Las finales se juegan. Los penales se hacen. Central no hizo ni una cosa ni la otra. Y el día soñado fue un día de miércoles para los canallas. Que llegaron en masa a San Juan para protagonizar una fiesta, pero la ilusión se fue a otros horizontes en Globo. La Copa Argentina no vino a Rosario. Se fue a Parque Patricios. Paradójicamente en una noche en la que los de Arroyito se quedaron sin Angel, porque cuando promediaba el partido la noticia del fallecimiento de Zof irrumpió cuando el trámite todavía se dilucidaba en Cuyo.
El marco fue mucho más que el cuadro. Fue evidente que la instancia superó a un equipo que no dio respuestas futbolísticas, porque en el juego de las equivalencias Central tenía una diferencia en la columna del haber, pero no lo plasmó ni siquiera una hipotética superioridad física. Ni los jóvenes mostraron rebeldía ni los más experimentados el aplomo para buscar los caminos.
Miguel Russo dijo en la previa que a las finales había que saber jugarlas, pero su equipo no lo supo hacer. O no pudo. Basta con revisar el desarrollo del partido y comprobar que no hubo una jugada clara de riesgo favorable a los canallas. No ofreció variantes. Terminó envuelto en la impotencia.
Y después, en la definición por penales, con ventaja de dos envíos marrados por parte de Huracán, fueron justamente los mayores los que no capitalizaron la ventaja.
La Copa Argentina ya tiene dueño y ahora llegarán otros tiempos. El fútbol es apasionado por todo esto. Porque la alegría y la tristeza se desplazan en tan sólo un puñado de minutos.