Hay una leyenda conocida. Hay muchas historias conocidas en torno a Las Leonas. Pero hay una que fue la más importante de todas, por su carácter épico y porque fue la primera grande dentro de una secuencia incuestionable y emocionante. El primer capítulo de una saga, el de los Juegos Olímpicos de Sydney 2000. Suelen decir algunos que habrá Leonas que irán y vendrán, que dejarán una huella más o menos importante. O no. Pero que estas, las primeras, quedarán para siempre. Son ellas, las que formaron la nómina de aquellas batalladoras incansables que, a pesar de las adversidades, se repusieron y le dieron al hockey la primera medalla. Sydney 2000 se enamoró de ellas. Ellas, en cambio, parecían no dimensionar lo que estaban logrando.
Un día como hoy, pero hace 15 años y del otro lado del planeta, se colgaban la medalla de plata al caer ante Australia en la final. Qué importaba. Aquella medalla no fue de plata. Fue de oro, por todo lo que vino después. Ese partido no era el final de ningún torneo, era el principio de casi todo. Cinco días antes de eso, además, las chicas salían a jugar el partido contra Holanda con una particularidad: en la camiseta llevaban del lado del corazón la estampa de una leona. ¿Y eso? Era el símbolo de identidad que habían elegido para representar el espíritu que las movía. Argentina dejaría de ser la selección argentina femenina de hockey sobre césped para ser Las Leonas. Marca registrada.
Lo que pasó entonces, en aquel Sydney 2000, vale la pena ser recordado. Un equipo, Argentina, juega por el grupo A. Vence a Corea del Sur por 3 a 2 y a Gran Bretaña por 1 a 0. Luego cae con Australia por 3 a 1 e insólitamente con España 1 a 0. Pero suma seis puntos y avanza a segunda ronda confiado de ir en dirección al podio. Hasta que... Hasta que la noche anterior a jugar con Holanda, por la segunda ronda, se dan cuenta de que por una mala interpretación de reglamento todo lo que habían conseguido hasta allí había sido casi en vano.
Es que, hasta los Juegos Olímpicos de Atlanta 96, o sea los anteriores, el reglamento decía que los equipos clasificados a la ronda final arrastraban los puntos conseguidos en la instancia de clasificación. Lo que nadie supo o interpretó en el cuerpo técnico argentino, entonces encabezado por Sergio Vigil, fue un cambio en esas líneas. El reglamento había sido modificado: se arrastraban los puntos de la primera ronda sí, pero los obtenidos frente a aquellos equipos que también habían avanzado. De manera que Argentina pasaba, pero con cero unidades. Porque también habían avanzado Australia y España, con los que perdió, y porque Corea y Gran Bretaña, a los que les ganó, no pasaron.
A la segunda instancia, una ronda de seis equipos, el conjunto nacional ingresaba último y teniendo que ganar los tres partidos (ante rivales que ingresaron por el otro grupo) y esperar combinaciones favorables para quedar entre los dos mejores y así poder disputar la final.
Ante esta adversidad y desazón había dos opciones: rendirse o salir como una tromba a buscar eso que habían soñado. Eligieron la segunda. Y se apoyaron en algo que hasta entonces sólo era parte de la intimidad del grupo. La noche previa a jugar con Holanda decidieron que iban a salir a la cancha con un juego de camisetas que llevaba la estampa de una leona, una especie de aplique que pusieron del lado del corazón y cuyo diseño habían hecho a partir de un dibujo de Inés Arrondo. Un tiempo antes, cansadas de meterse entre los cuatro mejores equipos de los torneos pero sin poder dar nunca el paso para subir al podio, las chicas, representadas en la capitana Karina Masotta, Vanina Oneto y Magdalena Aicega, convocadas por el cuerpo técnico decidieron que había un animal que las identificaba, una leona. Iban a usarla en un momento de “crisis”. Y el momento había llegado. “Nosotras a partir de ahora queremos ser Las Leonas”, dijo Magui Aicega cuando le preguntaron qué era eso que llevaban en la camiseta. Muchos años después, Cecilia Rognoni hablaría del sentimiento que la invadió: “Cuando vi la camiseta con la leona a mí me dio otra fuerza, me dije que no podíamos perder”. “Nos dimos las manos, lloramos juntas, fue una explosión de mística. Esa noche previa a jugar con Holanda surgió la esencia de Las Leonas”, contó Oneto.
Y sí, salieron como leonas. Triunfo 3 a 1 sobre Holanda, 2 a 1 ante China y 7 a 1 contra Nueva Zelanda. Final y medalla de plata asegurada, objetivo cumplido. Aquelpartido ante las Blacks Sticks regaló una de las imágenes más emotivas del hockey argentino: Vanina Oneto tirada en el piso, gritando uno de los últimos goles sin poder evitar el llanto. Antes de finalizar el partido, varias leonas jugaban llorando de alegría.
La final contra Australia y una nueva caída por 3 a 1 fue un golpe de realidad. Las Leonas habían llegado a la élite pero no había manera de ganarle a ese dream team que había dominado la década del 90 y que tenía, entre otras, a la formidable Alyson Annan, mejor jugadora del mundo hasta la explosión de Luciana Aymar. Pero los instantes de tristeza de las chicas argentinas fueron eso, instantes. Cacho Vigil las llamó a una ronda, les habló del valor de lo conseguido e inmediatamente esas lágrimas de tristeza mutaron a felicidad plena. El reconocimiento mutuo de Leonas y Hockeyroos, festejando juntas y bailando antes de la premiación, dejó ver a las claras el lugar al que habían llegado Las Leonas (ahora sí con mayúsculas). No era un final, sino un principio.
De aquella gesta histórica participaron dos rosarinas: Ayelén Stepnik y Luciana Aymar. Nada menos. Cuando volvieron a Rosario luego de la medalla de plata, se armó una gran bienvenida con una especie de caravana de reconocimiento y las chicas fueron lleva-
das desde Oroño y 27 de Febrero hasta el Monumento a la Bandera. Ahí, al pie de la felicidad, el periodista de Ovación Rodolfo Parody le dijo a Luciana: “A partir de ahora van a tener la presión de la gente de ganar todo”. Ella, muy tímida por aquellos tiempos, le contestó: “Están en su derecho de pedir. Y nosotras, con la mentalidad de ganar todo, porque demostramos que se puede”.
Vaya premonición de ambos para el inicio de una leyenda, de una historia formidable que ya lleva 15 años.