Diego Maradona abrió las puertas al mundo con su juego y su magia. Llenó
estadios con el solo hecho de participar de un entrenamiento, como sucedió en el Parque el día que
se vistió de rojinegro en el 93. Hizo llorar con su fútbol majestuoso y recibió cariño como nadie.
Todo como jugador. Es el Diego de la gente, como reza el título de su libro. Ahora, en el rol de
entrenador, le cerró las puertas a la gente. “Hicimos mucho esfuerzo por estar acá, para
alentar a la selección y no podemos acceder a una práctica”, se quejó uno de los tantos
hinchas que merodeaban el búnker albiceleste. Debería ser la selección de la gente, como pregonó
Daniel Passarella en el 98 pero que después jugó a las escondidas (se recuerda la inversión en
lonas para impedir cualquier mirada indiscreta). ¿Tiene sentido? En un punto sí. A la hora de
ensayar la táctica y/o parar el equipo es aceptable. Y, si se quiere, lógico de hacer. Pero en un
entrenamiento físico o cuando no se realiza un trabajo específico no sería desatinado abrirse hacia
el hincha para que disfrute y vea de cerca a sus ídolos, a las estrellas del seleccionado y al
propio Diez, el más grande de todos. Y permitirse que ese calor que transmite el público permanezca
inalterable y el ánimo se mantenga en lo más alto. Cuántas puertas se cerraron en estos últimos
años. Para separar hinchas y, sobre todo, periodistas del plantel. ¿Resultó positivo? La respuesta
es un "no" rotundo. Brasil, aunque resulte odiosa la comparación, siempre fue y será distinto.
Entrena sin misterios y el público goza a pleno. Y es
pentacampeón. El método argentino no empaña de ninguna forma las ilusiones. Esta selección
que clasificó con lo justo y cargada de críticas hoy goza de buena salud, con enormes expectativas
y con chances de volver a alcanzar la gloria. Ojalá que esta vez recuperemos el fútbol y el
protagonismo perdido. Y que la selección vuelva a ser de la gente, como corresponde.