Dialogar entre los actores políticos, sociales y económicos es prioritario. Las recorridas por localidades y barrios; las charlas con ciudadanos, con dirigentes sociales y políticos y con los medios de prensa reflejan esta realidad.
Dialogar entre los actores políticos, sociales y económicos es prioritario. Las recorridas por localidades y barrios; las charlas con ciudadanos, con dirigentes sociales y políticos y con los medios de prensa reflejan esta realidad.
La crisis económica que nos está golpeando, autoinfligida por el gobierno nacional, requiere de esta dinámica de intercambio de ideas y de toma de decisiones consensuadas. En eso nos comprometemos los partidos políticos de la oposición nacional, pero principalmente los integrantes del Frente Progresista.
Si analizamos las principales cuatro crisis que atravesó el país en los últimos cuarenta años, la falta de colaboración, o el extremo enfrentamiento interno, fueron la constante en la incapacidad de su resolución. Este aspecto es fundamental, pues una dificultad de esta índole, que se agrava, implica una ciudadanía que debe pagar los costos para salir de la misma. Llegar más al fondo del pozo solo beneficia a los que están arriba.
En dos de estos procesos gobernaba el PJ, en dos la UCR compartiendo en una la situación con los otros partidos de la Alianza.
La primera se desató en 1975, con una terrible sinergia entre crisis y violencia política del partido gobernante y crisis económica, nacional e internacional. Al derrumbe del gobierno justicialista, que no tuvo modo de proponer un diálogo constructivo para hallar una salida, se le sumó el golpe de Estado más sangriento de nuestra vida institucional.
La segunda crisis, en el período 1989-1990, mezcló las debilidades de un sistema político que buscaba consolidarse, con las falencias de una economía en franco deterioro. La novedad no fueron las viejas asonadas militares, aunque las hubo, sino lo que los propios medios llamaron "golpe de mercado". Y es así como los procesos hiperinflacionarios y los saqueos del final de gobierno del radicalismo y los meses iniciales del de Menem, mostraron otra vez la falta de diálogo en la clase política.
Nuestro tercer momento definitorio, que aún sigue marcando nuestras conductas individuales y sociales, fue la brutal salida de la convertibilidad en 2001. Una alianza de gobierno debilitada en su conformación, que tuvo un fuerte rechazo electoral de la ciudadanía, sólo condujo a una situación que con posterioridad postró a más de medio país en la pobreza. Nuevamente faltó el diálogo y los gobernadores fueron los árbitros de ese final anunciado.
En estos días nos enfrentamos a otra crisis y volvemos a recordar con crudeza nuestros comportamientos aprendidos en las anteriores circunstancias. La falta de incentivos de las políticas económicas nos llevan a acortar las expectativas temporales. Los salarios se debilitan y hay incertidumbre en todos los sectores.
Por esto debemos tomar uno de los aprendizajes de las crisis anteriores: cuando la clase política no logra establecer un diálogo constructivo es muy probable que los sectores económicos que ganaron en esas circunstancias anteriores vuelvan a ganar, y quienes perdieron lo hagan otra vez.
Así, se debe propiciar un urgente diálogo para la resolución de los problemas económicos que enfrentamos, dando cabida al debate en las instituciones de la democracia. Estas son el marco en el cual la clase política debe realizar este ejercicio, así lo facilitará, lo encaminará, le colocará límites.