¿En esta vida nada es gratis?

Hace más de una década, en distintos foros, he intentado criticar al modelo educativo chileno y junto a él algunos ejes esenciales de su modelo político. Cierto es que la recepción resulto más satisfactoria en círculos áulicos trasandinos que en mi propio país. Buena parte de la dirigencia política argentina, tal vez muy mal asesorada o aviesamente informada, está acostumbrada a ponderar "modelos mediáticamente exitosos" con el solo fin de aprovechar alguna ventaja de coyuntura.

Los días que corren muestran imágenes de las nuevas "tribus juveniles" chilenas derribando prejuicios, ganando la calle y poniendo en tela de juicio -para toda la región- un supuesto modelo exitoso de educación. Lo sorprendente de esta ocasión parece estar vinculado a la aparición en la superficie social y mediática, sin ningún tipo de miramientos ni delicadezas, las concepciones en juego.

En este marco, las manifestaciones del presidente Piñera de que "en la vida nada es gratis" quizás constituya el punto más destacado e inverosímil. No es fácil encontrar en un país a la máxima autoridad de lo público hablando del precio de una política estatal. Pero vale la pena profundizar el análisis compartiendo algunas reflexiones.

La primera está vinculada a uno de los ejes centrales de la fortaleza neoliberal, esto es su propaganda de "sentido común". Así "nada es gratis en esta vida" es una típica apelación que recorre desde taxistas reflexivos hasta abuelos emprendedores, pasando por padres cansados o apostadores de casino. Se trata de un dicho popular convocando al esfuerzo o la abnegación para obtener ciertos logros. Lo sorprendente es que este lugar común deja de serlo cuando se convierte en principio de Estado. La síntesis de la vida común supone la permanente recuperación de los caídos, si se quiere de los perdedores y en su estructura educativa el lugar de la formación ciudadana. Por ello, la supuesta eficacia ensalzada por el presidente chileno no puede consistir en un Estado con remordimientos de conciencia ante el financiamiento que presta. Si la eficacia atrapada en el cálculo no permite pensar -para decirlo con Freire- en una educación como práctica de libertad, convendrá ser ineficaz.

La segunda se relaciona con otra predica -neoliberal también- que ha calado profundo no sólo en la sociedad chilena sino también en muchos países de la región. La idea es la siguiente: "Si puedo pagar por la educación elijo hacerlo". En realidad la consigna es la prima hermana del "nada es gratis". El propio Piñera sostenía que gratuidad es sinónimo de injusticia. Lo que encierra tal concepción es que la educación gratuita es una suerte de asistencialismo escolar. Debe existir para aquellos que no pueden pagar, una suerte de caridad en forma de conocimiento. Y como todo mínimo de socorro es siempre insuficiente, secundario y de baja calidad. Son generalmente los culpables de magros resultados. Son los que no supieron aprovechar a modo de banquete "las sobras" que le fueron dadas. La educación asistencial quizás sea una de las construcciones hegemónicas más difíciles de desterrar pues describe imágenes falsas de público-privado y de masividad-elite.

El sistema educativo chileno es uno de los más "privativos" del mundo. Los jóvenes vuelven a constituirse en fuerza social que construye conciencia de por-venir. Piden Estado. Ya no interesa el dinero del Estado si él no está presente como ocurre con los charter. El problema no es público o privado en términos de gestión. La cuestión es sociedad o mercancía. Si todo tiene precio ya nada tiene valor.

(*) Director de la Extensión Académica de la Universidad del Salvador en Rosario