Horacio Lavandera tocó ayer en el Espacio Cultural Universitario (ECU) y las columnas del salón no aplaudieron de puro discretas, porque hizo temblar a las paredes.
Horacio Lavandera tocó ayer en el Espacio Cultural Universitario (ECU) y las columnas del salón no aplaudieron de puro discretas, porque hizo temblar a las paredes.
El ex niño pero aún prodigio se presentó ante un escenario colmado por 800 personas que fueron a verlo con la expectativa que genera uno de los mejores pianistas del momento a nivel mundial; y Lavandera no decepcionó. Un despliegue fenomenal de este chico menudo, de sonrisa modesta y andar tímido que se sienta al piano y lo seduce, lo acaricia, lo reta y lo interpela para generar un clima fantástico que exige un esfuerzo que reprima el aplauso que se sale de la vaina .
Eligió un repertorio abierto. Abierto en el sentido de accesible a todo el mundo, a los entendidos y a los que no lo son. "Toco obras maestras, aquellos apasionados por la música clásica las disfrutan enormemente y los aficionados y curiosos también, porque son obras universales que se imponen por sí solas", explicó. Se imponen por sí solas, pero bien interpretadas se imponen mejor. El jueves había dicho que venía a dar un concierto dispuesto a disfrutar cada pasaje, cada partecita del repertorio pensado; y así fue. Se lo vio compenetrado con el instrumento, dándole todo de sí a éste y al público.
El programa inició con la Sonata número 8 en Do menor, op. 13 de Beethoven (subtitulada "Patética", por el autor) y siguió con la Sonata para piano nº 21 en Do mayor, op. 53 ("Waldstein") del mismo autor. Lavandera no realizó intervalos en toda la noche, tan solo simples interrupciones entre las distintas obras y así fue que siguió con cuatro piezas de Chopin que marcaron el máximo contraste de emoción en el público que se sumía en un silencio esforzado para explotar en aplausos furiosos, gritos de ¡bravo! y otras expresiones de júbilo. Al final, la Rapsodia Húngara de Liszt marcó la última composición clásica interpretada para terminar después con una versión de Adiós Nonino profundamente emocionante.
Marta Varela, la todoterreno que dirige el ECU, no ocultaba su entusiasmo por la presencia de Lavandera y afirmaba, además, que el piano (un Yamaha C7 de tres cuartos de cola, la otra estrella de la noche) era el mejor de Rosario. Lavandera ya lo conocía y estaba fascinado. "Cuando uno se encuentra con un instrumento como éste se expanden las fronteras de la interpretación. Se establece un diálogo donde el piano propone experiencias nuevas y te inspira a tocarlo de otra manera, logrando un resultado que con un piano mediocre es imposible, pero no sólo porque la calidad del sonido es menor, sino porque no se establece ese diálogo y no se produce esa inspiración".
Al final del concierto se abrieron las puertas y todos empezaron a irse despacio, rebosantes de música pero sabedores de que había terminado. Lavandera tenía otros planes. Sin que nadie se lo pidiera y aún luego de recibir los regalos de parte de la organización, se despachó con dos piezas más.
El ECU, el fantástico lugar recuperado por la gestión del actual rector de la UNR, Darío Maiorana, en el antiguo Banco Nación (San Martín 750) fue el escenario ideal para disfrutar a este pianista único.