Es muy lindo estar en familia, pero muchos jugadores que no viajaron a Sudáfrica hubieran dejado
todo por volar con Diego. Es más, también hubieran ido hasta con sus tías y suegras.
Los que se quedan no la pasan bien. Desgarradas y justificadas broncas habrán afectado a los
que no entraron entre los 23 convocados.
A veces no se protagoniza un Mundial por lesiones: como le pasó al germano Ballack y al
inglés Beckham. Otros, como el sueco Ibrahimovic y el ucraniano Shevchenko, por ser de países que
no clasificaron.
En el Milan, el liberiano George Weah fue Balón de Oro europeo (1995) y Mejor Futbolista del
Mundo (1996), pero su nación nunca llegó a un torneo. En el Manchester United brillaron el galés
Ryan Giggs y el irlandés George Best, pero no cambiaron de patria y tampoco jugaron en el gran
torneo. Lo mismo le pasó al finés Jari Litmanen, del Ajax.
La leyenda de todos los tiempos: Alfredo Di Stéfano vistió casacas de Argentina, España y
Colombia. Pero, las malas campañas de esos combinados y lesiones, lo dejaron sin fiestas
mundialistas.
Otros talentosos fueron colgados por técnicos, como hizo Dunga con Ronaldinho, Adriano y
Ronaldo.
Para el Mundial de Argentina 78, habían sido convocados, y después desafectados, Víctor
Bottaniz, Humberto Bravo y un pibe de 17 años nacido en Fiorito, quien resopló: “Nunca lo voy
a perdonar a Menotti”. El mismo Flaco marginó a Bochini de España 82. En ese torneo se
destacó Ramón Díaz, luego perchado por Bilardo en el 86 y 90.
Pero no es para morir, al menos demasiado. Hay que bancársela como hacemos los más de 38,9
millones de habitantes de estas pampas, que esperamos que Diego nos convoque para salirle a esos
alemanes y los que vengan después.
Aunque parece que la selección no deja a tantos afuera. Un gentío corre junto a esos pibes y
al señor Palermo, esperando una asistencia para el festejo. El equipo convoca esperanzas con sus
individualidades, juego grupal, picardías de potreros y la voluntad de nobles animales.
Quienes se pueden sentir como un jugador 24, no convocado, son esos archienemigos del
imprevisible técnico. Pero hasta ellos empezaron a darse vuelta, aunque temblequeando, alguno
ruegue por un fracaso.
Los que manipulan la pasión deben temer que la movilización anímica y futbolera, tras el
Mundial pretenda proyectarse hacia otros sueños de las mayorías que desean más juego colectivo,
también fuera de las canchas.