Miércoles, siete de la tarde. La gente baja por calle Córdoba sin apuro. El cielo está despejado y a plena luz. Los vendedores ambulantes hacen suya la bajada. Un automovilista pelea con un cuidacoches que cortó el estacionamiento con baldes. Una agente de la GUM le impide el paso a un hombre que viene con una caja. En Juan Manuel de Rosas ya está cortado el tránsito. Algunos de los que llegan lo hacen ya con los trajes típicos. En el Club Social Argentino Sirio unas niñas ensayan una coreo. Otras están debajo del escenario ataviadas con polleras y corpiños blancos y capas doradas. Quizás, muchas de ella son hijas de las niñas que hace 30 años bailaban las primeras ediciones.
En el escenario mayor, los chicos de la colectividad siciliana, vestidos de blanco, celeste y negro, bailan tarantela. La colectividad griega mantiene la réplica del Panteón que adornó su stand desde siempre.
Otro grupo activo es el del Líbano, donde desde el escenario están desde temprano bailando. Japón vende comida y tiene montada una carpa con bonsais y artesanías típicas, pero no tiene escenario. Las asociaciones, centros y familias abruzzesa, basilicata, molisana, veneta, ligure, sardo y toscano se unen bajo el lema común "Sei Italia". Otras tienen sus propios stand.
En Palestina también hay baile en el escenario, mientras que a su lado, Cuba prepara una pequeña tarima con mucho chévere y levanta una pequeña carpa donde se expenden tragos. Perú vende sus anticuchos, pero en el tablado todavía no hay bailanta.
Ocho de la noche. En el escenario mayor, niñas muy pequeñas de la colectividad siria se contornean mientras que, abajo, los padres agitan los brazos para que los vean. Esta imagen se va a repetir prácticamente toda la noche. Los grupos mostrarán sus progresos cuando salgan a hacer su coreografía las adolescentes, ya más preparadas. Están vestidas de turquesa con brillantes violetas y plateados, y flamean banderas rojas, lila y turquesa al compás de la música.
En el Centro Cultural Argentino-Yemení las chicas bailan desde temprano danzas sugerentes. Un rato más tarde, en el escenario mayor, un elenco multitudinario de jóvenes y niñas de la Familia Abruzzesa le pone clímax a la velada.
Nueve de la noche. La gente llega multitudinariamente. La feria empieza a mostrarse en todo su color. En la entrada, un muchacho con una gorrita de visera plana intenta ingresar con una chica. La policía lo para y lo cachea de arriba abajo. Entra. Quizás, ya lo hayan tenido "junado" desde antes. Vaya a saber.
En el escenario de Rusia, chicos vestidos con pantalones negros, camisas rosas y gorros tipo cosaco bailan una versión infantil del dificilísimo Karachok, acompañados por chicas vestidas de rosa.
En los stands españoles se siente el olor inconfundible de las cazuelas de mariscos. La colectividad peruana cierra la sesión de espectáculos de los grupos menores y anuncia los elencos mayores, como el coro Molisan y el centro Extremeño.
Las colas para comer empiezan a hacerse interminables. "Venimos todos los años y tratamos de hacerlo más de una vez en cada fiesta. Ahora tenemos el bebé y nos cuesta un poco más, pero venimos igual", cuenta Vanesa, de 36 años, que come con Pablo (42) y su pequeño Giovanni, de tres meses, que no come, mama, pero por suerte duerme. "Estamos un poco desubicados porque cambió la distribución de los stands y del escenario. Pero nos sorprende ver tanto público", dice Pablo.
Ambos comentan que normalmente se van temprano porque "a partir de cierta hora viene otro tipo de gente. Antes nos podíamos quedar hasta más tarde, ahora no".
Hugo (28) y Belén (22) son otros habitués de la fiesta. "Ahora la vemos más tranquila que otros años. Pero está viniendo mucha gente. Cuando empezó no había nadie", dicen.
Lo que pasa en el escenario mayor conserva la magia de la fiesta. Los números son precedidos por la explicación de las leyendas y tradiciones que dieron origen a cada baile (ver aparte).
Diez de la noche. En escenario descolla el grupo español del Centro Extremeño de Rosario, con un baile que recrea la formación de una pareja. "Si la porra sale por donde entró, es porque la niña ha dicho que no. Pero momento, momento, la niña ha dicho que sí", cuentan y empieza la fiesta.
Se viene la elección de la reina y se van armando las hinchadas. "La reina es valenciana", reza un cartel. Los peruanos irrumpen sobre la valla del escenario como una barrabrava, pero pacífica. "La reina es de Sicilia" cantan dos chicas que se acompañan con un redoblante.
Un poco más lejos del escenario, y sentada en un stand mientras come rabas, una pareja charla con este diario. "Yo soy de Rosario y desde muy chiquita vengo con mi familia", recuerda Ayelén, de 29 años. Está con Nicolás (32), que hace 14 años se vino a estudiar desde Cañada de Gómez y se asentó definitivamente en la ciudad. Los dos ven a la fiesta más organizada, más cuidados los espacios para transitar y más ordenado el tema de los residuos. "Habría que ver después las condiciones en las que queda el parque. Eso es lo malo. Está bueno que esté cercado, que haya custodia policial", se tranquilizan.
Once de la noche. La elección de la reina, prevista para antes de las 22, todavía está en veremos. El frío empieza a sentirse fuerte. Los precavidos llevaron abrigos. Los que no, pueden esperar el resfrío para el próximo día. Los bailes del escenario central se trasladaron a los de los stands.
De a poco, de manera casi imperceptible, visible sólo al ojo atento, después de manera más inocultable, el ambiente empieza a cambiar. Aparecen algunos grupitos que se desplazan de manera errática. Pero la custodia es muy fuerte. Pocas veces se vio un operativo de seguridad tan aceitado.
Ajena a todo esto, la gente vitorea a las candidatas, que desfilan con ropa informal, con trajes de noche y con vestimenta típica de cada colectividad. Los gritos se escuchan desde lejos.
Doce de la noche. La reina ya fue elegida. Lloró, agradeció. También las princesas se emocionaron. Hubo griterío casi futbolero, llantos, aplausos, vivas.
Fuertemente custodiado, el stand de Brasil empieza a bajar los toldos. Desde ese mismo sector, un grupo de policías sale eyectado hacia la zona de vallas instaladas por avenida Belgrano. Caminan rápido y se le suman más efectivos. Salen a la calle. Algo parece haber pasado. Pero todo es falsa alarma. Un niño perdido acaba de encontrar a sus padres. Todo se disipa. La gente empieza a salir del predio.
Jueves, una de la madrugada. En el stand de Irlanda un grupito de jóvenes sigue tocando música y bailando, pero ya es una peña puertas adentro. En algunas carpas, los integrantes de las colectividades comen y conversan. Las calles quedaron desiertas. Un par de vendedores informales se trenza en una discusión sobre territorio y horarios. Personal de limpieza apura a dejar en condiciones el lugar para el próximo día. Los policías todavía custodian la zona. La gente ya se fue. Da más miedo volver a la calle que quedarse ahí adentro.