"Como ocurrió con San Martín, la historia oficial encontró en el homenaje formal de los monumentos, las calles y avenidas la forma de ignorar a este enorme argentino que no tiene su día en el calendario oficial", advierte el historiador Felipe Pigna sobre Manuel Belgrano en su libro El hombre del Bicentenario, recientemente publicado por Planeta. Un recorrido biográfico, desde su nacimiento a su muerte, pone en "su" lugar al creador de la bandera para quien la historia oficial, según Pigna, reservó un lugar donde su mayor virtud fue morir pobre, ocultando su lucha por una educación igualitaria, sus ideas sobre propiedad de la tierra, igualdad de género y la defensa del medio ambiente. Ideario que se reactualiza hoy, a poco de cumplirse doscientos años de su muerte.
Pigna ofrece una mirada sobre la familia de Belgrano, sus estudios como abogado en Europa (donde se sumó al ideario por la libertad, igualdad y fraternidad de la Revolución Francesa), el regreso a Buenos Aires y la designación al frente del Consulado español, su rol como militar, la puja con políticos de su tiempo a los que consideraba "partidarios de sí mismos" y su muerte en la más absoluta pobreza.
Y justamente esa condición al momento de morir, ser pobre, es uno de los puntos que Pigna critica sobre el relato oficial sobre Belgrano. "La historia, que durante mucho tiempo tuvo el monopolio de la formación de nuestros niños y jóvenes, fue instalando la didáctica de la pobreza, haciendo gala del ejemplo para las futuras generaciones que implicaba la muerte de Belgrano en la más absoluta miseria. Según sus leyes de la obediencia y el ejemplo, no hay nada mejor para los demás que morir pobres. Aprender a morir como se nace, sin disputarles los ataúdes de roble, los herrajes de oro, las necrológicas de pago y las exclusivas parcelas en los cementerios privados, es para ellos una virtud a inculcar", señala el historiador.
Pero destaca que "omiten decir que Belgrano nació rico y que invirtió todo su capital económico y humano en la Revolución, que Belgrano no se resignó a morir pobre y reclamó hasta los últimos días de su vida lo que le correspondía: los 13.000 pesos de sus sueldos atrasados, y que se aplicaran a los fines establecidos los 40.000 pesos oro que había donado para la construcción escuelas".
"Tampoco nos recuerdan que Belgrano no se cansó de denunciarlos y no ahorró epítetos para con ellos —apunta Pigna—. Ojalá este libro contribuya a que los argentinos conozcan a este hombre extraordinario y que las banderas de Belgrano, la honestidad, la coherencia, la humildad llena de dignidad flameen como él lo hubiera soñado".
En una entrevista de Claudia Lorenzón para la agencia Télam, Pigna repasa el ideario de Belgrano y plantea su figura como un hombre coherente y con un fuerte perfil político.
—¿Por qué pensás que Belgrano fue olvidado o poco reconocido por la historia argentina?
—Creo que en esas maniobras clásicas de la historia liberal argentina a Belgrano se le cargó la especialización de creador de la bandera y se lo encasilló en ese hecho que puede ser importante, pero no el más importante de su vida. Es una persona incómoda, porque ha denunciado cosas que quedaron inconclusas en el país como la no industrialización, el reparto desigual de la tierra, muchas cuestiones que siguen incomodando aún hoy en la Argentina.
—Belgrano fue un adelantado en cuanto a sus ideas y un hombre muy solidario, ¿de dónde le viene esa sensibilidad social?
—Viene de una familia donde existía un concepto muy importante de la caridad, porque sus tíos habían sido sacerdotes dedicados a la caridad, practicaban el cristianismo, una idea presente en toda su vida. Por otra parte, influye su llegada a Europa en un momento tan espectacular como cuando ocurre la Revolución Francesa y cuando se da un debate sobre las nuevas ideas políticas y económicas en Salamanca, Valladolid y Madrid donde reside varios años, como lo dice en su autobiografía. Además, su rol como funcionario real al frente del Consulado lo hace estar atento a las novedades que le llegaban a través de la lectura de libros y de la prensa. Al irse metiendo cada vez más en una administración estatal deja en claro sus ideas a contracorriente de lo que quería la colonia. Sus ideas de libertad, reparto de tierra, educación femenina, algo completamente insólito en América, y de la educación como un elemento económico del país son las que impulsaba Belgrano.
—¿En aquel momento esas ideas fueron tenidas en cuenta?
—No. Algunas fueron concretadas, como la Escuela Náutica para ir formando una escuela nacional de marina mercante, la escuela de dibujo técnico para promover la industria; el cuidado del medio ambiente, siendo el primero que habla del tema y advertir sobre las inundaciones causadas por la deforestación. A casi 200 años de su muerte sigue denunciando cosas que todavía pasan.
—Belgrano presenta ante el Congreso de Tucumán la propuesta de una monarquía constitucional incaica. Sabiendo que tenía más detractores que políticos que la apoyaban, ¿por qué lo hace?
—Hay una cosa muy desafiante en él, por eso la idea de un Belgrano blandito es una falsedad completa, al contrario, es altamente provocador. Lo del inca es definitivamente una provocación, sabe que no va a pasar nada, pero está llamando la atención en dos cuestiones. Una es que viene de Europa de una misión diplomática frustrada de la cual regresa antes de tiempo porque cree que es absurda, la de traer secuestrado al infante Francisco de Paula. Además, luego de la derrota de Napoleón hay una vuelta de la monarquía, un reforzamiento de la Santa Alianza, y por lo tanto dice: "Ya que está todo «monarquizado» por qué no planteamos la monarquía constitucional con un inca a la cabeza". l sabía que era impracticable porque la persona que propone al frente de esa monarquía era Juan Bautista Túpac Amaru, hermano del líder rebelde que murió descuartizado, que está preso en Ceuta (Perú), algo imposible. Por supuesto, se burlan de él, pero en definitiva es una llamada de atención a lo que está pasando en ese Congreso donde se discute sobre una forma de gobierno, acerca del carácter rentístico del país, de todo, menos de la independencia, muy demorada.
—En el libro hay varias cartas, ¿cuáles considerás más relevantes?
—Son muy interesantes las de San Martín y Güemes, y las de Rivadavia son tremendas. De ninguna manera acepta el reto que le hace Rivadavia por haber creado la bandera, que se lo va a seguir reprochando hasta las últimas cartas y la incomprensión y la locura de ordenarle bajar y abandonar el norte, cosa que no hace y gracias a eso tenemos Tucumán, Salta, Jujuy. Si hubiera sido por Rivadavia nos quedábamos con la provincia de Buenos Aires y nada más. Una vez más demostró no ser ningún blando. Porque blando y la acusación de gay que se le hizo era lo que faltaba. Siempre digo que si hubiera sido gay no tendría problemas en contarlo, pero no lo fue. Y lo canallesco es que se recurre a esa afirmación cuando en un país machista eso es demoledor.
—¿Cuándo surgió esa versión?
—Antes de los 90, pero en esa década hubo una novela que lo ponía en un romance con su médico, el doctor Redhead, de quien era muy amigo y es el que le recomienda Güemes porque había vivido en Salta. Redhead es quien lo va a atender hasta último momento y con él le inventan una relación homosexual.
—Viniendo de una familia acomodada económicamente, Belgrano murió en la pobreza. ¿Fue el único político de su tiempo al que el Estado le terminó debiendo dinero?
—No, a San Martín también le sucedió, pero pudo cobrarlo. Rivadavia le suspende el pago de la pensión, la pasa muy mal y recién cuando llega Rosas en 1829 comienza los trámites para que se le pague lo que le deben; va a cobrar un interés retroactivo y sus últimos años van a ser muy prósperos. Pero también hay algo que no se dice y es que Rivadavia disuelve el Regimiento de Granaderos a Caballo para que no se tenga memoria de San Martín. Las mezquindades y miserias nacieron con el hombre y lo importante es que recordemos a Belgrano para saber quién es quién en la historia argentina, porque nos ayuda a entender lo difícil de pelear contra el enemigo español y también con el enemigo interno.