Ejercer la profesión de médico en esta época es, como mínimo, desgastante y
desalentador. Insatisfacción, malestar, clara percepción de sentirse menoscabado a la vez que
sospechado o, no pocas veces, acosado, son parte de los pesares que afligen a los médicos. Para
sobrevivir deben ocupar gran parte de su día trabajando. A su vez advierten la falta de tiempo para
actualizarse en su profesión o, lo más grave, para dedicarle a su familia.
Unas pocas especialidades escapan a esta situación. Este descontento médico es
más evidente en aquellas especialidades que son sólo de consulta. En ésta confluyen dos sectores.
Por un lado, los pacientes, que demandan atención médica inmediata, infalibilidad en los
diagnósticos y rápidas soluciones. Por el otro, las organizaciones financiadoras de los gastos de
salud que deben pagarla. En medio de estos dos poderosos protagonistas se encuentra el médico. El
principal protagonista es el paciente. Lo es porque el médico por vocación eligió servirlo. El
segundo, las financiadoras, lo son porque han adquirido un poder desmesurado en base a su
preponderancia económica. Persiguen fines de lucro y lo mejor para ellas sería, si fuera viable,
que sus asociados no enfermen o bien, si enferman, que el costo a pagar sea el más bajo. Esto
último de seguro lo logran. Los honorarios (del latín honorarus) son establecidos por ellas. Se
desprende que esta situación puede generar, con alta probabilidad, un deterioro en la relación
médico-paciente.
Lo que antes era un vínculo basado en el respeto, reconocimiento y justa
retribución ahora se ha transformado en una especie de transacción. El paciente que necesita
consultar deja una promesa de pago llamada "orden" o "bono" y allí se establece un acuerdo. Dicha
"orden" no tiene impreso el monto que, tal vez, percibirá el médico. En mi opinión, debería
estarlo, ya que en la situación actual podría pensarse que se trata de un sutil olvido destinado a
ocultarle al beneficiario la paga que recibirá el profesional que lo atiende y eso puede no ser
cierto.
El valor de la consulta varía. Tomemos las más altas. En las llamadas "prepagas"
—instituciones con fines de lucro— se encuentra en unos 35 pesos. Si un asociado se
suscribe a un plan con mayor cobertura es mucho más oneroso su costo mensual. Sin embargo, ese
mayor costo no se traslada al mejor pago de la consulta, ya que una de las principales "prepagas"
abona 38 pesos, fijado unilateralmente, cualquiera sea el plan. Se estima que las prepagas gastan
un 30 por ciento del dinero recaudado en su propia gestión lo que, en otras palabras, representa el
costo de la intermediación entre sus asociados y los prestadores.
Algunas ocupan edificios aún más grandes que el de las instituciones
sanatoriales, su recaudación es millonaria y su ganancia también. Pertenecen, además, al grupo de
empresas que más han colaborado en aportar fondos a campañas electorales.
Si el médico trabaja en una institución sanatorial ésta le aplica una quita de
alrededor del 20 por ciento —fijado unilateralmente— del honorario de consulta. En las
prácticas médicas suele ser mucho mayor. Los motivos que se dan van desde atribuir que el paciente
ha elegido ese médico porque trabaja en una institución de prestigio o bien porque la institución
se encarga —y no hay otra posibilidad— de gestionar la cobranza de las prestaciones. Es
decir, primero cobra la empresa y luego le da al médico lo que resta después de haberse descontado
los porcentajes que impone. Es probable que el médico utilice consultorios de la misma institución
por lo que debe pagar, además, un alquiler por las horas de trabajo convenidas aún si estuviera
ausente perfeccionándose o por vacaciones. El precio varía de acuerdo a la hora del día. Si el
médico suspende imprevistamente las consultas la institución se encarga de avisar a los pacientes
de ese hecho pero el costo de las llamadas telefónicas, a tarifa de comercio, son debitadas del
llamado "honorario" médico.
Lo poco que queda de los honorarios a percibir tampoco es seguro que llegue a
manos del médico. Sólo pueden ser cobrados si la entidad donde éste trabaja no necesita servirse de
ese dinero para cancelar otras deudas que ponen en riesgo la continuidad misma de la institución,
según se cuenta. En muchas de ellas lo adeudado a los médicos suma cifras varias veces millonaria.
En casi todas esa deuda es incobrable. Quizá Rafael Ielpi pueda establecer una cierta analogía
entre lo que cuenta en La Forestal y la situación que relato.
Haciendo la salvedad de que en esta breve descripción pueden existir algunas
variables —de seguro que en el sentido de empeorar las cosas— lo cierto es que no hay
participación alguna de los médicos que ejercen como tales en la fijación de estas reglas
económicas ni menos en su control. Funciona así y es lo que hay. Esta y otras alquimias financieras
han quedado en manos de empresarios, financiadores, contadores "ad hoc" y también de médicos que ya
no ejercen y que han preferido dedicarse a las finanzas. No me da la impresión de que estos últimos
puedan cumplir con el precepto hipocrático que dice que los médicos deben tratar como hermanos a
sus colegas.
¿Cuál es la más frecuente respuesta del médico frente a tan incierta como escasa
paga? Acortar el tiempo de la consulta, con el riesgo que eso implica, aumentando así el número de
pacientes. Difícil creer que en 10 minutos se pueda escuchar, entender, preguntar, examinar,
analizar, diagnosticar y explicar una determinada enfermedad. Es probable que se generen exámenes
complementarios en exceso —sugerido en ocasiones por el mismo paciente—, en detrimento
de la historia clínica o del examen físico. Quizá dependerá del número de "clientes" que se
necesite para subsistir y de la ética que pueda todavía preservar. Algunos suelen interrogarse: si
el médico no está conforme con el dinero que le han asignado, ¿por qué no revoca su convenio como
prestador de obras sociales o prepagas? La respuesta es muy simple. Porque en Rosario hay un médico
cada 90 habitantes (la Organización Mundial de la Salud sugiere uno cada 600) y si alguien se va
siempre hay otro médico que lo va reemplazar y no es motivo de reproche alguno si el recién llegado
no tiene la formación o la experiencia del anterior.
Por otra parte y a manera de ejemplo, resulta paradojal que los gobernantes no
otorguen más que un cupo determinado de licencias para taxímetros a fin de mantener una relación
con el número de habitantes y hacer viable el servicio y, en cambio, se permita una superabundancia
de médicos que la sociedad no necesita ni le sirve para solucionar los problemas de salud. Al
contrario, este exceso permite hoy a las empresas pagar lo menos posible. David Ricardo, economista
inglés (1772-1823), describió la denominada "ley de hierro", que determina que el monto del salario
es la resultante del número de trabajadores disponibles.
El médico queda aprisionado entre la preparación que se le exige, las exigencias
burocráticas y su juramento hipocrático que lo obliga a respetar normas éticas por cuya violación
puede ser sancionado.
Como contrapartida, hay toda una pléyade de auditores, licenciados, gerentes y
contadores recibiendo sueldos tipo primer mundo con dinero proveniente del trabajo médico y de los
que surgen las reglas a las que deben los médicos ajustarse. No conozco qué normas reglamentan esa
ocupación ni cómo se establecen.
Ayer, 3 de diciembre, los médicos celebraron su día. Recibieron las
congratulaciones de muchos pacientes y también de las así llamadas empresas de salud. Ambos,
seguramente, estarán agradecidos aunque no creo que los motivos sean los mismos. Tampoco creo que
los médicos hayan recibido ambas felicitaciones con el mismo humor.
(*) Médico
dr_miguelmancino@yahoo.com.ar