿Qué "encantó" de Bergoglio?
—Hay que tener en cuenta que había una gran voluntad de cambio producto de todos los escándalos. Había sido un año muy turbulento. Los cardenales no querían a nadie involucrado en las internas, querían alguien de afuera de la curia. Bergoglio tenía fama de un hombre de gran oración, sensible, honesto y congruente, más allá de que tuvo polémicas y críticas desde Argentina cuando fue arzobispo de Buenos Aires. Algunos lo consideraban posible y eso fue creando un consenso a su alrededor.
—¿Se esperaba que Bergoglio fuera Francisco?
—Nadie se lo imaginó. Varios dijeron que esperaban un cambio, pero no tanto. Igual la elección de un Papa trata de responder a las necesidades del momento y el Papa es el Papa en el sentido de que él es el que decide, tiene un proyecto y va adelante. En este caso es un proyecto inclusivo porque consulta y le gusta escuchar la opinión de otros, pero decide él. Quiere llevar a la Iglesia a lugares donde ha perdido presencia.
—¿Qué reacciones generó Francisco a un año de su elección?
—El Papa se ha consolidado como un líder internacional respetado y no creo que esto vaya a cambiar porque se nota el gran consenso en el mundo respecto de él.
—¿Qué fue lo que generó ese consenso?
—La necesidad de un cambio reforzado por las acciones de Francisco. Desde la primera vez que se asomó al balcón de San Pedro, sin que hubiera hablado, la gente ya estaba sorprendida; había una idea de cambio y no sólo en Argentina sino en el mundo entero. Los cardenales dándole el voto a Bergoglio también dieron un mensaje de cambio y luego el Papa lo reforzó con sus actos; esto es un cóctel muy fuerte. El sigue teniendo gestos que para los que conocían a Bergoglio no son nuevos, pero sí para el mundo. El sigue siendo el mismo que en Buenos Aires. Pero esos gestos lo han hecho popular y hasta los hombres del poder se dan cuenta de que sorprende y provoca fascinación. Tiene una autoridad moral muy grande.
—¿Aún así también genera reacciones negativas?
— Sí, las tiene dentro y fuera de la Iglesia. Las tuvo ya en Buenos Aires en relación con la dictadura y hay una corriente en Italia que manifiesta públicamente que no está de acuerdo con él porque quiere que el Papa siga siendo una figura lejana y sagrada. Además, hay grupos que manifiestan cierto fastidio. Se habla del "síndrome del hermano mayor", que es el que se indigna porque el padre recibe al hermano pecador. Ese fenómeno manifiesta un desconocimiento del mensaje del Papa, que en realidad muestra una gran continuidad con Juan Pablo II y Benedicto XVI. Hay quienes piensan que la misericordia es algo bueno pero no quieren sentarse en la misma mesa que el pobre. Juan Pablo II dijo "ahí están los pobres", Benedicto continuó con "acerquémoslos" y Francisco los sentó en tu mesa y los hizo comer de tu plato. Eso a todos no les gusta y buscan criticarlo.
—¿Es un Papa que va a cambiar las cosas?
— Creo que es un Papa ortodoxo, no busca convertirse en un hereje. Es un Papa pastor y está muy sensibilizado con la realidad concreta del pecado. Quiere curar las heridas. Más que cambiar la doctrina, él quiere que se abran los ojos desde la doctrina. Critica mucho todo lo que signifique poner a las reglas por encima de las personas. ¿Qué sentido tiene hacer un ayuno si mañana me como tres kilos de pizzas y no lo comparto con un pobre? Francisco da mucha importancia a la coherencia y eso interpela a quienes en la Iglesia no viven ese mensaje. Está encarando una autorreforma profunda, busca volver al mensaje original y ésta es una tensión constante que vive el cristiano. El Papa tiene la capacidad de resumir en pocas palabras su mensaje y dice: "No quiero que hagas grandes cosas, sino que cuando des una moneda al pobre lo mires a los ojos". Eso interpela. No hace un tratado de teología, sino que aplica el modelo a una realidad concreta. Es la revolución de la coherencia. En este sentido, creo que es un cambio sustancial porque además de decirlo, él lo vive. Uno lo entiende y lo ve hacerlo. Ese es el verdadero mensaje. Esto desarma toda estructura trepadora y cómoda.
— Hubo un caso en San Lorenzo en el que el Papa llamó a una mujer divorciada para que aparentemente volviera a comulgar.
—Sí, estoy al tanto pero no se sabe exactamente qué dijo el Papa porque no hay grabaciones del llamado. Además, hay que saber que el Papa no cambia las cosas con una llamada por teléfono. Aparte hay una agenda mediática que quiere aprovechar al Papa para destacar cuestiones doctrinales y darles el criterio de ruptura. El Papa quiere que haya un debate sobre el tema, pero dentro de la Iglesia. Por eso convocó a dos sínodos para buscar caminos nuevos. El no se quiere cerrar ante los problemas que existen y eso tiene que ver con la actitud dentro de la Iglesia y no con la doctrina. En el caso concreto de los divorciados vueltos a casar actúa como consecuencia de este mensaje: si Cristo iba con las prostitutas, la Iglesia también debería llegar a las personas en situaciones irregulares. Para eso hay que sacar las estructuras que impiden acercarse a ellas y una vez allí saber qué decirles. No es que todo da lo mismo, pero el Papa busca consolar. Francisco no ha cambiado la doctrina, pero está haciendo otro cambio muy fuerte que es cultural y tiene que ver con costumbres arraigadas. El Papa habla a los que están en la Iglesia, cuenta con ellos y plantea un desafío grande para todos.
—¿Cuál es la situación del obispo de Rosario?
—En Roma vemos muchas visitas apostólicas. Es algo normal que El Vaticano mande a un enviado para observar qué es lo que está pasando en una diócesis. En el caso de Rosario no sabemos qué problemas hay y El Vaticano es muy hermético para hablar de este tema.
—¿Lo van a dejar cambiar las cosas a Francisco?
—En cualquier institución si alguien viene de fuera y quiere cambiar las cosas va a tener resistencias, pero creo que el Papa es lo suficientemente inteligente, firme y consciente como para dar los pasos necesarios para establecer los cambios y que El Vaticano no vuelva a tener los problemas que tuvo y al mismo tiempo se pueda iluminar a la Iglesia con un espíritu de renovación. Francisco avanza, de hecho ya creó la comisión de economía, otra contra la pederastia y va a seguir en ese camino.
—¿Es verdad que cada vez hay más gente en las audiencias?
—Eso es así. Francisco sabe lo que la gente necesita y la gente responde. Entonces los medios van detrás. Marca la agenda y sin querer genera atracción entre las personas más diversas.