Pese a los consejos de Prefectura para evitar la navegación por motivos recreativos hasta que empiece a bajar el río, los kayaks siguen saliendo desde la rambla Catalunya en medio de un gran camalotal. El ritual se repite: después de dejar la embarcación en la orilla, los propios kayakistas corren los troncos que vienen flotando; luego, confiando en no tener la mala suerte de toparse con un ofidio, se meten descalzos o con ojotas en el agua tapizada de plantas y allí sí, montan sus gráciles kayaks rumbo a alguno de los escasos paradores que aún tienen arena frente a Rosario. A metros de la bajada está el puesto del Sistema Integrado de Emergencia Sanitaria (Sies), que anteayer atendió a un muchacho mordido por una culebra y a quien, una vez curado, debieron trasladar al Hospital Provincial, que dispone de suero antiofídico en caso, por ejemplo, de que la serpiente fuera una yarará. “¿Querés ver una? Tengo la foto de otra que también sacaron de acá”, le dice a La Capital una vecina de la zona. El enfermero del Sies confirma: “Sí, tenemos reportes de mordidas”.
Toda la ceremonia de partida de los kayaks es posible gracias a que antes, a puro palo y rastrillo, los empleados de las guarderías ubicadas frente a la Rambla (que como playa está cerrada) “limpian” el agua. Operativos similares se repiten en los bares que están literalmente asediados por camalotes.
De hecho, no está prohibida la navegación recreativa, sino sólo desaconsejada. “Nosotros tratamos de que no salgan, pero la gente sigue saliendo. Igual que los que dejan que sus perros se metan al agua, también a ellos los puede morder una víbora”, afirma el jefe de turno de la Guardia Urbana Municipal (GUM), Oscar Garneri.
“Y eso que hoy liberaron un poco los camalotes”, agrega. Y es cierto: hora y media le llevó al personal de la guardería náutica Buenaventura despejar la salida de los kayaks desde adentro mismo del agua.
Responsabilidades. “Hoy está limpio esto, pero el sábado había unos 20 o 30 metros de tapia (camalotes) sobre el agua”, cuenta Mónica Galvagno, quien se define como “kayakista con 50 años de río” y que no duda en reclamar a la Municipalidad que se “haga cargo” u obligue al concesionario de los bares a despejar diariamente el camalotal y señalizar como es debido la bajada de los kayaks.
Según estima Ramón, un “histórico” empleado de Buenaventura, en estos días, por la crecida, “estará saliendo la mitad de los kayaks”. Pero el hombre no se achica por la presencia de camalotes ni de los animales y alimañas que puedan llegar con ellos.
“La gente de río sabe bien cómo actuar: sabe que no debe levantar troncos ni meter la mano en uno hueco, que tiene que ir abriendo camino, y entrar y salir del agua haciendo ruido porque la mejor defensa que tiene la víbora es la huida”, recita Ramón.
Enfrente, a escasos minutos de esa charla, tres jóvenes zarpan en sus kayaks desde la bajada de la Rambla. Todos repiten el ritual de despejar con las manos los troncos flotantes y camalotes que quedaron —o llegaron— y después montan sus embarcaciones.
“Es mi última semana de vacaciones: con crecida o sin crecida, con camalotes o sin camalotes, yo salgo igual. Y con el tema de los bichos tenés que ir viendo, sería un accidente que me picara alguno, no van a estar esperando para picarme”, razona Ariel, mientras se mete, descalzo, al agua y luego monta el kayak.
Pero que los hay, los hay. “Sí, tenemos reportes de mordidas”, admite el enfermero del puesto fijo del Sies que estaba de turno ayer, Jorge Borda.
Y como prueba busca la planilla de atención correspondiente. “Ayer justamente tuvimos un adulto mordido por una culebra”, dice. Y desgrana el protocolo a seguir: “Curar, tranquilizar, esperar que venga el móvil (la ambulancia) y de acá al Provincial directo por si hace falta suero antiofídico”.
“Vemos que la gente se manda con los kayaks todo el tiempo, se meten entre los camalotes sin prevención”, razona Borda.
A pocos metros Diego Nepil escudriña el panorama desde su bicicleta. “El fin de semana pasado no salí por miedo a las víboras, las arañas, todo eso... pero vine a ver si está más limpio para poder salir”, afirma, pese a los pocos paradores que quedaron en pie. Por ejemplo, Isla Verde, que descargó un barco de arena para salvar la penosa temporada que la crecida les trajo a los balnearios.