"Las vacaciones son una oportunidad para compartir asombros entre chicos y adultos". Esto opina el profesor Víctor Pavía, magíster en teorías y políticas de la recreación, de la Universidad del Comahue (Neuquén), cuando habla del receso escolar de invierno. Un tiempo sin clases, sin la organización rutinaria de todos los días que suele ser más que desafiante para los padres.
Pavía no tiene dudas de que este tiempo puede ser una ocasión fantástica de encuentro sobre todo con los más pequeños, los que requieren de la mirada y cuidado de las familias. Por eso considera que en lugar de quedarse en la queja, hay que invitar a atravesarla para comenzar a ver ese tiempo sin clases como una oportunidad.
Para el educador, esta forma de pensar los momentos libres, sin invitar a consumir constantemente y más bien sacando provecho del aburrimiento, puede ser también "un mensaje educativo contracultural".
—Llegan las vacaciones de invierno y muchos padres parecen desesperarse con los chicos en la casa. ¿Qué hacer?
—En principio, el receso escolar, y sobre todo el de invierno que no siempre coincide con el de los padres, es un cambio en la rutina que las familias tienen más o menos armada: a qué hora se lleva a los chicos al colegio, a qué hora se los retira, a qué hora se van a trabajar. Es cuando esta organización rutinaria es alterada. Pero siempre fue así. Tal vez lo diferente ahora, y sobre todo en las grandes ciudades, es que los chicos van de la escuela a la casa y de la casa a la escuela, y no tiene otros lugares. No tienen la esquina, el campito, la calle que sí tenían antes como alternativas. Entonces creo que la gran pregunta que se hacen los padres, sobre todo de los más pequeños, es con quién y dónde se quedan los hijos. De todos modos pienso que las vacaciones, como muchas otras cosas, se pueden ver como un problema o como una oportunidad.
—Comencemos por lo positivo: ¿Cuál sería la oportunidad para las familias?
—Para los adultos que viven con los chicos, pueden ser padres, abuelos, familias integradas, la oportunidad puede ser aprovechar ese cambio de rutina. Es decir, mirar con asombro el propio día. Un día que durante la época de clases es organizado, de golpe tiene el encanto de que las rutinas se pueden cambiar. Se pueden cambiar algunas formas de cocinar y algunas comidas, por ejemplo. Pensaba hoy en mi propia relación de abuelo, lo hacía como una posibilidad para compartir asombros. Esto en el sentido de que mis nietas me cuenten o me enseñen algo que yo no sé. Hablo básicamente de cuestiones de tecnologías; les estaba por preguntar cómo hacer para bajar música, que no soy muy bueno en eso. Y a la vez ofrecerles algo que ellas no sepan, como enseñarles cómo escribir en una vieja máquina que tengo.
—¿Habla entonces de aprovechar los detalles cotidianos?
—Claro. Hablo de subrayar con resaltador detalles de la cotidianeidad. A esto me refiero cuando digo que las vacaciones pueden ser una oportunidad, en la medida que se pueda, para compartir asombros. Los chicos tienen muchas cosas para sorprendernos y los adultos también tenemos muchas cosas de la vida cotidiana que a ellos les llaman la atención. Podemos desde compartir un mate, la rutina de prepararlo. Sin apuros. Esta es una hermosa oportunidad para compartir el asombro de pequeñas rutinas.
—¿Y qué pasa cuando los adultos viven este tiempo como un problema?
—Si bien hay cuestiones objetivas, materiales y los adultos lo ven como una amenaza porque "no van a tener tiempo" o "no saben qué hacer", también puede haber una actitud positiva que diga: "Pero, yo tengo cosas para dar". Me parece que podríamos invitar a los adultos a atravesar la queja, saltarla por arriba. Ya sé que algunos dirán: "Tengo poco tiempo, ando a las corridas...". Por eso cuando esto se toma como un problema todo es adverso; en cambio cuando se lo ve como una oportunidad también el adulto puede disfrutar de las vacaciones de los chicos.
—O sea, ¿incluirse en lo que se planifica para ellos?
—Claro. Supongo que en Santa Fe también habrá un bombardeo de actividades propuestas para niños en estos días, de espacios culturales, algunos seguramente muy buenos y otros meramente comerciales. Pero fuera de las ofertas, me parece que está bueno asombrarse mutuamente con las cosas hogareñas y tener algo para dar. Y se me ocurre que también está bueno animarse a aburrirse juntos. Puedo sonar muy amenazador. Mi especialidad es lo lúdico, el juego, lo expresivo. Pero bueno, lo lúdico, lo expresivo, lo creativo es siempre un hijo del aburrimiento.
—Entonces, sugiere que mejor no organizarles el tiempo libre a los chicos.
—Les hace bien un momento de aburrimiento, en el sentido de no sé qué hacer. Inmediatamente tendría que venir la propuesta: "Pensemos qué". El no sé qué hacer es también una hermosa invitación a pensar juntos. También esto puede ser una propuesta educativa. En la escuela no hay un contendido definido de educación para el ocio. Esta forma también es un mensaje educativo contracultural, porque no solamente hay que salir del aburrimiento consumiendo, se puede hacer creando. Y las vacaciones para eso son una oportunidad fantástica.
—Sin embargo, la idea más instalada suele ser la del consumo y que los chicos expresan muy bien en los famosos "quiero algo", "comprame algo!".
—Totalmente de acuerdo. Y si cuando nos piden que les compremos "algo" les decimos "¿y si cocinamos algo juntos? ¿Si te cuento qué me cocinaba mi abuela a mí?". Sé que la gente se puede enojar con esto que digo, y quizás me reprochen: "¡Pero nosotros no tenemos tiempo para eso!". Pero se trata de permitirse al menos por dos horas disfrutar de estas vacaciones junto a los hijos, a los nietos, intercambiando posibilidades de creación.
—Como profesor, ¿qué les sugeriría a los chicos para hacer en vacaciones?
—Normalmente la escuela propone tareas. Supongamos que está bien, que puede servir a mantener cierto ritmo y organización. Pero además podrían ser tareas creativas. Pasa que el sistema educativo argentino está pensando para formar para el mundo del trabajo, y no también para los momentos de ocio y diversión. Te doy un ejemplo. Yo soy profesor de educación física. Muchas veces hablamos que esta educación es buena para hacer un deporte, para la salud, para cuando sean más grandes, siempre para un futuro. Cuando en realidad jugar y hacer un deporte está bueno porque tengo algo para hacer para el tiempo libre. A esto hay que sumarles las perspectivas que ofrecen la literatura, la plástica, la música. A mí me parece que la escuela puede cumplir también esa función de educar para el tiempo libre.