El rebrote de la crisis financiera en todo el mundo a partir de la rebaja de la calificación de la deuda norteamericana, que dejó de ser triple A, no puede explicarse de otra manera que como una intención política de los sectores más recalcitrantes de la derecha norteamericana de golpear a Barack Obama e imposibilitarlo para otro mandato presidencial.
Paul Krugman, el estadounidense premio Nobel de Economía 2008, publicó esta semana en su habitual columna en “The New York Times” una excelente explicación de cómo el fenómeno de crisis de su país y del mundo tienen matrices políticas. Tildó de descarada la acción de la calificadora Standard & Poor’s, que rebajó la nota de la deuda de Estados Unidos pero no lo hizo con los paquetes de inversión de las hipotecas basura subprime, y le echó la culpa de ser parte del problema. Krugman describió la inmoralidad del procedimiento de esa calificadora y su efecto en la economía global. También fue explícito cuando delineó qué está pasando en Estados Unidos: “Lo que hace parecer poco confiable a EEUU es la política. Y, por favor, no vengan con las habituales declaraciones de que ambas partes son culpables. Nuestros problemas son causados por el avance de una derecha extremista que está dispuesta a crear crisis repetidas en vez de ceder una pulgada en sus demandas”, escribió en su artículo.
Extorsión. Y eso fue exactamente lo que ocurrió, cuando sobre la hora los republicanos se avinieron a firmar el permiso al gobierno para aumentar la deuda norteamericana, algo que venía ocurriendo desde hacía décadas como un mero trámite. La extorsión de los republicanos y la derecha norteamericana para celebrar el acuerdo con los demócratas consistió en que Obama, entre otras cosas, no quitara los beneficios de exención impositiva a los sectores más ricos y poderosos de la población que les había concedido George Bush. Pero aún evitando el default a último momento, como sucedió, el daño ya estaba hecho y todos lo sabían. El debate durante varias semanas en todo el planeta sobre la posibilidad de que la primera economía mundial se declare en cesación de pagos causó casi el mismo impacto como si en realidad hubiera sucedido. Trascartón, Standar & Poor’s le agrega riesgo a la deuda norteamericana al bajarle la nota y todo parece derrumbarse. Si eso no se llama golpe de Estado, no está muy lejos.
Para cerrar el cuadro de ahogo a un presidente que arrancó con mucha fuerza pero que ahora se lo ve tímido para enfrentar a los poderosos, cobra cada vez más fuerza el denominado “Tea Party”, que representa a lo más reaccionario y ultraconservador de la sociedad norteamericana, y que sin duda en otros tiempos históricos hubiera sostenido el racismo. Tal vez sus impulsores, entre ellos la ex gobernadora de Alaska Sarah Pallin, nunca terminaron de digerir que un norteamericano de color negro preocupado por los sectores débiles de la sociedad ocupe la Casa Blanca. Y es por eso que quieren impedirle un segundo mandato por las dudas se le ocurra cumplir las promesas electorales.
Asesinatos. En los Estados Unidos a los presidentes no se los ha desalojado a la vieja usanza latinoamericana, con los tanques en las calles. Se los ha asesinado, como a Abraham Lincoln (1865), James Abraham Garfield (1881), William McKinley (1901) y John Fitzgerald Kennedy (1963). Además, otros varios sufrieron atentados pero sobrevivieron.
En este siglo XXI la táctica ha cambiado y en vez de las armas para los golpes se emplean los mercados financieros, que ya no tienen fronteras más que la mera especulación de la renta, sin siquiera una mirada compasiva a la hambruna de niños en Somalía o a la masacre de civiles en Siria, entre otras regiones miserables del planeta sin un gran interés económico ni estratégico.
A Obama, como dice Krugman, una “derecha extremista” lo quiere afuera del poder y eso que ni siquiera ha cumplido con las expectativas de los sectores más democráticos y menos favorecidos de la sociedad norteamericana. Un pueblo increíblemente manso que ha soportado con estoicismo aberraciones de sus gobernantes en materia de política exterior, como las invasiones a lo largo del mundo para mantener el estatus imperial. Tal vez Vietnam y alguna otra protesta social sean algunas pocas excepciones. ¿Cuánto tardará para que la explosión social de Inglaterra llegue a Estados Unidos?, donde hay más gente con frustraciones de la que se supone.
Los sectores que concentran el poder de las finanzas y la riqueza de la economía de los Estados Unidos juegan con fuego. Son tiempos de cambios: cayeron dictaduras árabes después de cuarenta años, los disciplinados ingleses no paran de regar con fuego las ciudades, los indignados españoles no retroceden y los israelíes salieron a enfrentar al gobierno de derecha para reclamar mejores condiciones de vida en las manifestaciones más numerosas fuera del conflicto político de Medio Oriente. Los chilenos están hartos de un Estado casi ausente en la educación universitaria y los griegos no quieren ajustarse como les recomienda el Fondo Monetario Internacional para pagar su deuda a los bancos europeos y a los proveedores de armas. Algo está cambiando.