Al Frente Progresista le quedan seis semanas para intentar cambiar una realidad electoral que, como un huracán, derribó mitos y certezas provinciales, confirmó la presunción de un fortísimo voto castigo en Rosario y abrió un abanico de interrogantes para la estación final del proceso electoral, que llegará el 14 de junio.
A 7 días de las primarias, créase o no, penetrar en las capas del análisis político fino y pulimentado es como nadar de noche sin luz de luna: las dudas sobre el destino de los casi 245 mil votos que aún restan contar mientras se desarrolla el escrutinio definitivo arrojan un manto de relativismo a esta columna y a cualquier opinión que quiera abrevar en el detalle de lo que ocurrió el 19 de abril. Por eso, este análisis, como el único escutinio que se conoce, también es provisorio.
Pero, el trazo grueso de la historia quedó escrito y obliga a ganadores y perdedores a replantear escenarios, confirmar metodologías y reexaminar mesas de arena. En la provincia, Miguel Del Sel confirmó que aquella performance de 2011 que lo situó a un tris de hacerlo gobernador lejos estuvo de ser una gota en el océano. El candidato del PRO logró mantener votos en las zonas del interior profundo de la provincia y escalar en centros urbanos donde antes había sido rechazado.
Pese a que muchos creían que el alejamiento del factor sorpresa atormentaría las chances del ex Midachi, pudo consolidarse por tres factores inteligentemente planteados: la candidatura a diputado nacional del 2013, las recorridas permanentes y en silencio por la geografía de la bota sin presencias mediáticas fuera de los tiempos de campaña y la renuncia a la banca legislativa. Pocos analistas repararon en esos gestos políticos, así como ningún encuestador pudo (otra vez, ¿y van?) registrar su verdadera intención de voto en los arrabales de las grandes ciudades.
Ventajas comparativas. Del Sel contó esta vez con "juego nacional", algo que no había tenido en las paradas electorales anteriores. La candidatura nacional de Mauricio Macri le ofreció plafond en sectores de clase media que antes lo miraban de reojo y le permitió pelear palmo a palmo distritos urbanos que antes le resultaban hostiles. Sólo perdió en Rosario, por 4.000 votos, y en Rafaela, por 6.000.
Y fue en esa performance de Rosario (ciudad que se convirtió el domingo pasado en la clave para explicar casi todo) donde el postulante macrista se recibió de candidato con serias chances de gobernar la provincia. Claro está, operó más el enojo del rosarino con el socialismo que cualquier otra cuestión, incluso los pros y los contras de Del Sel, quien empardó los números con Lifschitz pese a ser el ámbito donde más imagen negativa tiene. Del Sel perdió por poco en las seccionales donde históricamente arrasaba el socialismo y ganó en varias de la periferia, donde antes perdía por poco.
Pese a las alarmas encendidas, Lifschitz tiene razones para poder creer en una victoria final. No son muchas, pero son cualitativamente importantes. Ese voto castigo para el socialismo en Rosario no puede extenderse de forma analítica a toda la provincia porque, inmediatamente después de Del Sel, el más votado fue Antonio Bonfatti.
Las 446 mil personas que sufragaron por él a diputado nacional deberán trasladarse en muy alto porcentaje a Lifschitz si es que pretende cantar victoria, al margen de los direccionamientos de quienes votaron a Mario Barletta, de dignísima performance en las Paso. En esos votos, en la tracción de los intendentes del Frente Progresista y en algunos votos vergonzantes a la inversa (electores que jamás sufragarían por un candidato socialista salvo por oposición a que gane Del Sel) se juega el destino del ex intendente rosarino.
Omar Perotti también tiene razones para considerarse satisfecho. Su candidatura es casi un calco de la cosechada por Jorge Obeid en 2013 y de la que logró Agustín Rossi en las primarias peronistas que ganó en 2011. Hasta el final del escrutinio provisorio (hoy envuelto en un mar de dudas) el rafaelino estuvo cerca de Lifschitz.
El desafío de Perotti ahora es doble: buscar la patriada de sumar más votos pero, como extraña paradoja, evitar el síndrome de la fuga que sufrió el Frente para la Victoria en 2011 a la hora de la general. A diferencia de aquella experiencia, el peronismo santafesino no podrá ensayar aquello de que lo que la interna desune la general no lo vuelve a unir. Perotti fue el único candidato del espacio.
Del Sel y Lifschitz querrán pescar, entre otras, en la pecera de Eduardo Buzzi, quien fue derrotado en las primarias del massismo por Oscar Cachi Martínez. Esos escasos 52 mil votos de Buzzi no serían tenidos en cuenta en otro escenario, pero el bajo techo de todos los candidatos hace que la necesidad tenga cara de hereje.
Como un huracán que la tormenta abrió a un costado, los resultados se transformaron en una pesadilla para el Frente Progresista rosarino, más específicamente para las chances de la intendenta socialista, Mónica Fein. Se escribió en esta columna no menos de diez veces de un año y medio a esta parte que la inseguridad galopante estaba produciendo un fuerte rechazo de las capas medias a la gestión.
Aunque se trata de una cuestión de jurisdicción provincial, el peso del malestar de las clases medias —históricas votantes del socialismo— se trasladó a Fein, quien no pudo, no supo o no quiso en el momento oportuno levantar la voz por la ausencia de efectivos policiales en el micro y macrocentro de la ciudad. No es antojadiza la mención a esas zonas geográficas: se trata del pulmón que irradia influencia, mueve voluntades e impone agenda. Pero la debacle no fue sólo en las clases medias: la intendenta no pudo ganar en ninguna seccional.
El temor y el miedo por el mix de inseguridad y violencia urbana les hace perder a los ciudadanos sus hábitos culturales y eso genera que las voluntades se disparen hacia destinos hasta hace pocos impensados. Esa situación y el paso del tiempo hizo que 105 mil rosarinos les hayan puesto la cruz en la boleta a Anita Martínez —de excepcional rendimiento electoral, pese a que hace sólo dos años que está en política—, convirtiéndola en alternativa.
Amor amarillo. El voto hacia la concejala macrista fue sorprendentemente parejo en todos los barrios de la ciudad, algo que obligará a los politólogos a extremar su lucidez a la hora de las explicaciones teórico-prácticas. Pero la razón primaria es clara y tiene su enclave EM_DASHcomo la misma intendenta lo posteó el viernes en su cuenta de TwitterEM_DASH en la "inseguridad y la violencia urbana". Esa autocrítica es bienvenida y parece marcar la primera respuesta de Fein en pos de alcanzar un difícil pero no imposible nuevo horizonte electoral. A esta altura, los más de 52 mil votos de Pablo Javkin (self made man de una gran performance) cotizan más que una pintura de Vincent Van Gogh, pero ese será tema de otra columna.
El oficialismo tampoco deberá repetir el error de mantener casi ausente en su campaña a quien fue el hacedor de todas sus victorias municipales y provinciales, aunque hoy no esté en la marquesina figurando como candidato: Hermes Binner. Se escribió aquí hace varias semanas que el socialismo podrá perder las elecciones con Binner haciendo campaña, pero jamás podrá ganarlas sin él traccionando desde donde sea.
Esta historia continuará.