"Aniceto" arrasó con los premios Sur que entrega la Academia de las Artes y Ciencias Cinematográficas de la Argentina. Es curiosa la vigencia de esa película de Leonardo Favio, cuya primera versión tiene más de 40 años. Quizás el secreto es que los personajes tienen reflejos de héroes mitológicos en una puesta en escena campestre. También es curioso el estilo de esta película que le demandó a Favio más de una década de reelaboración desde su último filme, "Gatica, el Mono". Aniceto parece pivotar entre unos cuantos mitos. Tanto puede ser un Narciso vanidoso, como un Teseo en su laberinto que desprecia la ayuda de Ariadna. Una versión masculina de Pasifae que engendra el monstruo de su propia muerte o un Icaro que se estrella por exceso de confianza en sí mismo. No a todo el mundo le gustó esta película. Tampoco es posible compararla con la predecesora. Todo en esta versión es distinto, menos los personajes. Y el final inevitable vuelve a poner al héroe contra las cuerdas. Aniceto es un héroe trágico, un pobre tipo. El comienzo de la película tiene el clima ominoso de lo predestinado, en una extraordinario diseño de arte lleno de artificios, entre los cuales la luna mentirosa se lleva el mejor premio entre canales, caminos, tormentas y amaneceres falsos. Hernán Piquín, Natalia Pelayo y Alejandra Baldoni, son los probablemente inmejorables protagonistas de esta historia que sin pretensiones tuvo como germen un cuento corto. Rodada en un hangar de Quilmes, consigue transmitir una rara síntesis de ver en el cine: casi no hay diálogos, tiene imágenes preciosistas, pero sin que eso resulte empalagoso, los personajes son arquetípicos y reúnen singularidades humanas corrientes como el valor y la cobardía, el placer y el dolor, la inteligencia y la zoncera. Porque Aniceto tiene tanto de héroe como de banal. Como casi todo el mundo.