Marina tiene 11 años. Además de cursar el 5º grado de la escuela, cuida a sus
hermanos más pequeños y se gana algún que otro peso barriendo en un negocio por las tardes. Dice
que es "para ayudar a la casa" y a su "mamá que trabaja", y por eso "no está mal hacerlo". La
realidad de la nena no es muy diferente a la de miles de chicas que desde muy pequeñas realizan
tareas no acordes a su edad. El 12 de junio próximo se conmemora el Día Mundial Contra el Trabajo
Infantil y el lema elegido esta vez es "Las niñas y el trabajo infantil".
El panorama en los centros urbanos está claro: en las esquinas o en las peatonales desfilan a
diario cientos de chicos y adolescentes limpiando vidrios, apostados en las puertas de las casas de
comida rápida pidiendo o vendiendo lo que sea. Martín, de 10 años, y Rodrigo, de 8, están entre
estos ultimos niños. En la zona del Parque Nacional a la Bandera ofrecen sus artesanías a media
mañana, en horario escolar. "Estoy en 4º grado, pero hoy no fui a la escuela", dice Martín que vive
en el barrio Toba de Rouillón al 4.000.
El grupo de esto niños son, si se quiere, la cara más visible del trabajo infantil. Sin embargo,
un número difícil de cuantificar realiza tareas de todo tipo en zonas rurales y urbanas. Entre
estas formas "ocultas", la ocupación de las niñas no es menor: además del trabajo agrícola, forman
parte de la servidumbre doméstica, cuidan desde temprano a sus hermanos más chicos y hasta se
ocupan del hogar reemplazando el lugar de un adulto. Y, por si fuera poco, son las más expuestas a
los abusos y a la explotación sexual infantil.
Sostenerse en la escuela no es fácil. Un estudio de la Internacional de la Educación (IE)
—organización que agrupa a los principales gremios docentes del mundo, entre ellos la
Ctera— indica que "a menudo las niñas son las últimas en matricularse y las primeras en
abandonar la escuela para realizar tareas domésticas o dedicarse al cuidado de sus hermanos o
hermanas menores". También señala "la lejanía o inaccesibilidad de los centros escolares, la
inseguridad del trayecto para llegar" como otros obstáculos, además de reclamar programas que
reflejen las necesidades de género.
El diagnóstico es reafirmado por un grupo de maestras de una escuela de la zona oeste de
Rosario, a la que asisten chicos que viven en situación de mucha vulneralibilidad. "Es común que
después de clase se suban a un carro con sus padres para cirujear o bien que falten a clases porque
tienen que cuidar la casa o bien ocuparse de los hermanos", coinciden al narrar una situación para
ellas cotidiana.
La consecuencia inmediata para estos niños —señalan las docentes— es el atraso
escolar, la repitencia y el abandono escolar en muchos casos.
Desnaturalizar
"La mayor dificultad para cuantificar el trabajo infantil es la naturalización que se hace del
mismo", afirma Silvina Devalle, la coordinadora ejecutiva de las Comisiones Tri y Cuatripartitas
del Ministerio de Trabajo y Seguridad Social de la provincia, al hablar de lo difícil que es
relevar estadísticamente la problemática.
Devalle señala que hay una "especie de pegoteo de concepciones" que habilitan a mirar como bueno
algo que no lo es. "Algunos afirman que «es mejor que el chico esté en el carro con la familia que
en una esquina drogándose», sin ver que cualquiera de esas alternativas no son las aceptables para
un niño, cuyo lugar es la escuela o el juego".
Para Devalle las respuestas pasan por la educación y el trabajo digno, decente, que permita
romper con el círculo de la pobreza. Acepta que la escuela en este terreno tiene mucho por hacer.
"Nuestro desafío con el ministro de Trabajo —Carlos Rodríguez— es que se incorpore la
noción de trabajo decente en las currículas de los profesores", dice la funcionaria.
Actualmente en la provincia se entregan becas a chicos que han sido detectados trabajando. El
beneficio es de un fondo de Trabajo nacional y representa 900 pesos al año.
Sin embargo, desde marzo de este año 300 chicos de la provincia suman a esa beca una ayuda
—iniciativa provincial— para el adulto responsable de ese niño o niña. Es de 250 pesos
mensuales, con posibilidad de acceder a un empleo y con la condición de que los chicos vayan a la
escuela.
Devalle apunta que otro gran desafío es la meta de inclusión a desarrollar con las escuelas,
para que vean a las familias y niños en riesgo no como un problema sino como una oportunidad más
para educar.