El chico de 17 años sospechado de herir de un disparo a un compañero en el patio de la escuela Juana Azurduy fue indagado la semana pasada. Se abstuvo de declarar, pero el trámite sirvió para comunicarle que se acumularon pruebas para imputarle las lesiones y la tenencia del arma de fuego. A pesar de su negativa a brindar testimonio, trascendió que reconoció que su actitud fue un error y se mostró dispuesto a pedir disculpas a la víctima.
El entrecruzamiento de declaraciones, la del chico señalado como el agresor —reconoció primero haber arrojado con la mano un petardo y luego una bala— y los informes periciales, fueron los pilares en los que se sustentó el juzgado de Menores Nº 4 para orientar la investigación.
Todo ocurrió en pleno patio de la escuela Juana Azurduy durante un recreo, cuando un alumno disparó un revólver calibre 22 cuya bala se incrustó en la rodilla de un compañero.
El hecho, que generó conmoción por el contexto, ocurrió el martes 27 de marzo, cuando Ezequiel Flores, de 14 años, estaba a punto de ingresar al salón del primer año que cursaba en la escuela de Ovidio Lagos al 2200.
La víctima relató que durante el recreo había tenido un cambio de palabras con otro alumno de segundo año, pero de otra división y, en el momento en que se disponía a volver al curso, sintió una explosión, un ardor en la rodilla derecha y notó que tenía el pantalón manchado de sangre. Nadie vio un arma ni a quién disparó.
Lo cierto es que cuando convocaron a los padres para comunicarle lo sucedido, los directivos pensaron que se trataba de un petardo, pero era el proyectil de un arma de fuego.
El Ministerio de Educación tomó cartas en el asunto y convocó al gabinete socioeducativo para abordar el problema, que no sólo contuvo al chico herido sino a quien agredió.
Una vez hecha la denuncia, la investigación se orientó a determinar qué sucedió y quién fue el autor del disparo. Por la comisaría, y luego por el juzgado, desfilaron directivos, profesores, preceptores y alumnos. De todos ellos, nadie vio el arma. Además, el juzgado ordenó una pericia balística, una inspección y croquis del patio del colegio.
Pero la pesquisa se simplificó cuando un chico reconoció que arrojó un petardo y luego una bala con la mano. Para el fiscal Enrique Paz ese testimonio más el resultado de la pericia (bala calibre 22 que se disparó con un revólver, no con la mano) y otras declaraciones motivaron el pedido de indagatoria ya que estaría probada la materialidad del hecho.
Así, la semana pasada la jueza de Menores Nº 4, Dolores Aguirre Guarrochena, citó al adolescente, que se abstuvo de declarar, pero quedó notificado del delito que se le imputa: tenencia de arma y lesiones.
Si bien queda una etapa donde todavía se puede presumir de la inocencia, fuentes ligadas a la investigación indicaron que el chico habría reconocido que se equivocó, y estaría dispuesto a pedirle disculpas a Ezequiel en el marco de una instancia de mediación que el propio juzgado podría impulsar (ver aparte).
No obstante, la investigación penal continúa su trámite, ya que faltan declarar alrededor de diez personas, entre profesores y alumnos.
Mientras que Ezequiel cambio de colegio (al Liceo Aeronáutico Militar de Funes) tras rehabilitarse de la herida, el adolescente imputado permanece en su casa con asistencia del Ministerio de Educación para que no se interrumpa su escolaridad.