Como se había anticipado, las paritarias se recalentaron con la decisión de los grandes gremios de movilizarse para correrr la línea Maginot que desde principios de año defienden las cámaras empresarias y el gobierno para contener los reclamos de aumento salarial.
El grito de guerra de la UOM y los bancarios activó la mecánica de activismo sindical contenida en los últimos dos meses por las negociaciones y escaramuzas de baja intensidad. Una especulación estratégica que encontró el límite en la inflexibilidad patronal para mejorar las ofertas de aumento de sueldo. Aun dentro de los escasos márgenes de maniobra que dibujó el gobierno nacional al establecer un epicentro salarial del 18 por ciento, fortalecido por los Estados provinciales que aplicaron un radio de actualización del 21 por ciento.
La dificultad para imponer ese techo al sector privado formal construyó un cenagoso ring en el que los gremios hicieron fintas durante cinco meses, mientras el Estado y las empresas formadoras de precios encadenaban aumentos de impuestos, tarifas y precios de bienes y servicios con una ferocidad pocas veces vista. Incluso desde 2007, cuando los capitalistas del modelo de la posconvertibilidad comenzaron a resarcirse con la pérdida del diferencial cambiario con la tasa de inflación.
A mitad del año, con precios que viajan en nave espacial y salarios que navegan en submarino, la pauta oficial quedó vieja. Al menos como ordenador de un acuerdo de largo plazo. Es una cifra difícil de aceptar por dirigentes gremiales que, sin exagerar, de algún modo se sienten obligados por los trabajadores empobrecidos en la fiebre remarcadora de 2012 .
Si la pretensión es, además, conducir la CGT, defender a rajatabla de la pauta oficial es tomar una cicuta salarial. Por lo pronto, mientras el candidato oficialista a conducir la central obrera, Antonio Caló, protestó con un paro de 24 horas, el secretario adjunto de Camioneros, Pablo Moyano, adelantó que su reclamo va a estar más cerca del 30 por ciento.
La interna cegetista es un factor, sólo un factor, que incide en la renovada agitación de la pelea salarial. Es la explicación que respaldó el discurso de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner para relanzar, luego de unos meses, su discurso contra los sindicatos.
Rodeada de empresarios a los que les amplió la línea de créditos subsidiados del Fondo del Bicentenario, la presidenta retomó el hilo argumental iniciado con su denuncia de extorsión sindical. En interpelación directa a la "dirigencia sindical"les advirtió que las demandas salariales "exageradas" comprometen la preservación del empleo en medio de una crisis global que promete profundizarse y a la que sólo puede enfrentar con una economía "competitiva".
Entre la distribución del ingreso y la competitividad, Cristina advirtió a las organizaciones del movimiento obrero que tensar la cuerda a favor de la primera opción puede "pudrir todo". Momento en el cual, dijo, los jerarcas sindicales huirán y los trabajadores quedarán sin empleo. Y enajenarán, amenazó, los millones de empleos y las mejoras laborales alcanzadas "gracias al modelo de Kirchner" y no por "las huelgas" y la lucha sindical.
En el altar de los créditos del Bicentenario, desvistió el relato político de la épica recuperada con la renacionalización de YPF y expuso con crudeza la versión oficialista de un nuevo tipo de pacto social, en el que la puja distributiva debe cristalizarse en un nivel que garantice la "continuidad del modelo".
Un modelo que, sin descuidar los logros políticos efectivos y simbólicos de la última década, se origina en la pulverización del costo salarial luego de la devaluación de 2002. En el Big Bang a través de la cual la masacre laboral amasada durante 30 años se convirtió en la energía de una recuperación económica basada en el empleo a menor precio. Este movimiento es parte de un ciclo de acumulación que fue acompañado por una sana voluntad política de recuperar instituciones progresistas que tuvo a Kirchner como actor, no exclusivo, pero sí central. Y que son un activo a mantener y profundizar.
Pero los límites del modelo se tensan cuando esta recuperación amenaza las ganancias que se consolidaron en la posconvertibilidad. Allí vuelve el dilema entre restauración y reparación.
Salario contra empleo es sólo una fórmula contradictoria para la lógica ortodoxa que se pide desde fuera del modelo pero se ejecuta dentro del mismo. De hecho, a la actual instancia de la paritaria se llega no sólo luego de una brutal remarcación de precios sino de un colchón de despidos y precarización que, sin llegar a la de 2009, se cocinó a fuego lento este año en frigoríficos, industrias alimentarias, supermercados, metalúrgicas y constructoras, con los gremios y el Estado oficiando de escribanos.
En todo caso, la propia centralidad del trabajo en el actual modelo consolida demandas que no provienen de la ingratitud de la peonada hacia los "regalos" de un patrón sino con insatisfacción de necesidades básicas que, a través de un tamiz de complejidades, también se expresa en casos como la nueva ola de ocupaciones de terrenos. Aquella centralidad es también el nudo de un activismo político que convendría proteger más que combatir, atento a las formas violentas e irreflexivas con las que se resuelven los conflictos sociales cuando no están mediatizados por la racionalidad política.
Tiene razón Cristina cuando advierte sobre el recrudecimiento de la crisis global. Para peor, los agrodólares gotean los precios máximos de la soja por el filtro del menor volumen. Situación que retacea liquidez y revive las esperanzas protagónicas de otro activismo, el ruralista, que en La Plata estrenó con violencia su deseo de recrear un 2008 en clave provincial. •