El primer año de la gestión del Frente Progresista se consume sin la convivencia
política en una Legislatura que aceleró, en el último trimestre, una batalla que preanuncia un
inquietante 2009, con una elección legislativa crucial, ya sea para refrendar el poder oficialista
o para reactivar los deseos del PJ de volver a la Casa Gris.
Los cien días de gracia, también llamada "luna de miel", se cumplió tal cual
indican los manuales de la buena política. Más por necesidad que por convicción, el PJ facilitó a
Hermes Binner de las herramientas necesarias que exigió antes de encarar el inicio de su gestión:
aprobó el presupuesto 2008 (confeccionado por Obeid y retocado por el socialista), lo mismo hizo
con la ley de ministerios.
Otro par de proyectos impulsados por el oficialismo tampoco sufrieron trabas,
aunque sí algunas tibias objeciones, como la sanción del comité mixto de seguridad laboral o la
prórroga para la puesta en marcha del Código Procesal Penal.
Reacomodamiento. Noqueado por la derrota y la pérdida del invicto tras 24 años
en el poder, el PJ trató en los primeros meses de 2008 de disimular una interna que afloró casi en
simultáneo con el conflicto agropecuario, y se zanjó rápidamente al calor de esa disputa, que dejó
en un lejano plano las disputas intestinas.
Sin ir a las urnas, con la intervención de la Casa Rosada, el senador Ricardo
Spinozzi (del sector reutemista) se alzó con la presidencia del PJ y Agustín Rossi quedó como
primer congresal. La sangre no llegó al río y significó, a la postre, una mala noticia para el
frente gobernante.
Los puentes entre el Ejecutivo y la Legislatura comenzaron, entonces, a
resquebrajarse. El Senado, de mayoría peronista, hizo sentir su rigor con el proyecto oficial de
reforma tributaria, que establecía, entre varios puntos, una metodología para financiar a los
municipios y comunas.
El peronismo impulsó y aprobó en el Senado una quinta cuota del inmobiliario
destinado íntegramente a los municipios. La estrategia de la Cámara alta funcionó coordinadamente
con los diputados peronistas, desgajados en cuatro bloques dentro de la Cámara baja.
El oficialismo impuso, a la vez, su mayoría en Diputados al insistir con el
proyecto original del Ejecutivo. Resultado: la reforma tributaria fue sepultada y con ella el
"pacto de no agresión" entre frentistas y opositores.
"El PJ quiere gobernar la provincia desde el Senado", bramó Juan Carlos Zabalza,
el único socialista en la Cámara baja. "Si nos siguen poniendo trabas, vamos a meter preso a
Reutemann", le espetó, en plena sesión de Diputados, el legislador Raúl Lamberto a Federico
Reutemann, sobrino del ex gobernador.
La guerra declarada encontró a los peronistas unidos por el espanto más que por
el amor (Borges dixit), y también se hicieron públicas las diferencias de criterio dentro del
propio Frente Progresista entre radicales y socialistas.
"Estos (por los socialistas) creen que la Legislatura es el Concejo rosarino",
se le escuchó decir a un radical por esos días, descontento por la forma en que sus colegas del
Frente transitaron los sinuosos caminos en la sede legislativa sin la mínima intención de
consenso.
Después del episodio de la reforma tributaria, la pelea, hasta entonces de
intramuros, se extendió hacia afuera, con fuertes cruces dialécticos entre los dos grandes
referentes políticos de la provincia: Binner y Reutemann.
El gobernador, sabedor de las sensibilidades del otro, le recordó la represión
del diciembre negro, con Pocho Lepratti como mártir insoslayable de esa jornada trágica. Reutemann
contraatacó con una máxima que funciona también como estigma: dijo que utilizan el marketing como
único principio de gestión.
La Legislatura santafesina promete nuevos capítulos y culebrones, justo en la
alborada de una crisis cuya magnitud todavía no se puede mensurar.