Y a las doce de la noche los números llegaron. Y todo fue desazón en el búnker del Frente para la Victoria (FpV). La dilación excesiva en la apertura de las pantallas con los resultados preanunciaban el desenlace. Cambiemos daba el batacazo, obtenía una elección pareja con el FpV a nivel nacional y le arrebataba la estratégica provincia de Buenos Aires al peronismo. Los ocho puntos a favor del oficialismo que preanunciaban las encuestas de boca de urna no sucedieron.
Sorpresa. Fallaron las encuestas, una nueva configuración política nace en la Argentina. Habrá ballottage, pero con otro favorito. Ahora el frente Cambiemos tiene todas las de ganar.
Los militantes del Movimiento Evita, Octubres, Tupac Amaru, Miles, Descamisados, Peronismo Militante, Uocra, La Niata, entre muchas otras organizaciones políticas y gremiales que habían tomado el Luna Park se miran entre sí, desconcertados. Esperaban tener una noche de festejo. Que nunca ocurrió. Scioli y Zannini no conseguían anoche el triunfo en primera vuelta que fueron a buscar.
Horas antes, sobre las 10 de la noche, y sin datos oficiales, los números corrían a la velocidad de la luz por los celulares de los dirigentes. “Perdimos Morón y Pilar”, desliza un operador del oficialismo.
“Se perdieron todas las intendencias de las ciudades importantes de la provincia de Buenos Aires”, corre en forma de WhatsApp y de mensaje de texto. El dato arrancó en algún lugar, y ya no paró más.
A escena. El FpV se preparó para lo que viene, y un escenario impensado. Con gran despliegue, arengas a la militancia, humo blanco, el himno a la victoria atronando y un sol naciente que se dibuja en el fondo del escenario, Scioli finalmente salió a comerse a cancha. A revertir lo que ya se insinuaba como un resultado negativo. Y metió un discurso de campaña, integral, combativo, y tal vez tardío. Un discurso más ajustado que el que dio en ese mismo escenario 72 horas antes, cuando cerró la campaña. No queda dicho, pero el FpV ya asumió golpe y se prepara para el ballottage. Lo anuncian como ganador “absoluto” a Scioli, pero los números para el FpV finalmente lo llevarán a cualquier lugar, pero difícilmente a la Casa Rosada.
En su aparición en el escenario, el candidato —acompañado de su vice, y de toda la primera línea— fue único orador, se lanzó a la pelea del 22 de noviembre. El candidato, con alguna cuota de esperanza, prometió “responsabilidad, y esperar el resultado definitivo del escrutinio”.
En el Luna Park, cuando fueron las ocho de la noche, aparecieron las primeras definiciones políticas consistentes. En boca de Pepe Scioli, hermano del candidato, y de Diego Bossio, titular de la Ansés, y anunciado como futuro presunto miembro del gabinete de Scioli, en caso de acceder a la Casa Rosada: “Sacamos más votos que en las Paso, tenemos una mayor diferencia sobre los frentes competidores y un millón y medio más de argentinos fueron a votar (respecto de las Paso).
El dato quedó muy lejos de la realidad. El FpV había ganado las Paso por 8,8 % de los votos ( sobre Cambiemos); anoche se debatía entre mínimas diferencias.
Más temprano, cuando no había datos, especular fue la obligación. Y degustar el catering generoso del Luna Park, el entretenimiento. Así transcurrían largas horas entre el cierre de las urnas y la noche profunda, cuando las pantallas empezaron a mostrar los números lapidarios.
Por esas horas, el único combustible que hacía funcionar las maquinarias de las proyecciones eran las encuestas de boca de urna. Los números anticipaban el triunfo de Scioli, había otras caras. La pregunta era por cuánto ganaría. Y en esa matemática, el FpV no la tenía fácil. Las numerosas encuestas boca de urna anticipaban la segunda vuelta. Y así fue nomás.
Con un detalle que cambia todo: la segunda vuelta ya no tendrá un ganador que buscará revalidar. La ola amarilla parece dispuesta a dar vuelta una página en la historia nacional.