Los medios no titubean, por su espectacularidad hollywoodense los llaman de inmediato "Robo del
Siglo". Y seamos sinceros, quienes escuchamos y leemos las crónicas policiales de estos casos, en
algún momento pensamos "qué capo este tipo".
¿No les pasó con el ex tesorero de la sucursal Santa Fe del Banco Nación, Mario
Fendrich? Sí, el hombre más gris que una franela cumplió una pena de varios años, pero se alzó con
3.187.000 millones de pesos que nadie sabe dónde fueron a parar. ¿Y con el caso del cambista
francés que se conoció esta semana no sintieron algo parecido? Jérôme Kerviel, de sólo 31 años, se
esfumó de la tierra gala tras ganarse el mote de "trader loco". Se lo acusa de hacer desaparecer 5
mil millones de euros del banco Société Genérale, el segundo más grande de Francia.
De todos modos, a mí el caso que más me fascinó fue el del Banco Río de Acassuso
en Capital Federal. El 13 de enero se cumplieron dos años de ese ingenioso atraco. ¡Cómo no
recordarlo!: San Isidro, pleno Perú y Libertador, cinco ladrones entran al banco toman a 23
personas de rehenes. Los ladrones piden pizzas (como Al Pacino en "Tarde de perros"). Y hasta se
hacen tiempo para cantarle el cumpleaños feliz a una rehén a la que sus amigos no dejaban de llamar
al celular para saludarla en su día. Había 200 policías rodeando el banco, pero los tipos se
escaparon con 8 millones de dólares por un boquete, un túnel y un desagüe pluvial. Navegaron en
gomón y salieron a 14 cuadras del banco, por una alcantarilla. Como si todo esto fuera poco épico
dejaron una nota sobre tres pistolas de juguete: "En barrio de ricachones, sin armas ni rencores,
es sólo plata y no amores". Me encantó. En el ámbito policial se comentó que la idea era similar a
la que había escrito en una pared Albert Spaggiari, artífice de "El gran robo de Niza" perpetrado
en 1976 con su banda "Las ratas de la alcantarilla". Un terrorista de ultraderecha (en el que
Frederick Forsyth basó "El chacal") quien antes de alzarse con un botín de unos 24 millones de
euros había estampado: "Sin armas. Sin odio. Sin violencia".
Ambos escritos me remitieron a la película austro-alemana "Edukadores", donde
tres jóvenes antiglobalización se introducen de noche en casas de ricos pero no roban nada; como
crítica a la desigualdad social sólo desordenan los bienes y advierten con cartelitos. "Sus días de
abundancia están contados".
Volvamos a los robos. Celebré todos estos casos que enumero. Sí, tal vez dando
muestras de una moral endeble y una ética repudiable, cada vez me puse del lado del que se metió
con lo ajeno. Envidié su astucia e ironía.
Y me pregunto si algo así pasó con muchos rosarinos esta semana, quienes tras
enterarse de los robos a dos farmacias de Daniel Peressotti no hicieron más que ponerse del lado de
los ladrones. Cientos escribieron a la web de La Capital, otros tantos dejaron mensajes en las
emisoras de radio y muchos más comentaron en la calle ambos atracos. Unánimes, contundentes; las
opiniones nunca estuvieron a favor del robado. Es cierto, todos somos inocentes hasta que se
demuestre lo contrario. También es cierto que el pueblo se equivoca muchísimas veces, sobre todo al
juzgar con premura. Pero, ¿de qué se trata entonces esta homogénea primera impresión colectiva?;
¿esta sospecha masiva? Fabricio Simeoni, el filósofo vernáculo más mediático del momento, le puso
paños fríos a mi duda con términos psicoanalíticos. "No son problemas con la ética, son reacciones
instintivas, uno toma de sí el gran ello y omite el superyó", en parte me calmó. Pero su respuesta
me abrió aún más preguntas. Sobre las dudas y certezas del sentido común, la calma que requieren la
razón y la Justicia, lo que no se dice por mandato de la cultura. Y, finalmente, me hizo pensar si
mi atracción por los Robos del Siglo será parte de una seria patología.