Los nuevos líderes chinos no la tienen fácil. Las enormes diferencias de ingresos están agravando las tensiones sociales, mientras la contaminación ambiental, del agua y del aire en especial, son caldo de cultivo para la insatisfacción. La clase media china, que hasta ahora disfrutó en silencio de los frutos del boom económico, está empezando a reclamar más apertura y reformas a la clase política comunista.
Gracias a los microblogs, en Internet comienza a formarse por primera vez en la historia china algo así como una opinión pública que mira con lupa a los funcionarios. Incluso hay “ruido” entre los medios de comunicación estatales, y los periodistas se enfrentan a la censura y reclaman más libertad.
La nueva generación de gobernantes, con Xi Jinping al frente del Partido Comunista y Li Keqiang como futuro primer ministro, se enfrenta así a un dilema. Una mayor transparencia o participación harían temblar el monopolio del Partido Comunista. Pero con semejante viento en contra incluso antes de asumir el liderazgo en marzo, los nuevos dirigentes del país quieren tener la iniciativa.
Indice de Gini. Por primera vez en diez años, la Oficina de Estadísticas volvió a publicar el coeficiente de Gini, empleado para medir la desigualdad social. Según los estadistas, entre 2003 y 2008 el coeficiente subió a 0,49, para después caer a 0,47 hasta 2012. Tan sólo hay dos problemas. Por un lado, incluso con esos valores, la desigualdad seguiría siendo elevada, ya que por encima de 0,4 los expertos alertan sobre posible agitación. Y en segundo lugar: nadie se cree esos datos oficiales de China.
Expertos chinos situaron hace ya tiempo en un alarmante 0,6 el denominado “coeficiente Lamborghini”, llamado así en referencia a los superricos. “Personalmente, no creo que los datos sean correctos”, explica el analista Zhang Lifan. Aún así, Zhang considera positiva la publicación del índice. “Muestra una diferencia entre el antiguo y el nuevo gobierno: para unos lo principal era el rendimiento económico, mientras que ahora se antepone la igualdad social”, explica.
Podría ser el inicio de la discutida reforma salarial. “Hay enormes conflictos”, apunta Zhang. “Existe una gran insatisfacción debido al injusto reparto de la renta nacional”, explica. Por eso durante el congreso del PC de octubre pasado se anunció que de aquí a 2020 se duplicarían los sueldos, un importante cometido para el gobierno que se constituirá en marzo.
El smog. La enorme nube de smog que cubre Pekín y otras ciudades caldea también los ánimos contra la cúpula del país. Muchos ancianos y niños tuvieron que ser hospitalizados por problemas respiratorios, cardíacos y circulatorios. Las insuficientes medidas adoptadas de forma apresurada por el gobierno tampoco fueron bien recibidas. En un intento por mitigar los daños, se publicarán los niveles de emisión de sustancias contaminantes, para que cada cual pueda adoptar sus propias medidas de prevención. Además, los nuevos líderes también se comprometieron a endurecer las medidas contra la contaminación del aire, aunque pidieron paciencia al respecto.
No hay duda de que China está siendo víctima de su propio éxito, un crecimiento desmedido a costa del medio ambiente que choca con sus propios límites. “Hay tanta insatisfacción porque la gente es consciente de la amenaza para su vida”, apunta Zhang. La contaminación “nunca había sido de estas dimensiones”, coincide el politólogo Wu Qiang, de la universidad Qinghua. Hasta los círculos más conservadores reclaman ahora reformas políticas para poder enfrentarse a los grupos de interereses y empresas estatales que se interponen a la lucha contra la contaminación.
Lucha de pocos. Pero mientras el movimiento de defensa del medio ambiente gana adeptos, no lo consigue tanto la exigencia de libertad de prensa. La reciente sublevación contra los órganos de censura del semanario “Nanfang Zhoumo” y las consiguientes manifestaciones de periodistas y adherentes son casos aislados, aunque lo ocurrido despertó la solidaridad en otros periódicos. Según Wu, “son más bien los activistas, los trabajadores de los medios y usuarios de Twitter los que se comprometen con la libertad de prensa”, y no la población en general.
Lo que todos tienen claro es que el aparato propagandístico puede hacer pequeñas concesiones pero no está dipuesto a ceder el control sobre la opinión pública. “Es un juego político en el que el poder está distribuido de forma muy desigual”, explica Wu. “Quizás el Partido conceda una pequeña apertura en algunos puntos, para liberar presión y mitigar temporalmente las expectativas”, reflexiona. Pero mientras constate que sólo una minoría respalda las exigencias, “podrá seguir ignorándolas”.