Mauricio Macri reaccionó. En realidad, se vio obligado a reaccionar por la situación socioeconómica que, gracias a la herencia recibida pero también los actos propios, cristalizó en recesión, inflación, despidos y angustia. El anuncio de ayer, pensado en el más ortodoxo formato PRO de proximidad con “la gente”, sin corbata y con tono afable, es el primero concreto en el sentido de los más golpeados por los días de aumentos generalizados. Fue una buena reacción. ¿Suficiente? Claro que no. Pero muy apropiada.
Sin entrar a analizar el detalle de lo publicado, la sola incorporación de los monotributistas a los beneficios de las asignaciones debería ser vista como un enorme logro. Los trabajadores que lo hacen por su cuenta fueron hasta ahora los parias impositivos negados de toda ayuda social. El modelo nacional y popular desconoció siempre a plomeros, carpinteros, repartidores o profesionales de esfuerzo enorme e ingresos bajos o medios.
La eliminación de las incompatibilidades de la AUH y los planes sociales viene a atender un reclamo que se da especialmente en las provincias y el reintegro de 300 pesos de IVA a jubilados de la mínima en productos de la canasta básica más el bono de 500 pesos por mayo es escaso pero un aporte al fin. El resto de las medidas, en expectativa, demuestra que el PRO entendió que no podía seguir pidiendo sangre sudor y lágrimas sin nada a cambio. De hecho, un ministro del equipo económico dijo luego del acto de ayer que “entre la salida del default y los anuncios sociales, empezamos el gobierno de nuevo”. Se verá.
Cambiemos enfrentará esta semana que empieza otro de los terrenos que sigue temblando a su alrededor: el de los empresarios. Mañana habrá un encuentro del presidente con un par de centenares de hombres de negocios a los que Macri les guarda rencor. Ya en la cena de Cippec les reclamó por los aumentos de precios. Ahora, mirado incluso desde el hecho de ser del mismo grupo de pertenencia, les pasará factura por lo que él estima es un inexplicable ausencia de acompañamiento. Es raro que el think tank de los del partido amarillo se haya olvidado de repasar la historia reciente. El entonces ministro de Economía Juan Carlos Pugliese se había desencantado públicamente en los tiempos alfonsinistas cuando les habló a los poderosos económicos con el corazón y ellos le respondieron con el bolsillo. Para estos hombres, siempre, los negocios son negocios.
Actos de fe. La reaparición de Cristina Kirchner esta semana provocó muchos efectos. El más indiscutido es que reactualizó la grieta. Se está con ella o en su contra. No deja de ser raro que un acto político de una indiscutida líder de multitudes se haya pensado a partir de la citación penal de un juez. Cualquiera sabe que la comparecencia ante un Tribunal no es un hecho grato. Aunque se trate de un administrador de multas de tránsito o de un magistrado como Claudio Bonadio, quien actuó desde la tribuna con una causa floja de papeles. La doctora Fernández tomó la ocasión al vuelo y se parapetó en el escenario montado, tornillo a tornillo, por la obcecación de este juez que se negó a escuchar a colegas de Comodoro Py que le aconsejaban que suspendiera la indagatoria. Bonadio lo hizo y Cristina lo aprovechó. No importa que en poco tiempo haya otras indagatorias para explicar la autocontratación de hoteles con dineros públicos o el crecimiento exponencial de su fortuna. Cristina se dedicó un acto de celebración.
La ex presidente pulsó sólo las cuerdas que emiten sonidos a su favor silenciando el país que entregó o sosteniendo sin sonrojarse como alguna vez ella hizo que su gestión generó menos pobres que en Alemania o Canadá. A Macri le enrostró los aumentos de precios y tarifas y lo etiquetó como el conservadurismo neoliberal. A los jueces que trabajaban a unos pasos de su escenario, les levantó el dedo admonitor y les advirtió que ella sabe que ellos saben. Y al peronismo que festejaba la emancipación de ella, les pasó lista de asistencia y mandó nota de creación de una transversalidad nueva que puede complicarles la interna. Cristina pura: dividir, enfrentar, dogmatizar.
Sin embargo, la reaparición de la ex mandataria favoreció un fenómeno que sigue teniendo consecuencias nefastas a la hora de poder pensar el país. Porque precisamente genera el no pensar. Se trata del tiempo de la fe política que no admite discusión en su contra. Creer en una persona indiscutida so pena de herejía y expulsión de su paraíso.
Con Cristina en el escenario judicial vivada por miles y miles o bailando en su balcón se reactualiza el concepto de la fe: “Yo le creo” o “yo no le creo”. Eso es la representación de semejante nivel de (no) debate. Importa poco si nosotros le creemos o no. Al menos en la República en donde se condena y absuelve por las pruebas y no por las simpatías populares. Habrá que decir que el macrismo poco está haciendo en contra de estos actos religiosos cuando se queja porque se le enrostra que sus primeros pasos económicos son de exclusión o de achicamiento del bolsillo. “A Mauricio hay que tenerle fe y creerle”, dicen los seguidores de Cambiemos con puro discurso de letanía.
¿Desde cuándo la política es un acto de fe? ¿Qué disparate supone que uno deba creer en su servidor público, votado muchas veces más por descarte que por convicción, como si se tratara de un pontífice con presunción de infalibilidad? La ex presidente posee una habilidad fenomenal para darse cuenta que si admite que se discuten argumentos y no personas corre el riesgo de tener que explicar que la inflación nació en su gobierno, que la exclusión de la pobreza no sólo no fue erradicada sino que creció y que el combate al capital concentrado se da de patadas con Lázaro Báez o sus amigos exportadores que concentran la riqueza real argentina. Por eso, recurre a discursos de líderes religiosos y arenga con la derecha conservadora o el empoderamiento de vaya a saberse qué cosa.
¿Mauricio Macri se escapa a este discurso? No siempre. En apenas 4 meses reaccionó negando el affaire Panamá Papers con acusaciones a la prensa de sobreestimarlo. Eso es tapar el sol con la mano. Porque que alguien que hoy es funcionario público y ostenta el poder de pedirnos al resto que paguemos impuestos, debe explicar el motivo por el que en el pasado se sirvió de empresas legales, sí, pero que se piensan para eludir impuestos. Al menos, una incongruencia retrospectiva. Haber dicho en campaña que no habría tarifazo ni desocupación merece que hoy explique qué ha pasado.
Hay derecho a creer, claro, en los dirigentes. Pero con la esperanza racional y la comprobación en los hechos. Hay derechos a darles crédito pero a retirárselos en algunas ocasiones que no se comparten los criterios. Hay, en suma, la necesidad de volver a entender la política como un hecho humano y no religioso en donde al líder se le perdona todo, al conductor propio se lo apaña para no favorecer al contrario, porque si no, el riesgo de derivar en consecuencias como “roban pero hacen” o “mientras yo no me entere” está a la vuelta de convertirnos en inescrupulosos seriales e irredimibles.