"Si un comerciante aumenta sobre un producto que ya compró, no se está cubriendo para reponer sino que está tomando ganancias". El presidente del Centro Unión Almaceneros fue una de las pocas voces del ámbito de las entidades empresariales, sociales o sindicales, que apuntó a darle esta semana cierta racionalidad al relato explicativo de la devaluación.
Amparados en protestas de "incertidumbre", el resto de los actores económicos que participan del sistema de formación de precios se dedicó a naturalizar la conclusión de que el aumento del dólar debe ser acompañado en la misma proporción por el valor de los activos.
Sin referentes políticos, ni gremiales ni sociales que se sientan obligados a dar esa discusión, la sarasa se encarna como una verdad socialmente difundida, que releva la necesidad de discutir el hecho de que la transferencia regresiva de ingresos que implica la devaluación no es una medida de laboratorio sino una decisión real e histórica, que beneficia a los sectores que pueden anclar a moneda dura sus activos y perjudica a los que tienen que resignar poder adquisitivo para contribuir a la rentabilidad de los otros.
Así, estockear electrodomésticos o remarcarlos en un 50 por ciento, dolarizar y demorar la entrega de insumos para la construcción, remarcar abusivamente productos de consumo masivo que, además de fabricarse en pesos, arrrancaron el año con el brutal colchón inflacionario de diciembre, son transmitidas y aceptadas como una maldición bíblica o una decisión diabólica de un funcionario, de la que sus beneficiarios habrían sido ajenos.
La feroz medida cambiaria, como muchas otras tomadas en los últimos años, fueron claramente tomadas por el gobierno en atención, sea por amor o espanto o ambas cosas, de sectores económicos que presionaron por ellas. El diseño de la estrategia devaluatoria tuvo como guía la promesa de los agroexportadores al gobierno de que al actual precio del dólar comenzaría la liquidación fuerte de agrodivisas.
La semana cerró con la denuncia del jefe de Gabinete, Jorge Capitanich, por el "incumplimiento" de ese supuesto pacto, tan volátil como la situación política y como la complejidad de las negociaciones al interior de la cadena agroindustrial, con actores que también pelean entre sí, lo indican. Hay sectores, como los productores primarios, que no participaron de ese acuerdo, y no se sienten obligados a cumplirlo. El presidente de Coninagro fue crudo al establecer el dólar Garetto: "A ocho pesos no alcanza", disparó.
La paritaria entre el Banco Central y el sector agropecuario está en plena disputa mientras la nueva cosecha todavía está en desarrollo. Del lado del campo, los actores establecen relaciones más complejas que las que se creen, pero tienen un programa común: dolarizar ganancias a costa de las reservas del Banco Central y del poder consumo de la población que no tiene ingresos atados a la moneda dura. La cadena de la carne, cuyos representantes estuvieron dos años quejándose de la preeminencia del mercado interno en su cartera de clientes, con los límites que la competencia de otras carnes le ponían para trasladar precios, ahora tienen la posibilidad exportar y valorizar sus productos. Alguien, del otro lado del mostrador, tendrá que cambiar su dieta. Y no por un mandato de la teoría económica sino por una decisión de negocios.
Las frases apocalípticas y el lenguaje técnico disfrazan en parte la brutalidad que adquiere la puja distributiva en el cara a cara cotidiano. A diferencia de los agitados tiempos de 2001/2002, la política no parece tener referentes para dar esa pelea en el territorio. Un pequeño zapping sobre la catarata de opiniones de los economistas televisivos y de muchos dirigentes políticos permite recoger paladas de críticas al gobierno sobre la falta de un plan, sobre la ideología, la experiencia o la vestimenta del ministro de Economía, sobre expectativas, incertidumbre, comunicación o las consideraciones que la política económica oficial pudiera tener entre las publicaciones especializadas en el exterior. Pero no críticas de fondo a las decisiones políticas que se tomaron. Difícil que la haya cuando hasta hace tres meses clamaban contra el atraso cambiario. Lo mismo pasa con la dirigencia política que participa del juego con expectativas de poder. El silencio o la crítica personalizada a formas o estilos de gobierno acompañan una estrategia especulativa de esperar a que el gobierno pague el costo de un ajuste que ellos mismos están convencidos que hay que hacer.
"Quedamos solos luchando contra los poderosos", protestó Capitanich, en una nueva traducción de la fábula pugliesiana del bolsillo y el corazón. Eso suele pasar cuando enancado en la soberbia, la conducción de proyecto político que se propone como transformador, se dedica a comerse a sus hijos. Lo que en este verano agitado falta en la calle son organizaciones sociales, políticas, sindicales y hasta empresarias que durante estos últimos años fueron operadas hasta la ruptura, la cooptación o la disolución, por la acción y la billetera de una secta política que pulverizó cualquier tipo de política de alianzas sobre esos sectores.
Las paritarias de los trabajadores con el Estado y las empresas asoman como el nuevo escalón de esta redefinición de la estructura de ingresos que se construyó durante la posconvertibilidad. Para la conducción de las grandes centrales sindicales, es un escenario más de la disputa política dentro del peronismo. En las bases, será una puja cuerpo a cuerpo sobre una cancha ya marcada a favor del capital, que ya pone sobre la mesa las cartas de la recesión y el empleo para limitar el anclaje de los salarios con el dólar. Aspiración que la doxa económica no considera tan natural como cuando se trata de justificar la indexación de una licuadora, un LCD o un salamín.
Paritarias. La negociación salarial del gremio de los aceiteros, que pactó un acuerdo puente cercano al 26 por ciento para negociar e pacto anual con un piso del 30 por ciento, marcan las primeras pautas. Y señala el camino, al mostrar al menos a una organización dispuesta a disputar ingresos a los principales beneficiarios de la devaluación.