Empieza a morirse un fin de semana en pleno otoño. En apariencia, las opciones en la cartelera están agotadas, vistas, repasadas. Pero, con total humildad, casi como pidiendo permiso, se asoma en la grilla "Domingo en la trinchera", una propuesta que se despide hoy a las 20.30 del teatro La Morada, San Martín 771, para desembarcar los viernes de junio en La Manzana.
Lejos del ruido rimbombante que las redes sociales generan en las producciones independientes de los últimos años y con una estrategia de prensa absolutamente soterrada, el cronista sale al encuentro de una propuesta que llama la atención justamente por su silencio. Puede suceder que detrás de un elenco de bajo perfil se esconda una buena obra de teatro. Porque en definitiva se trata de eso, del aquí y ahora de una obra de teatro, más allá del megáfono o el envase que la promocione.
"Domingo en la trinchera" es una obra delirante, la primera que dirige Aimé Lezcano. Puede asemejarse a una estructura onírica, llevándonos a rincones inesperados en los que brota el juego del absurdo. En el centro de la escena está la Niña (Florencia Passoni), con su arma al hombro, encerrada en una trinchera que comienza a flotar en el humo del espacio. Esa niebla rápidamente empieza a desprenderse del suelo y de algo que habitualmente llamamos realidad.
Ella, Niña combatiente, está literalmente en un campo de batalla como en la Primera Guerra Mundial, pero en un tiempo totalmente incierto, con muchos guiños al presente.
De repente, como si se tratara de una rutina carcelaria en horario de visitas, entre las bolsas de arpillera aparecen sus padres (Maela Morelli y Nicolás Palma). Elegante y jocoso, el matrimonio ingresa con la canasta repleta de comida para pasar un domingo de pic-nic familiar rodeados de pólvora.
Lo que parece un simple juego triangular entre dos padres excéntricos y una hija condenada al abismo de la guerra en una suerte de recreo, empieza a enrarecerse con la llegada de una prisionera del otro bando (Yanina Gaggino) La presencia de la enemiga asombra a todos, tensionando los vínculos. Cada combatiente es el espejo de la otra, reflejando una tendencia de algunos países en conflicto permanente: los niños soldado. Un guiño al conflicto en Irak sobrevuela un momento crucial de la obra, poniendo sobre relieve algunas incongruencias entre la condición socio-cultural de los padres (que provienen de una clase media bien occidental) y la situación objetiva de los menores en la guerra (una condición más cercana a los países orientales).
Lo absurdo de estos cuatro personajes tiene un condimento extra con la irrupción de una enfermera sedienta de cadáveres (Beatriz Mucci) que altera algunos momentos de la escena. Y nos lleva a la pregunta inevitable, irresuelta: ¿en el absurdo vale todo?
En definitiva, la obra es una sátira muy fresca sobre el horror de la guerra. Una propuesta que por momentos puede resultar evasiva, cuando se arma un concierto de signos que los vuelve abiertos e imprecisos.