La palabra vacaciones para muchos puede significar una pileta o un paisaje de
playas o de sierras. Pero para más de 20 personas este año fue una "misión" en una de las zonas más
carenciadas de la ciudad. La religiosa María Jordán, que cada verano organiza viajes solidarios al
Chaco, decidió este 2009 hacer una amplia tarea misionera y evangélica en el barrio Toba, donde
viven 1.500 familias. El trabajo culminará hoy con un festival.
No se sienten héroes ni personas ejemplares. Entre los
participantes hay un hombre que vivía en la calle, un administrador de empresas, una abuela de 81
años, varias madres, una cardióloga y una chica de 14 años. Bajo un techo de chapa, estos
voluntarios se reunieron para compartir las vivencias, luego de haber recorrido las casas del
barrio donde vive la monja Jordán.
Caminaron cada día entre casas de chapa y tirantes. Y se
enfrentaron con la droga, el alcoholismo, la prostitución, el analfabetismo (90 por ciento de la
población), el desamparo y la tristeza.
Ante esta realidad, ¿qué motivación pueden tener 20
personas para pasar una semana en una zona marginal donde se mastica polvo y hay que sacarse pulgas
de las piernas? "La fe" responden sin dudarlo. "Nosotros sabemos que Cristo está en las personas
que visitamos". Con frases contundentes y reflexivas, los voluntarios católicos contaron sus
historias.
Cristina es una de ellos. Calificó a la convivencia entre
los demás del grupo como una de las cuestiones más importantes de la experiencia misionera. Relató
por qué fue a pasar las vacaciones allí donde la temperatura es más alta que en la ciudad, las
zanjas están tapadas de basura, abundan las sectas y la pobreza destruye la dignidad de las
personas. "Sé que esto me llena de paz y felicidad", dice casi sin darse cuenta de lo paradójica
que es su frase.
Diariamente, desde las 6.30, con la oración de la mañana y
el desayuno, los voluntarios recorrieron las casas. Llevaron la palabra de Dios, "que se traduce en
amor, en escuchar y en comprender", explicaron. Cuando se encontraron con personas de otras
religiones, por ejemplo con una familia evangélica como le pasó a Susana, "se rezó en conjunto al
mismo Dios". La mujer agregó: "Nuestro principio es el respeto y poder compartir lo que tenemos en
común". Y le siguió uno de sus compañeros. "Aprendimos a recibir a los demás", comentó Angel, de 23
años.
Más paraguayos. El barrio de la hermana Jordán, en el corazón de Empalme Graneros,
se está poblando cada vez más de paraguayos que llegan por la falta de trabajo. "Tratamos de
acogerlos", afirmó Jordán. Por eso los misioneros, que llevaron como distintivo una remera con la
inscripción "paz y bien", se preocuparon por llegar a esas familias.
Entre los voluntarios está Daniel. No se atrevía a hablar
pero sus compañeros lo animaron. Vivía en la calle, dormía en la puerta de una iglesia, ayudaba en
un comedor y lavaba autos. También fue uno de los tantos que en las noches de frío fue alojado en
el hogar "Sol de noche". Por una persona de allí conoció la propuesta de Jordán y se sumó al
equipo. "Me conmueve profundamente la calidez de la gente que no tiene nada", relató con
timidez.
Hubo uno de los voluntarios que de "casualidad" se sumó al
grupo; es administrador de empresas. Ante la realidad económica que vivió en estos días se decidió
a ayudar con sus conocimientos profesionales a la monja. "El panorama 2009 no será el mejor y
seguramente habrá más pobres. Es necesario armar cooperativas y organizaciones para palear la
situación", dijo antes de asegurar que dedicará su tiempo a la "administración" de estos
emprendimientos.
Un espejo. Un ejemplo inigualable es el de Teresita, que tiene 81 años y por
cierto no los demuestra. "Tengo vocación de misionera y de estar cerca de los que más lo
necesitan", dijo sin vergüenza.
Así, no presentó problemas por tirarse en un colchón en
cualquier rincón para pasar la noche y poder continuar las tareas al día siguiente. De ese modo,
aprovechó para enseñar a las mamás a tejer y siempre se la vio rodeada de niños, a los que no dejó
de sonreír.
Todos los voluntarios tienen la fe como factor común.
Estela, de 63 años, es médica y trabaja en terapia intensiva en el Pami; se convirtió al
catolicismo de grande y está feliz de ser misionera de la fe. La realidad que le toca vivir
diariamente no es fácil y a ello le sumó una semana de voluntariado. "Tengo la firme convicción de
que el mundo va a cambiar, sólo si se acepta el precepto del amor", subrayó.
Entre los que fueron parte de la iniciativa también está
Sandra, de 27 años, quien llegó desde Santa Fe. "Me encontré con un folleto de la actividad y no lo
dudé". La joven no descarta abandonar su vida en la capital provincial y quedarse en el barrio
Toba.
El regreso. A pocos momentos de terminar la tarea misionera, cada uno reconoció
que se lleva muchos valores. "Yo me sentí útil y me voy con paz interior", confesó Cristina.
"Yo me llevo el compromiso de seguir ayudando, al menos juntando
cosas en mi barrio", dijo Estela.
Por otra parte, todos los que participaron de la experiencia
coincidieron en que "llevar la palabra de Dios debe hacerse en todos lados, no sólo en un barrio
carenciado". Ellos saben que las palabras paz y bien que portaron en sus remeras los acompañarán
"en el colectivo, en el trabajo, en el barrio y en la propia familia. Allí también somos
misioneros", confirmaron.