Argentina tenía una forma de vida y de hacer política hasta 1943, cuando se
complicó. En el 1945 el país se complicó definitivamente. Desde febrero de 1946, con el triunfo de
Perón– Quijano, la complicación tuvo nombre: Perón y su formulación de la sociedad.
Peronismo. Un movimiento para unificar bajo su mando a gremialistas, empresarios, alguna bohemia
trasnochada y la inmensa legión de ilusionados con un mundo mejor, que se les negaba fraudulenta y
patrióticamente. Pocos políticos profesionales construyendo un incipiente partido, creado como mera
herramienta electoral. Para el peronismo el poder fue estrictamente personal. Sin hipocresías. Así
nació. Aún cree en esa definición del gobierno. Un movimiento. Un dueño.
En 1955 un golpe de Estado quebró ese orden, anuló la Reforma Constitucional de
1949, que permitía la reelección (de Perón) y ahí comenzó en el país la segunda mitad del siglo XX.
Argentina entró en una discusión consigo: peronismo y antiperonismo. Todo el universo político de
un lado. Del otro los peronistas. A estos, a los peronistas, la censura total. Por 18 años Perón en
el exilio. La discusión fue violenta. Aún hay remesones de aquella incomprensión, de la futilidad
como estrategia de demolición. Nada ha terminado.
Las diversas formas de interpretar al peronismo, desde fuera, nunca sirvieron
para resolver el nudo que nos ata como país. Con el peronismo en el gobierno las libertades
societarias, empresariales, sectoriales, tienen problemas. Es dinámico, es un movimiento, no tiene
leyes que contengan al que manda, quien manda crea las leyes. Con el peronismo fuera del gobierno
es la sociedad quien tiene problemas (con el peronismo y su lógica interna… reglamento,
decálogo, las verdades, la liturgia, la doctrina justicialista, Evita, las estampitas, en
fin…). Desde 1955 sucede lo mismo. La sociedad entra en crisis con el peronismo fuera del
poder. Hay tesis y antitesis. No hay síntesis en Argentina. No se detiene el péndulo.
La propuesta de educación, economía, salud, relación de los individuos con el
monopolio de la fuerza ha cambiado en el mundo; en Argentina el peronismo aún conserva anacrónicos
modos de entender el contrato. Los transmite. Se toman como válidos.
El peronismo en el siglo XXI sobrevive con esta contradicción básica: un sistema
ideado por un hombre para que todo quedase a su arbitrio y la ausencia definitiva del ejecutor. El
país está preso de este fondo de saco. El peronismo no ha resuelto, desde el 1º de julio de 1974,
como interpretar una frase:" mi único heredero es el pueblo". Todos sordos. Nadie la escuchó.
En nombre de Perón hablan Aníbal Fernández, Menem, Rodríguez Saa, Kirchner,
Moyano, Agustín Rossi. Capitanich, Pino Solanas, Vanrell, Reutemann, Zanola, Cristina, Dromi, De la
Sota, Abal Medina, Luis Barrionuevo, Alvaro Abos, Vladimir Corach, Abel Posse, Felipe Solá/Ruckauf,
hasta Herminio Iglesias hablaba… (muchos nombres, diversas formas del cristal). Algunos
todavía sostienen consignas del comienzo: alpargatas si, libros no. Consignas desafiantes: donde
hay una necesidad aparece un derecho. También la divisoria de aguas: para un peronista no hay nada
mejor que otro peronista. El peronismo conserva al singular Carl Schmit y su teorema de
amigo/enemigo para entender las relaciones, construir políticas de alianzas y ejecutarlas.
Los analistas e historiadores no logran desclasificar al peronismo al que tildan
de fascista, de totalitario, de incongruente, tiránico, populista… (siguen las firmas) Nadie,
sin embargo, niega una sustancia, una médula: Justicia Social. Y todos advierten su eje: la
afiliación cuasi obligatoria y el sindicato piramidal definieron al primer peronismo. Allí se
recuesta todavía. Agregó los afiliados al mendrugo.
El sindicalismo vertical es, hoy, una cruel deformación de aquellos heroicos
militantes con Perón; ahora el sindicalismo tiene dinero, sus fortunas son oscuras, sus horas de
trabajo escasas, la corrupción visible y ostentosa. El peronismo es el partícipe (cómplice)
necesario, la oposición también.
Hoy la injusticia social continúa, se agravó al punto que se hacen actos para
avisar que se entregarán asignaciones especiales por hijo vivo de obrero ennegrecido y cuota de
miseria para frenar el hambre con un plan trabajar justamente para eso: para los que no tienen
trabajo
Cualquier interpretación del peronismo debería indicar la razón de su
claudicación: hay corrupción sindical, no hay justicia social. Cualquier explicación debería
incluir el secreto de su desapego a las imprescindibles formalidades democráticas. El peronismo no
anunció, no reconoce su histórico fracaso. Su más importante triunfo es el contagio. Los modos
revanchistas, "justicieros", prepotentes (del peronismo) ya son patrimonio, discutible, pero
patrimonio de todos los políticos.
El peronismo no es un partido político ni tiene su impronta; fue y es un
movimiento. Lo sucedido en el parlamento en este diciembre pone al peronismo en la cercanía de un
estado inestable, coloidal, el estado de acefalía. Tardará poco tiempo en reconstruirse. El
peronismo no pide democracia, pide un jefe y necesita espacio para actuar. Punto.
La oposición, como si fuese un partido de fútbol, celebró el gol y el resultado
del enfrentamiento en el Congreso. La oposición busca un jefe. Los líderes de la oposición parecen
peronistas sin poder. Ya se sabe que hacen los peronistas sin poder, el 1989 y el 2001 son buenos
ejemplos. Estamos en el peor círculo. Hay tesis y antitesis. No hay síntesis en Argentina. El 2011,
en estas condiciones, está en otro planeta.
Aún no se entendió al peronismo, es necesario advertirlo: Argentina
con/por/desde el peronismo es un país medianamente inestable. Con la oposición siguiendo su lógica
el diagnóstico es sencillo: somos irremediables.