“El teatro es medio misterioso, pero se supone que cuando hay algo arriba del escenario que a la gente le interesa puede durar lo que tenga ganas de verlo. No hay una receta. Ojalá la hubiera”, dice Antonio Gasalla cuando reflexiona sobre el éxito de “Más respeto que soy tu madre”. La obra, que se presenta hoy luego de cinco días a sala llena y que prepara su regreso para el 25 de agosto al teatro Broadway, fue vista desde su estreno porteño por casi 550 mil espectadores, ya tiene confirmado su regreso a Buenos Aires y a Mar del Plata y la posibilidad de una versión para cine. Se trata de una historia adaptada de un blog protagonizada un ama de casa que con humor e ironía hace pública la intimidad de su familia.
—¿Cuál fue el desafío de construir un texto teatral a partir de un blog?
—Yo tengo 70 años, trabajo hace 52. El desafío de mi profesión es ponerse a trabajar. No hay un desafío como si fuera un Boca-River. En el teatro es trabajar para que lo que uno hace en el escenario tenga interés. Primero que me guste a mí porque a contrapelo no se puede trabajar. Esto era algo que venía por un lado distinto como es internet y había que convertirlo en algo posible para el escenario. Para mi la única clave de este laburo a esta altura de mi vida es trabajar.
—¿A qué atribuís el éxito de “Más respeto que soy tu madre?
—El teatro es medio misterioso, pero cuando hay algo arriba del escenario que a la gente le interesa puede durar lo que la gente tenga ganas de verlo. No hay un receta. Ojalá la hubiera. Los humoristas tenemos la suerte de que si la gente se divierte con lo que hacemos, te compra para siempre.
—¿Cómo era tu relación con la tecnología antes de esta obra?
—Un día apareció internet y la computadora y me doy cuenta que no entiendo nada. Me compro una y empiezo de cero, con gente que me ayuda. Termina siendo algo más sencillo de lo que se piensa y se abre a millones de posibilidades.
—¿Las posibilidades que da internet le pueden quitar público al cine, el teatro o la televisión?
—Cuando apareció el cine, el teatro era el rey del espectáculo, y el cine un poco lo sacude. Cuando aparece la televisión sacude al cine. El público es la gente, una persona al lado de la otra. Si vamos bien atrás, el teatro nace con el hombre. Los rituales eran una representación. Llegaron los griegos con un nivel al que nunca pudimos superar con los grandes conceptos, con autores que están ahí y que nadie lee, como Sófocles, Esquilo, Eurípides. No hay tanto misterio con el teatro. Parece un susto, pero no. Lo que nosotros hacemos es muy sencillo en el fondo, y esta obra toca todos los temas sobre una familia, como el cariño, el afecto, el marido y la mujer, el hambre, el trabajo, la droga.
—¿Representa a la sociedad?
—Si uno parte de que una familia es un pedacito de la sociedad, sí. Capaz que no es una familia normal, pero familias normales no hay. Hoy es raro decidir qué parámetros hacen que una familia sea normal. Es muy raro.
—¿Vas a hacer una versión para cine?
—Hay una posibilidad. La posibilidad está un poco supeditada a que algún día terminemos de hacer esto. Pensá que vamos por el tercer año, ahora salimos de gira y hay un camino largo todavía.
—¿Volverías con programa propio a la televisión?
—La televisión no me interesa para nada. Está como muy voraz, digamos. Si no vas bien volás y si vas regular te cambian de horario y de día. Hay menos respeto por la cosa artística. Y el humor en la televisión es como si lo hubieran puesto en una licuadora y le hubieran dado un poquito a cada uno porque los programas deportivos, los noticieros, los de debate, hasta los dramas tienen humor. Hubo una época en que Tato Bores tenía un programa, yo tenía otro. Para los nuevos ejecutivos, la generación de los que tienen 40 y pico, es como que se terminaron los cómicos.
—No es negocio tener un programa cómico...
—No sé si es negocio. Por ahí lo es, pero también es el gusto del que maneja el canal. Vos pensá que la televisión argentina está en manos de cuatro o cinco personas como mucho. Ellos deciden.
—¿Cuál es el negocio de la televisión?
—El negocio es la plata. Punto.
—¿Y qué ofrece a cambio de la plata?
—No les importa. Si da plata no importa lo que ofrece. Si no da plata la televisión no existe.
—Estar atento al dinero no es sólo una premisa de la TV...
—Si, pero sobre todo es así porque la televisión nunca fue un espacio donde la cultura se pueda manifestar de manera elocuente. Si se pone un poco seria eso aburre y vuela. Pensá que en la televisión argentina desaparecieron los dramas, los programas con conflictos sociales. Había programas como los de Doria, David Stivel, cosas con contenidos. El contenido parece que quedó allá... viste.
—¿Cuál de todas tus creaciones te quedó más pegada?
—No quiero ser injusto con algunos personajes... En los últimos años, de casi 120 personajes que tengo, lo único que le interesa a la televisión es la Abuela... Yo ya tengo los huevos por el suelo.
—Te cansó...
—¡No...! Adoro el personaje, pero para estar sentado al lado de Susana diciéndole, “Susana ¿viste que nació un perro con dos colas?” “Hay, no me diga abuelita...” El segmento mío con Susana es al revés de lo que tendría que ser. La vieja que no entiende nada tendría que hacer los comentarios absurdos. Yo me tengo que leer todos los diarios, incluso el New York Times, para traer alguna noticia por lo menos rara, y ella dice “¿De verdaaad?”. Y ahí pasa a otro tema.
—¿Cómo te sentiste con un personaje como el de “Dos hermanos”, distinto a lo habitual?
—Fue una buena experiencia. El cine me encanta. Hice pocas películas, pero el cine tiene el desafío para el actor que es actuar sin orden. Es un gran desafío filmar y el resultado también, en el caso de que funcione. Y esta película ya lleva casi 500 mil espectadores y se vio en Alemania, República Checa, España.
—Entonces la gente no sigue sólo a la Abuela sino a Gasalla...
—Eso no lo puedo contestar con claridad. En Buenos Aires tengo toda la tercera edad atrás de la Abuela. La Abuela se convirtió en un referente de los viejos. Desgraciadamente los viejos son la gente más descuidada del mundo. Nadie les presta atención. No hay espectáculos para viejos y de golpe aparece este que cuenta cosas que les pasan a ellos. Además la vieja termina dando el mensaje de que no claudiquen, que hay que seguir. Si escuchás siempre dice que llegó caminando, que la trajo un camionero, que se va para otro lado. Con la vejez viene una especie de inacción y de alguna manera desde lo que hacemos podemos tirar mensajes no solamente para los viejos, sino para todo el mundo.