Hace poco más de una semana el prestigioso educador mexicano Angel Díaz Barriga fue el invitado principal de las Jornadas de Educación organizadas por la Fundación Fraternitas. La especialidad del expositor es la evaluación educativa; de eso vino a disertar a Rosario. Y aunque su discurso se centró en la “Evaluación de la educación superior en América latina”, la verdad es que el análisis que compartió remitía muy bien a lo que pasa con el sistema educativo en general, no sólo en las universidades. Su exposición llegó en un momento muy oportuno: cuando en la Argentina se empieza a hablar con más fuerza de evaluar al sistema escolar (incluidos sus docentes) y en tiempos en que el modelo chileno —el más expuesto a cuanta prueba hay— muestra su fracaso. Díaz Barriga no dudó en advertir que “la evaluación de la educación se ha convertido en un monstruo en sí misma”, también que “crea simulación, empresas privadas y distorsiona la vida académica”.
Angel Díaz Barriga es profesor de la Universidad Nacional Autónoma de México (Unam) y autor de numerosos libros y artículos muy leídos por los docentes. Enmarcó su presentación situando a la evaluación en la región como un tema muy complejo, dada la diversidad de las naciones. Aún así, habló de muchas similitudes y diferencias que encontraba en estos sistemas.
En ese sentido, mencionó que uno de los rasgos principales que une a este debate es el “optimismo y escepticismo de las políticas de evaluación”; en tanto significan pensar en la promesa de mejorar la calidad educativa pero también por la desconfianza que despiertan a la hora de su aplicación. Enseguida hizo un repaso histórico de cómo las evaluaciones se extendieron como prácticas.
Neoliberalismo. Es en los 90 cuando en escuelas y universidades empieza a hablarse y también a aplicarse con rigor esta práctica. Pero esta vez, según indicó el educador, con un discurso creciente y ligado a la “calidad educativa”. Al respecto, detalló que “para establecer la evaluación en América latina se conjugaron tres tipos de actores” en tiempos del neoliberalismo. El primero, “la clase política de corte neoliberal”. Luego, “los organismos internacionales que toman un papel protagónico y que fueron capaces de hacer un discurso acorde a lo que buscaban”. Recordó así que el Banco Mundial tuvo en esos años “el departamento de investigación educativa más grande de la época”, que le dio la posibilidad de generar un discurso apropiado a lo que pretendían.
El tercer actor que jugó a favor de la extensión de las evaluaciones en la región fueron “los investigadores y los técnicos que apuntalaban ese proyecto”.
En la actualidad. ¿Qué pasa hoy? Según Díaz Barriga, los organismos internacionales no abandonaron sus intenciones, sino más bien que buscaron aggiornarlas. Por eso consideró que es hoy la Organización para la Cooperación y el Desarrollo Económico (Ocde) la que toma la posta con la promoción de las conocidas pruebas Pisa (evalúan conocimientos básicos de los estudiantes y luego ranquean a los países según los resultados).
“La evaluación aquí funciona como un factor de homogenización de la educación”, expresó el educador mexicano sobre estas pruebas que pretenden que todos los chicos del mundo aprendan lo mismo, pero sin considerar los contextos y diferencias culturales. Por eso enseguida cuestionó: “Nada se dice de quién elabora las preguntas de estas pruebas”, y desafió: “Me gustaría que la prueba Pisa fuera elaborada con preguntas de estudiantes de América latina para ver cómo las responden los estudiantes europeos”.
Otro discurso. Más tarde, casi al final, volvió sobre esta idea al reclamar la necesidad de empezar “a construir un discurso de la calidad con otros referentes”. Trajo entonces a la charla la experiencia de la Reforma del 18, el sentido nacionalista que tuvo y expresó: “Quizás en un mundo global no sea lo ideal hablar de un modelo nacional, pero sí de una Universidad sensible a su entorno, preocupada por el mismo”.
Otro de los aspectos que Díaz Barriga juzgó importante es “saber cuáles son los efectos de la evaluación, si los sistemas son mejores por eso desde hace 10 años”. Citó el caso mexicano como ejemplo de que la evaluación se ha convertido en una práctica en sí misma pero que no profundiza en qué se hace con los resultados, donde se realizan a nivel de la educación superior “unos 30 millones de exámenes al año”. “Esta práctica se ha convertido más que nada en una empresa de tomar exámenes”, dijo, y recordó que ya no sólo se toman pruebas de ingreso (propia de los 90), sino también de egreso (en algunos países obligatorias, en otros voluntarias y en otros suman puntos a las titulaciones de quienes las pasan).
Díaz Barriga consideró que “las pruebas sólo evalúan números de las instituciones”. Y que cuando se pretende avanzar sobre aspectos más cualitativos las preguntas son “sobre cosas que ya se saben por el mismo sentido común”. Un ejemplo que dio es cuando se consulta sobre la relación entre la situación económica y cultural de los padres y su influencia en los aprendizajes de los alumnos.
Sensibilidad. A la hora de las conclusiones, Díaz Barriga no anduvo con rodeos y dijo que “la evaluación de la educación superior es un factor de simulación, es un monstruo con vida propia”. Opinó que tal como están planteadas las evaluaciones no registran lo que pasa en las aulas. Contó para graficar esta idea que en una de sus clases le había tocado enseñar a 90 alumnos en un aula para 60. Dada la cantidad, apeló como estrategia de trabajo a las formas más tradicionales de la enseñanza. “Quizás si me hubiesen observado hubieran considerado que era un profesor que no aplicaba cosas nuevas”, comentó.
Recordó entonces que “observar un aula requiere de mucha sensibilidad, también de formación, pero más de sensibilidad”. Y que sin dudas “hay que incentivar al profesor profesor”. “Hay que hacer que esté feliz en el aula aunque eso no se pueda medir. Lo que le da sentido a la Universidad es tener estudiantes y cumplir en primer lugar con ellos. No que el profesor esté pendiente de que todo lo que haga sea porque será medido”, concluyó.