"Todo el montaje escolar responde a un cierto modo de pensar la infancia", en el
cual "el maestro es el que sabe y el niño el que que no sabe". Pero esta concepción cultural e
histórica de la infancia colisiona con un niño al que hasta los propios medios colocan en un lugar
de "poder y autonomía moral". De esta manera entiende Gabriela Diker uno de los dilemas de la
escuela actual, que continúa "interpelando a un niño que ya no existe en ese lugar".
Doctora en educación y docente en varias universidades argentinas, Gabriela Diker acaba de
editar junto a Graciela Frigerio "Tiempos de infancia. Argentina, fragmentos de 200 años", de
editorial Santillana. "La idea era recorrer y mostrar la diversidad de las infancias en la
Argentina en estos últimos dos siglos, no tanto con un sentido histórico, sino que muestre los
distintos modos de ser niños", comenta la autora a La Capital.
—¿Por qué hablan de una pluralidad de infancias?
—En singular no es otra cosa que una norma cultural y social acerca de lo que debe ser la
infancia. Por eso me interesa desnaturalizar esa normativa y mostrar que los niños han transitado
ese período de la vida de maneras muy diversas. Es erróneo cuando se dice que los chicos de antes
eran de determinada manera, porque no podemos hablar de una pasado y un presente de la infancia en
términos generales.
—Existe un discurso que habla de los "niños" por un lado y los "menores" (pobres,
delincuentes) por el otro. ¿Siempre fue tan evidente esta segregación?
—Esta división fue mucho más marcada a principios del siglo pasado, cuando se sanciona la
ley Agote (de 1919, que da origen al patronato del menor), y se profundizó durante el siglo XX. A
partir de la sanción de la Convención de los Derechos del Niño (1989) se ha puesto en discusión la
categoría misma de menor, que cada vez se usa menos. Pero persiste lo que Graciela Frigerio llama
las "prácticas minorizantes", que excluyen a los niños de la infancia, aunque siguen existiendo con
otros nombres. Así, siguen vigentes en otras categorías como niños de la calle, vulnerables o
pobres. Estos parecieran que no son chicos como todos, sino niños adjetivados.
—Pese al reconocimiento de sus derechos, persiste una naturalización del trabajo
infantil en las ciudades y en el campo...
—Ese es un punto interesante, en el libro incluímos un capítulo sobre el trabajo, donde
tratamos de distinguir las labores familiares de las vinculadas con la subsistencia más cruda de
los niños, y que evidentemente se acrecientan en los últimos años en la Argentina frente al
empobrecimiento brutal. También subsiten con otras prácticas culturales y de formas tradicionales
de organizar el trabajo familiar, como en el ámbito rural. Pero sin duda que toda forma de trabajo
infantil que atenta contra la posibilidad de que los niños jueguen, tengan tiempo libre y se
eduquen debe ser erradicada.
—¿Cómo evalúa la representación de la infancia que hacen los medios de
comunicación?
—Los medios de comunicación están interpelando a los niños desde otras concepciones de
infancia, distintas de las tradicionales. Lo hacen desde un lugar de poder, como consumidores, y en
muchos casos con poder y con autonomía moral. También desde el lugar del saber, al punto que muchas
publicidades de productos tecnológicos son protagonizadas por niños, que incluso los muestran
comprendiendo cosas que los adultos no entienden. Me parece que esto pone en discusión la
concepción más tradicional de infancia como ese período de la vida que se define por el no saber y
la falta de autonomía. El mercado muestra al chico en una participación creciente en el consumo
directo e indirecto de la familia.
—El imaginario de alumno que tiene la escuela, ¿se corresponde con la
realidad?
—Todo el montaje escolar responde a un cierto modo de pensar la infancia, que es una
concepción que ubica al alumno en el lugar del que no sabe, el que debe ser conducido y protegido.
No es tanto un problema de voluntades o miradas individuales sobre los niños, sino del mismo
montaje escolar. De hecho la escuela está organizada por grupos homogéneos en edad, a los que se
les atribuye sólo por esta razón una suerte de naturaleza cognitiva y afectiva común, donde a todos
se les puede dirigir el mismo discurso al mismo tiempo y de la misma manera. Y frente a esto la
escuela está interpelando a un niño que ya no existe en ese lugar. Con el acceso a la información
que tienen hoy los chicos, ponen en discusión aquella distribución, donde el maestro es el que sabe
y el niño el que que no. Pero no hay que mirar con nostalgia, porque hay cierta tendencia a
idealizar a los niños de antes, y la verdad que eso no ayuda a pensar casi nada. Y además no
permite entender qué posición nos cabe a los adultos en estos cambios.