La crisis del empleo vuelve a ser la primera expresión de la puja distributiva. Y la región, una de las que anticipa los ciclos.
La crisis del empleo vuelve a ser la primera expresión de la puja distributiva. Y la región, una de las que anticipa los ciclos.
La presentación de procedimientos preventivos de crisis y la paralización de actividades con suspensión temporaria de personal que se agudizó esta semana en el sector frigorífico de la provincia, y que a cuentagotas empiezan a asomar en otros sectores productivos, así como el decreto de quiebra por parte de la Justicia de la metalúrgica Alloco, vuelven a resurgir como fenómenos anticipatorios de un proceso de reacomodamiento del capital en el marco de un nuevo escenario económico, que tiene la “habitualidad” de avanzar siempre sobre el trabajo como primera estrategia.
Mientras el gobierno nacional sigue en su avanzada contra las “maniobras especulativas” del sector empresario a la hora de fijar precios, establece una política de seguimiento cuerpo a cuerpo en las góndolas, y se ocupa de destacar la recuperación del poder adquisitivo de los trabajadores en la última década pese a los estragos de la inflación para marcarle la cancha a las paritarias, la clase empresaria de la Argentina sigue transitando por una colectora sin semáforos.
El capital aprovecha su propia crisis para ajustar, disciplinar y abaratar la fuerza laboral, buscando recuperar lo que tuvo que ceder durante los últimos años en los cuales fue demandando un reacomodamiento del tipo de cambio y, tras la devaluación reciente, pasando la factura del impacto del componente dolarizado en su estructura de costos. Por exceso, o por defecto, la cuenta siempre se traslada para que pague o el Estado o el trabajo.
Como ocurrió en 2009, la incipiente ofensiva sobre el empleo que amanece en la región, por ahora sólo es resistida por algunos gremios, comisiones internas o trabajadores desesperados y sus familias, pero aún está lejos de reconocerse en la agenda política como un problema en serio que demanda una mirada más atenta. La intención tal vez más formal fue quizás la que esta semana mostró el diputado santafesino Hermes Binner, quien presentó un proyecto en el Congreso para recrear las comisiones en defensa del empleo, una experiencia que le permitió a Santa Fe hace un par de años actuar como malla de contención ante la voraz avanzada del telegrama fácil en un contexto mucho más adverso que el actual.
Una mirada retrospectiva permitiría evitar viejos errores y anticipar la profundización de un ciclo del que por otra parte, aún no se reconocen, en rigor, orígenes ni razones concretas, salvo aquellas que esgrimen algunos eslabones de las cadenas productivas, echando responsabilidades sobre cuestiones tan dispares que van desde los fenómenos climáticos estacionales (en el caso de la carne) hasta desequilibrios en la estructura de costos por efecto de la política cambiaria (en la industria).
La presidenta Cristina Fernández dijo que esta semana que los sectores financieros y los monopolios mediáticos intentaron hacer volar por el aire al gobierno a través de una estocada especulativa que involucró al dólar y a las remarcaciones de precios y llamó a reflexionar sobre el impacto que esto tiene no sólo para su gestión sino para todos los argentinos. No es descabellado el pedido si se entiende que con un dólar volando ganan sólo los que tienen acopio de divisas y pierden los que en el día a día cobran su salario y llenan el changuito con pesos.
Pero ese “fuerte corrimiento de precios” que reconoció el ministro de Economía al presentar el nuevo IPC nacional urbano -con el que de ahora en adelante se medirá la inflación- y que mostró una aceleración de los aumentos en enero, es tal como lo dijo el funcionario por efecto, en su mayoría, de la acción de grupos concentrados de la economía. Esos mismos grupos que el modelo económico de los últimos años no se ocupó de desarmar sino que potenció por la vía de garantizarles una demanda cada vez más activa en el marco de un esquema basado en el consumo y a costo cero.
Ahora, cuando el contexto macroeconómico es más ajustado, la luna de miel da paso al cotidianeidad más dura, en la que la puja por los ingresos se transforma en una disputa que no admite grietas y en la que la inversión se canjea por salario, la paritaria por puestos de trabajo y el abastecimiento, por precio. Un espacio donde el capital no regala nada sino que quiere volver a fijar las reglas de juego.
Aprovechar de la experiencia permitiría afinar la puntería en materia de políticas públicas y atajar la crisis, en lugar de agravarla. •
Por Matías Petisce