Alberto Fernández llega a su primer año de gobierno con un balance cargado, tanto en el debe como en el haber y, sobre todo, con la necesidad de relanzar su gestión y liderazgo.
Por Mariano D'Arrigo
Alberto Fernández enfrenta diversos focos de tensión tanto en el país como al interior de su coalición.
Alberto Fernández llega a su primer año de gobierno con un balance cargado, tanto en el debe como en el haber y, sobre todo, con la necesidad de relanzar su gestión y liderazgo.
Es que después de un comienzo virtuoso de mandato, que le permitió alcanzar cifras récord de aprobación debido al manejo precoz y consensual de la lucha contra la pandemia, a partir de junio —tras la fallida expropiación de Vicentin— los niveles de apoyo social al presidente y su gestión empezaron un sostenido trayecto descendente, estacionándose en niveles similares a los previos al Covid-19.
En este marco, La Capital consultó a cuatro cientistas sociales su mirada sobre los aciertos y errores del presidente, las tensiones al interior de la coalición de gobierno y los riesgos que aparecen en el horizonte del primer mandatario.
“Es un gobierno con claroscuros, ahora está en un punto de equilibrio entre la aprobación y la desaprobación —señala el politólogo Carlos Fara, presidente de Carlos Fara & Asociados—. Alberto llegó para normalizar la economía y hacer cosas que Cristina no quería protagonizar, como el arreglo con los bonistas y el FMI y normalizar la relación con Estados Unidos. Más allá de que tuvo esa luna de miel al comienzo de la cuarentena a partir de junio el gobierno empezó a perder la moderación, tanto desde el punto de vista del estilo como del ideológico, y comenzó el desgaste”.
Para el consultor la pregunta es si el presidente se fue radicalizando por convencimiento, por presión de Cristina, o ambas.
El politólogo Pablo Touzon divide el año en dos. En una primera etapa, sostiene, Fernández obtuvo al menos tres activos importantes: cristalizar el universo del Frente de Todos en el Estado, convertirse en un pivot de consenso nacional en la lucha contra la pandemia, y el apoyo al ministro Martín Guzmán. “Es como si Alberto fuera un arquero, sus principales logros son los goles que no le metieron”, compara.
El principal fracaso, evalúa el co-editor del portal Panamá, es “no haber podido sostener esa política en el tiempo, haberle dado volumen y una agenda, de ese primer Alberto todopoderoso que asomaba en aquellos primeros meses de pandemia se pasa a la pregunta generalizada de quién gobierna”.
En la misma línea, la politóloga Lourdes Lodi destaca como puntos altos de la administración Fernández un estilo inicial de gestión más abierto, pero decisionista y la aplicación de medidas de contención como el Ingreso Familiar de Emergencia (IFE) y el programa de Asistencia al Trabajo y la Producción (ATP).
Como fracasos la directora del Observatorio Electoral de la UNR ubica el incumplimiento de dos promesas de campaña: reactivación de la economía y la disminución del hambre y la pobreza, y el fin de la grieta. A ellos agrega el regreso de un federalismo trunco y la incapacidad de formular (o mostrar) un plan de gobierno.
Lodi y la investigadora del Conicet Sol Montero coinciden en otro elemento: la cuestión educativa. “Hay todo un campo para reflexionar, en la medida en que no fue para nada una prioridad —señala la docente de la Universidad Nacional de San Martín—. Por otro lado, los datos de pobreza que están saliendo muestran que la situación es crítica y que importa mucho la orientación general del gobierno. Las diferencias internas se pueden limar pero si en el fondo hay una coincidencia en la coalición en que el desafío es reducir la pobreza y la desigualdad y mejorar las condiciones de vida de los vulnerables ya es bastante, es un mensaje”.
Montero apunta a una cuestión harto discutida durante el año: las tensiones, por momentos expuestas, de la alianza de gobierno.
“El principal mensaje de Alberto es que hay diferencias y que no se pueden limar fácilmente, porque muchas veces remiten a visiones muy diferentes de la política y del Estado —afirma la especialista en análisis del discurso político—. Quizás las vertientes más maximalistas de la coalición esperaban más de Fernández y vean sus expectativas en parte no cumplidas, pero el hecho de que así y todo la coalición siga en pie es un logro”.
En ese marco, una interacción particularmente estudiada ha sido —y es— la de ambos Fernández: el presidente y la vice. ¿Se trata de una relación sobreanalizada?
Fara cree es lógico que fuera así, porque se trata de un experimento novedoso. “Por primera vez, la lapicera y el poder político central no están en el mismo lado”, advierte. Y agrega: “El FdT se armó con actores que tienen lógicas distintas. Como coalición no funcionó. Hay un presidente ungido por Cristina, que armó la administración a su gusto y a medida que fue pasando el tiempo los socios que no eran del espacio de la vicepresidenta perdieron peso específico”.
Touzon alerta que “si está sobreanalizada es por culpa del mismo Frente de Todos, que prácticamente funciona en los últimos meses como una interna a cielo abierto”. En su opinión, la coalición todavía no encontró un mecanismo de funcionamiento, ni formal ni informal. “Erróneamente se piensa que las coaliciones están para suplantar liderazgos y para mí las coaliciones los suponen, porque sino se convierten en un archipiélago de kioskos. En ese sentido dejó bastante que desear”.
En este marco, la apuesta de Fernández es que la vacuna llegue rápido y pavimente el camino hacia la pospandemia. De todos modos, los analistas descartan que la campaña de inoculación pueda inyectarle épica a un gobierno más cómodo con el rol de administrador que con el de transformador. Sobre todo, porque será un proceso global y no habrá margen para destacarse.
También ven imposible que Fernández recupere el espíritu conciliador y ecuménico de la primera etapa de su gobierno. Entre otras cosas, porque es imposible recrear las expectativas iniciales de la gestión. Sin embargo, Lodi sí considera que Fernández sí puede apelar a la moderación como estrategia para la próxima campaña, en la que performance de los gobernantes en la pandemia será evaluada por el electorado.
Touzon sugiere a Fernández buscar un camino alternativo entre dos rutas que lo llevan a un callejón sin salida: insistir con una estrategia para un contexto que ya se evaporó o kirchnerizarse, lo que lo condena —según su mirada— a la irrelevancia política.
De todos modos, cualquier hoja de ruta que elija que el presidente aparece plagada de riesgos.
Según Fara el principal peligro para el presidente es que se le escape de las manos el dólar, con el consecuente impacto inflacionario. Igual, alerta: “Las decisiones económicas siempre son difíciles, pero si no está ordenada la política es un lío. Las dos veces que salimos de crisis muy fuertes, el 89 y el 2001, la política estaba alineada. Acá no lo está y la pregunta es si va a estarlo”.
“Además de la economía y fractura social argentina, que está al rojo vivo, un problema grave es relajar en una especie de automatismo gradualista, al estilo Macri —dice Touzon—. La agenda argentina es de crisis, Alberto tiene el desafío de no caer en el broteverdismo típico del gobierno anterior”.
El Círculo de Aviación de Rosario estima que por esta contravención podría perder de por vida su licencia para volar. La avioneta es del aeroclub de Pueblo Esther. Se abrió una causa en la Justicia federal.
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