Autodeclarada como histórica por sus integrantes, la reunión que los 20 países
más poderosos del mundo tuvieron el 2 de abril en Londres esbozó los primeros trazos de una nueva
política mundial que apunta a una economía más regulada, coordinada y ecológica.
Sin abandonar la doctrina de mercado ni hundir demasiado el cuchillo en las
entrañas del sistema financiero, la cumbre sirvió para inundar de liquidez a los organismos
multilaterales de crédito, aliviar el miedo de los países periféricos y pensar cuál será el mejor
corset para desterrar a la especulación como elemento central del capitalismo posmoderno.
Corridos por las cifras de caída del empleo y de la producción que se repiten en
todos los países centrales, los líderes del G-20 emitieron un comunicado final con objetivos claros
y un lenguaje más parecido al de un manual escolar que a los habituales documentos
diplomáticos.
En pocos puntos, los jefes mundiales proponen arrancar una nueva era marcada por
la supervisación global de los mercados financieros, independientemente del lugar donde tengan su
sede, la resistencia a medidas proteccionistas para garantizar una mayor apertura del comercio
mundial, el armado de un nuevo marco de orden global que permita el desarrollo de una economía
sustentable, y el fortalecimiento del Fondo Monetario Internacional (FMI) como repartidor de
respaldo financiero y guardián de futuras crisis.
"El acuerdo logrado por los países del Grupo de los 20, España y la Unión
Europea, constituye un paso muy importante en el proceso de coordinación de decisiones de políticas
para afrontar la desaceleración del crecimiento global y recomponer la confianza en las
instituciones de crédito", resumió Silvina Vatnick, presidenta del Centro para la Estabilidad
Financiera (CEF) que funciona en Capital Federal. En síntesis, todo giró en torno a dos palabras
clave: regulación y coordinación para alejar el fantasma del nacionalismo económico y volver a
llenar de confianza la agenda pública.
El primer resultado concreto del encuento fue la decisión unánime de multiplicar
los esfuerzos públicos para paliar la falta de crédito de las entidades privadas Según consta en el
documento final, los paises se comprometieron a triplicar los recursos para el FMI y llegar hasta
los 750.000 millones de dólares, apoyar una nueva partida de Derechos Especiales de Giro (DEG) de
250.000 millones de dólares, agregar al menos 100.000 millones de dólares en préstamos adicionales
por parte de los bancos multilaterales de desarrollo y por último sumar 250.000 millones de dólares
en planes de apoyo para la financiación del comercio.
Semejante montaña de dinero servirá en buena parte para socorrer a los países en
desarrollo, que ya están sufriendo una sequía brutal de entrada de capitales —de 800.000
millones en 2007 a menos de 200.000 millones este año—, que, nostálgicos y poco solidarios,
decidieron quedarse en sus países de origen a la hora del desastre global. Este parate del flujo de
capital se traduce en la periferia del mundo en problemas para afrontar pagos de deudas y
recesiones a granel, lo que podría empeorar todavía más el escenario general. Por eso la decisión
de que sean fondos públicos los que vengan a sustituir la huida de los privados, y que el destino
de los mismos sean sobre todo los ahora desertados mercados de los países emergentes.
De manera casi inevitable, los grandes decididores también avanzaron en la
puesta en marcha de medidas que sirvan para poner bajo vigilancia y regulación estricta a los
fondos especulativos, los llamados fondos buitre. Pero a pesar de la espectacularidad de los
anuncios, todavía flotan interrogantes sobre la profundidad del operativo limpieza del sistema
financiero.
"En la medida que los anuncios realizados en Londres el 2 de abril se comiencen
a implementar, surgirán matices en el grado de avance hacia un reordenamiento del sistema
financiero globla. El impacto inmediato serán reestructuraciones directas e indirectas de bancos,
otros intermediarios financieros y empresas a través de salvatajes, quiebras y el comienzo del
proceso de redefinición de la estructura y cobertura de la regulación y supervisión de los
intermediarios financieros", detalló Vatnick.
Los temas pendientes
A pesar del aroma a cocina histórica, la reunión de Londres dejó varios asuntos
en el tintero que tendrán que ser retomados más temprano que tarde por los negociadores
estadounidenses y europeos. La primera grieta del nuevo edificio global tiene que ver con la falta
de coordinación de los planes de relanzamiento que cada país sacó a las apuradas. Para el
presidente Barack Obama, a los representantes de la vieja Europa les faltó mayor decisión para
ahondar todavía más los déficit y subir los montos de los paquetes de rescate. Los europeos, en
cambio, intentaron enfocar los esfuerzos en una reformulación casi total de las reglas del mundo
financiero. Ninguno de los dos logró una victoria clara tras la cita inglesa. Tampoco hubo
explicaciones puntuales sobre cómo se evaluarán las correcciones de los sistemas bancarios de cada
uno de los socios del club de la crisis.