"Me queda un año y ocho meses de gobierno", dijo la presidenta de la Nación en su discurso por el Día de la Bandera y un silencio profundo se apoderó de la abigarrada militancia kirchnerista que le dio sustento popular a su presencia. La cuestión del tiempo (algo que ni la filosofía pudo nunca auscultar) es lo que comienza a generar ruido y preocupación en el oficialismo, ahora cuando la sucesión lejos está de ser resuelta.
Aunque es un año y seis meses el tiempo que tiene por delante Cristina antes de traspasarle la banda a otro mandatario, lo que en verdad altera los movimientos del kirchnerismo es que por primera vez en el ciclo político que alumbró en 2003 no estará el apellido Kirchner encabezando una boleta presidencial.
El ciclo kirchnerista en el poder estaba pensando a 20 años y, de no haber mediado el aspecto biológico producido por la muerte de Néstor, esa conjetura hubiese tenido resultados efectivos. El "espacio", el "proyecto", o cómo se lo quiera llamar, está indubitablemente concentrado en la figura de Cristina y no talla a su lado un delfín que le dé seguridades de continuidad más allá de 2015.
Buscando al sucesor. Cualquier observador avispado que haya estado atento a la reacción del kirchnerismo militante habrá notado que ni Florencio Randazzo ni Sergio Urribarri se llevaron grandes ovaciones de la jornada rosarina. Por su parte, el gobernador Daniel Scioli fue el gran ausente en el Monumento a la Bandera, como nuevo eslabón de la larga cadena de desconfianza que aparece a la hora de evaluar la relación con el kirchnerismo paladar negro. Como en una temporada de ensayo y error, Cristina estará testeando las adhesiones de los precandidatos antes de definir hacia qué estrategia direccionar su acción.
En el mientras tanto la presidenta deberá desatar algunos nudos cruciales que definirán cómo será su último tramo en el gobierno. El fallo de la Corte Suprema de Estados Unidos desistiendo de una apelación en el caso de los fondos buitre y las declaraciones recientes del juez Thomas Griesa demandando siempre algo más a la Argentina condicionan al gobierno en su órgano más sensible: la caja.
No es lo mismo intentar prolongar el ciclo kirchnerista (aun sin un Kirchner en la boleta presidencial) con la economía en etapa de consumo recuperado e índices en suba que con el éxodo de dólares para pagar compromisos. Las que están del otro lado tampoco son almas de corazón sensible: los fondos buitre conviven con su propia naturaleza y esperan el momento de cotizar en oro lo que, al principio, compraron como carroña.
"Esto es simple: en un juicio por plata, antes del fallo, se trata de lograr pagar lo menos posible, de saber cuánto pagás; una vez que está la sentencia, solamente se trata de saber cómo lo pagás", dijo el viernes un diputado kirchnerista en el mismo momento en que se comenzaba a desarmar la zona de platea, de frente al río Paraná.
Pese al contexto de confrontación escenográfica y discursiva del oficialismo contra las posiciones de Griesa —casi como la horma del zapato K—, Cristina enhebró en Rosario un discurso que se columpió entre la ética de la responsabilidad y la del deseo. Al fin, prevaleció la primera opción, sabedora de los intereses en pugna y del pedigrí de adversarios.
El escenario financiero tras la decisión del máximo tribunal de Justicia norteamericano y el ahogo judicial que está sufriendo el vicepresidente de la Nación, Amado Boudou, son hoy por hoy los dos mayores dolores de cabeza de la administración cristinista. La semana pasada se supo que desde 2003, la Oficina Anticorrupción (OA) tiene en la mira a 164 funcionarios y ex funcionarios del gobierno por supuesto enriquecimiento ilícito. Si bien la mayoría de los casos se encuentra todavía en estudio, 44 de ellos fueron derivados a la Justicia para su investigación.
Esos condicionamientos muestran una severa contradicción con el cuadro estrictamente político e institucional que el gobierno tiene en materia de política interna. Pese a la derrota legislativa de 2013 y a las presunciones de los encuestadores respecto de un escenario de salida en 2015, el oficialismo mantiene mayoría amplia en la Cámara de Diputados y consigue imponerse sin mayores trastornos en el Senado nacional.
Las dificultades del gobierno para encontrar un candidato de la casa capaz de ser atractivo electoralmente y de respetar a pie juntillas los dictados del "modelo" se contraponen con la variedad de postulantes que se ofertan en la amplia vereda opositora. Pero en esa variedad no siempre está el gusto. Ninguno de los candidatos opositores lanzados a la escena garantiza un triunfo en primera vuelta o saca en la previa una diferencia que lo convierte en número puesto.
La dificultad para encontrar un escenario libre de dificultades lleva a que algunos teóricos de la oposición se entusiasmen planteando una futura interna abierta no sólo entre Sergio Massa y Mauricio Macri, sino que suman a ese eje a Daniel Scioli, especulando con que el gobernador bonaerense terminará siendo expulsado del círculo de poder kirchnerista, algo que por ahora suena más a deseo de esos pronosticadores que a realidad.
La infinidad de encuestas que se conocieron en las últimas dos semanas sólo coinciden en dos puntos: las características de moderación política que tienen los precandidatos con más chances, y que ninguno llega al 25 por ciento en materia de intención de voto.
La cuestión del tiempo —como al comienzo de esta columna se vincula al oficialismo— también se transforma en determinante, en este caso para la oposición. A un año de la fecha de cierre de las alianzas para las elecciones presidenciales del año próximo, nada parece seguro ni determinante, aunque es verdad que doce meses en política se parecen demasiado a la eternidad.