Hacer una descripción de lo que transmitió la Lima futbolera de ayer con sólo unas pocas horas de estadía, no puede ser tomada de modo concluyente. Sí fueron apuntes de viaje, incompletos claro, de sensaciones, donde las comparaciones con el terruño se hacen inevitables y donde se tiende a valorar más cuestiones que de otro modo se ven más escandalosas y viceversa. Esta ciudad de cerca de 10 millones de habitantes, casi un cuarto de la población total de Perú, vive el fútbol con la misma pasión que en toda Sudamérica, pero parece más respetuoso del otro y no sólo por la admiración innegable por Lionel Messi (ver página 4). Lejos están sus habitantes de asemejarse al pícaro argentino y aunque en cuestiones organizativas, al menos del partido de ayer, mostró grandes falencias, también la humildad en el trato que los enaltece.
Ciudad caótica en el tránsito como todas las grandes urbes, pero peor. Circulan las combis ("asesinas", las llaman los taxistas) que levantan pasajeros en cualquier lado y no tienen miramientos para ejercer sus propias reglas. Circulan los propios taxis sin licencias que los habilitan, sin controles por ende de sus rodados, varios cuidados, muchos otros que no pasarían una revisión técnica en la Argentina. Y circulan los peatones como hormigas, tratando de cruzar, si pueden, por las despintadas sendas peatonales, como en Rosario, mientras vendedores de todo tipo ofrecen esta vez la mercadería de ocasión: camisetas de Perú. Y una niña de no más de 13 años, con la 13 estampada sobre la banda roja, hace juegos con la pelota sin que se le caiga por varios minutos. Impresiona. Sabe que tiene tiempo para recoger luego sus monedas, porque los semáforos son eternos y se avanza a paso de hombre.
Las diferencias futbolísticas históricas entre Argentina y Perú pueden verse reflejadas en las instalaciones que cobijan a sus selecciones. El predio de la AFA, imponente, ahí nomás del aeropuerto internacional de Ezeiza. El de la Videna (Villa Deportiva Nacional), enclavada entre avenidas caóticas, en un barrio que se intuye humilde. Cuesta creer que esté en esa geografía. Los encargados de prensa, con mucha amabilidad, dan las credenciales a la prensa nacional y argentina al aire libre. "Acá hay mucha humedad pero llueve tres veces al año", afirman y no les importa el cielo encapotado. No piden documentos pero sí una firma para confirmar el retiro en una hoja en blanco común. Sorprende el escaso rigor. ¿O la confianza es para ellos la mejor credencial?
"Hay actividad, hay trabajo", dijeron las pocas personas que pudo consultar Ovación. "Humala (Ollanta, el presidente peruano) no vino a cambiar todo como parecía, es una continuidad con mejoras paulatinas", coincidieron. ¿Será así? El lunes hubo una manifestación docente con paro por las calles de Lima, algo poco habitual porque, afirman, en este país se suelen reprimir las protestas. Al menos, plata para ir a la cancha hay: las entradas se agotaron con mucha anticipación.
A Lima llegó Messi, Perú venía de ganarle a Venezuela y la ciudad empezó a cambiar su ya agitada fisonomía. De hecho varias horas antes del arranque del partido había colas interminables en las afueras del estadio. Un clima ideal para recurrir a los recuerdos. Aquel que todo limeño quiere olvidar, como la tragedia del 64 fundamentalmente y menos el 0-6 de Argentina 78, y los que atesoran como oro, como los goles de Oswaldo Chiquito Ramírez en La Bombonera para su primera clasificación deportiva a una Copa del Mundo (del 70), o la marca increíble de Reyna sobre Maradona en el 85. Aunque claro, esperan que estos últimos alguna vez se reemplacen por otros, porque Perú hace 30 años que no disputa un Mundial.
A la hora señalada, las calles, que no registran por los medios la misma inseguridad que en Rosario, se vaciaron. En el Nacional, en casa o hasta en boliches bailables, todo el mundo se fue a ver el partido. Nada más importante que esos 90 minutos por los que olvidaron todo lo demás y soñaron.