Hace ocho años Bob Dylan cavilaba en su libro biográfico "Crónicas" que a fines de los 80 había sentido que los diez años anteriores lo habían dejado exhausto y derrotado desde el punto de vista profesional, y que muchas veces se acercaba al escenario antes de actuar y se sorprendía pensando que no daba con fórmula alguna. Pensaba también que era muy lindo que lo reconocieran como leyenda, que la gente pagaba por verlas, pero que para la mayoría bastaba con una vez. De todos modos, creía que no había desaparecido de escena aunque sabía que el camino se había estrechado y que estaba casi bloqueado.
"Me sentía acabado, los restos de un naufragio en llamas -escribía-. Había demasiado ruido en mi cabeza y me era imposible expulsarlo". Pensaba: "Donde quiera que vaya soy un trovador de los 60, una reliquia del folk-rock, un rapsoda de tiempos pasados, un jefe de Estado ficticio de un lugar que nadie conoce. Me encuentro en el abismo sin fondo del olvido cultural (...) Había perdido por completo la inspiración y mi momento de gloria había pasado. El espejo se había vuelto del revés y me mostraba el futuro: un viejo actor hurgando en los tachos de basura junto al teatro donde había cosechado sus viejos éxitos".
Esta sequía creativa en la larga y escabrosa carrera de Dylan pertenece a la antesala del álbum "Oh Mercy". Es la antesala, también, a una noche en que Bono fue a cenar a su casa. "Pasar un rato con Bono era como cenar en un tren, sientes que avanzas, que te diriges a alguna parte. Bono tiene el alma de un poeta viejo, y hay que tener cuidado con él: es un tipo de lo más persuasivo", escribía también en "Crónicas".
LANOIS: LA REINVENCIÓN. Cuando la noche empezaba a deshilacharse Bono quiso saber si había compuesto canciones nuevas. Dylan fue a la otra habitación, sacó un manojo de papeles y les mostró un puñado de canciones escritas. El cantante de U2 las repasó y le dijo que debía grabarlas. Dylan le respondió que no lo veía muy claro, que le parecía que quizá debía prenderles fuego. En ese preciso momento, Bono le mencionó el nombre Daniel Lanois, el productor que ya había trabajado con él y U2. Lanois, por supuesto, se convirtió en el productor de "Oh Mercy", el disco que reiventó la vida artística de Dylan. Esta verdadera resurrección, cuando desaparecía en el horizonte la década de los 80, fue el LP número 26 del autor de "Blonde on Blonde".
Desde "Oh Mercy", Dylan no volvió a lamentarse sobre sequías creativas y grabó en algo más de 20 años una decena de discos de estudio, incluida la excelente trilogía formada por "Time Out of Mind" (1997), "Love and Theft" (2001) y "Moder Time" (2001), el primero de ellos también con la producción de Lanois y los dos últimos con el seudónimo de Jack Frost en la producción y con canciones que por un lado abrieron a Dylan hacia estilos no explorados, como el rockabilly, el jazz y el swing y por otro lado cerraron de catarro y lija su garganta.
Su nuevo álbum, "Tempest", también cuenta con la producción de su alter ego Jack Frost, y al igual que los discos citados y el posterior "Together Through Life", de 2009, buscó un sonido cercano al folk y al blues de los 50, añejo y sureño, con poco rock, y mucho steel y algo de violines y acordeones. El trigésimo quinto álbum de Dylan verá la luz el martes próximo (sí, 11 de septiembre) y todavía, después de 50 años de la publicación de su primer trabajo discográfico, la salida de un disco suyo sigue siendo un hecho cultural.
COSA DE BARDOS. La canción que da el título al álbum, una larga descripción de 14 minutos y 45 versos, es una particular mirada sobre el hundimiento del Titanic. "La gente va a decir: «No es muy verídica». Pero a un compositor no le importa la veracidad. Lo que le importa es lo que debería haber sucedido, lo que pudo haber pasado. Ese es su propio tipo de verdad. Es como la gente que lee las obras de Shakespeare, pero nunca va a ver una obra de Shakespeare". La última obra del bardo de Avon se llamó "The Tempest" mientras que el disco del bardo de Minnesota se llama simplemente "Tempest" y por el momento el músico de 71 años no tiene intención de que sea su último disco.
El single "Duquesne Whistle" (El silbido de Duquesne) "soplando como si fuese a borrar del mapa todo mi mundo", es un folk alegre montado sobre una guitarra steel, un suave órgano y la voz rasposa de Dylan, y contrasta con el inocuo videoclip tragicómico que Nash Edgerton hizo para la ocasión, que prescinde de las evocaciones ferrocarrileras del tema (lo mejor del clip es la caminata nocturna por las calles de Los Angeles de un Dylan estrafalario junto a unos chicos que parecen salidos de la saga de "Crepúsculo").
AFILADO. "Duquesne Whistle" revela que el autor de "Hurricane" sigue con la pluma afilada y el corazón abierto: "¿No puedes escuchar el silbido del tren de Duquesne / soplando como si el cielo fuera a partirse en dos? / Tú eres la única cosa viva que me mantiene en marcha, / eres como una bomba de relojería en mi corazón, / puedo oír una dulce voz llamando sin cesar, debe ser la madre de nuestra tradición". Un Dylan tan increíble como melancólico, como si estuviera hablando con la mismísima parca. En realidad, este tema fue coescrito junto a Robert Hunter, un conocido letrista de bluegrass y ex miembro de la banda Grateful Dead, con el que Bob Dylan ya trabajó en su álbum "Down in the Groove" (1988) y, sobre todo, en "Together Through Life" (2009).
En el décimo y último track —luego del carrasposo "Pay in Blood", con ecos gospel, de una balada increíble como "Soon After Midnight", del retrato de un pueblo maldito en "Scarlet Town" y "Early Roman Kings", un blues de Chicago a lo Muddy Waters— está "Roll on John", un bello blues con aire de tributo a héroes caídos y dedicado a John Lennon.
Los músicos que acompañaron a Dylan en esta tarea de darle marco con blues y folk a su particular literatura y, sobre todo, a la libertad con la que canta, recita o simplemente narra sus historias sin tiempo, son los mismos músicos que lo han estado acompañando en los últimos años en su extenso periplo por el mundo: el contrabajista Tony Garnier, el baterista George G. Receli, el guitarrista steel Donnie Herron y los guitarristas Charlie Sexton y Stu Kimball, y también, aunque en este caso sólo para las grabaciones en estudio, al gran David Hidalgo, del grupo Los Lobos, en acordeón y violín.
"Tempest" se podrá conocer íntimamente a partir del martes próximo y ya se sabe que llegará soplando como si fuera a borrar del mapa todo el mundo. Se trata, ni más ni menos, de un nuevo regreso de uno de los más grandes protagonistas de la cultura contemporánea occidental.