Cuando tenía 22 años, a Leandro Riboldi le cambiaron la vida corriente de trabajador y estudiante por una celda enrejada. Lo acusaron de ser responsable de una serie de ataques sexuales en edificios del centro de Rosario y llegaron a condenarlo a 7 años de prisión. La aparición azarosa e inesperada del verdadero autor de esos hechos lo rescató de ese error kafkiano. Cuando pasó eso, que él considera "un milagro", llevaba 14 meses y 13 días entre rejas.
Ahora que tiene 36 años Leandro siente que la injusticia, mucho tiempo después de descubierta y enmendada, no termina de abrirse caminos nuevos. Es que, de la reparación económica que el Poder Judicial le concedió por sumergirlo en semejante trance, nunca cobró un centavo. El fallo que se la otorgó es inamovible desde que la Corte Suprema lo dejó firme hace tres años. El transcurso del tiempo sin novedad agiganta, para él, el perjuicio de la historia que lo sujeta como una broma cruel y prolongada.
Pero ese estado de suspenso terminará en breve (ver aparte). El fiscal de Estado de Santa Fe explicó que para la tardanza hubo motivos jurídicos y administrativos. Pero reconoció que la provincia debe afrontar su deuda económica con Leandro. Una parte menor de otra que difícilmente se salde.
Una novela cursi. Con una sobriedad que no quiere ser dramática ni graciosa, Leandro dice que lo que le ocurrió hace trece años no alcanza jerarquía de historia. "A lo sumo es una novela cursi". La cantidad de detalles que decidieron su encarcelamiento, su condena y su libertad parecen, en efecto, un manual excesivo del grotesco. A fines de los 90 en Rosario se dio una secuencia de violaciones contra jóvenes en departamentos céntricos. La incertidumbre y el miedo desataron una cacería policial en la que pasó de todo. El, en ese momento, era estudiante de Ciencias Económicas y empleado de mayordomía del Hospital Centenario. Terminó preso a partir del señalamiento de un ex suegro al que le pareció que la descripción física de Leandro coincidía con la del abusador serial.
Lo que Leandro creyó un malentendido que se despejaría en horas, duró bastante más. Fue procesado primero y condenado después a 7 años de prisión por dos de esas violaciones. Estuvo 14 meses y 13 días en el penal para ofensores sexuales de Arroyo Seco. Hasta que las cosas se aclararon, como le gusta decir a él, no por la policía o por la Justicia, sino a pesar de ellas. La detención casual de un médico de 28 años por un intento de robo obraría el milagro. Es que ese médico, Néstor Fica, contó sin que nadie lo sospechara que él era el autor de los delitos por los que lo habían condenado a Leandro y de otros que describió en detalle. Ante eso, la Justicia revocó la condena dictada por el juez Ernesto Genesio, lo que significa que lo declaró inocente.
A Fica lo condenaron a 20 años de prisión y como ya pasó 14 años detenido obtuvo el beneficio legal de la libertad condicional hace un mes. Al escapar de su pesadilla Leandro se guareció en el silencio, en su trabajo y en los suyos. Pero esta novedad lo lleva a hablar.
Los otros costos. "Sigo en la situación de 13 años atrás. Una persona que condenaron a 20 años de prisión ya está gozando de sus beneficios, lo que de ninguna manera cuestiono. Pero yo estuve injustamente en su lugar y todavía no fui compensado", dice Leandro.
Además de las marcas del encierro y el estigma en la mirada de los otros, el paso de Riboldi por prisión produjo estragos no tan visibles. La vida de sus padres colapsó en el momento en que a Leandro lo acusaron de ser el violador del centro. "Mis padres vendieron su única vivienda, para afrontar los gastos de mi defensa. Yo estuve un año sin cobrar mi sueldo de empleado público. No fue solamente daño moral el que padecí junto a mi familia. Esta injusticia además de tristeza nos costó mucho dinero", comenta.
Pasaron unos 10 años desde el inicio del reclamo civil. Tres desde que la Corte provincial dejó firme su reparación material. Y esta no llegó. "No pedimos una indemnización con un propósito especulativo, sino porque mi detención nos costó mucho materialmente", dijo.
Cuando se resolvió el resarcimiento, Leandro sintió bronca. Había reclamado 550 mil pesos por esa situación que descalabró su vida y el tribunal fijó la reparación en 76 mil pesos que, con los ajustes de intereses por tiempo transcurrido, a la fecha superarán los 200 mil pesos. "Un año preso no vale 76 mil pesos", dijo hace tres años Leandro, cuando quedó firme el fallo. El abogado que litigó por su compensación, Eduardo Scolara, añadió que si esos 76 mil pesos fueran divididos por el tiempo que su asistido estuvo preso, el monto diario fijado daba "menos que lo que se paga por el conchabo para un trabajo penoso".
Trece años después, los costos derivados de aquel malestar forzado siguen. "Por decisión personal sigo en tratamiento por el daño psicológico que sufrí y ese es un costo que sigo afrontando yo y no el Estado que me lo ha generado".
Kafka en Rosario. El 15 de septiembre de 1998 Leandro fue detenido a partir de la acusación de su ex suegro, Roberto Fresco, quien por los datos físicos que se le atribuían al violador serial concluyó que era él. Los movimientos fantasmales de un individuo que ingresaba en departamentos y dejaba notas manuscritas tras concretar los ataques tenían en vilo a la policía y propició toda clase de atropellos y detenciones al voleo. Por ejemplo, la de un médico forense de Tribunales al que una víctima dijo reconocer “por la voz” en el palier del edificio donde vivían.
Ninguna de las seis víctimas que vieron a Leandro en el reconocimiento lo señaló como el agresor. Apenas una, que no quiso acusarlo, dijo que era parecido. Tampoco se hallaron rastros genéticos compatibles entre Leandro, que accedió voluntariamente a hacerse la muestra, y los restos orgánicos que quedaron en la ropa interior de las víctimas.
Lo que sustentó la acusación fue un examen coincidente de tres peritos calígrafos que adujeron que la letra del violador era la de Leandro. Con eso, el juez Juan José Pazos lo procesó por violación, robo calificado y privación ilegítima de la libertad. Luego el juez Ernesto Genesio lo condenó por esos hechos.
“Hubo un espíritu de cuerpo para acusarme entre el perito calígrafo policial y los dos de Tribunales”, dice Leandro. Su perito de parte, Gabriela Tudela, siempre insistió en que la letra de los manuscritos no correspondía a Leandro, que es diestro, porque habían sido escritas con mano izquierda. Néstor Fica, se comprobó, es zurdo.
Pedido de Justicia. “A mi me condenaron por violación y fue un error. Lo paradójico es que lo hizo un Estado violando todos mis derechos y mis garantías. Y lo sigue haciendo 13 años después porque tengo que aparecer públicamente para lograr que me paguen la suma irrisoria que decidieron es el precio del perjuicio que sufrí. Lo único que quiero es que el Estado ejecute lo que la Justicia dispuso”.
En las peleas que dio en otros campos, Leandro se fue imponiendo. Sigue trabajando en el Hospital Centenario con compañeros que creyeron en su inocencia. Con la novia que lo acompañó durante su detención está casado y tiene un hijo de 8 años. Vive en el barrio Hostal del Sol, donde compraron un lote y edificaron su casa. Da la impresión de disfrutar de esos módicos éxitos de hombre común. Para escribir el párrafo final de su novela cursi siente que sólo le adeudan una cosa.