"El gran peligro de la época es reducir toda la estética del cine a las demandas de Hollywood", dijo Ricardo Forster, secretario de la Coordinación Estratégica para el Pensamiento Nacional. Las declaraciones del filósofo, uno de los creadores de Carta Abierta, se dio en el marco de una entrevista exclusiva con La Capital, ofrecida en el reciente 29º Festival Internacional de Cine de Mar del Plata.
Forster acudió al encuentro internacional para anunciar el Ciclo "Imágenes políticas, cine y pensamiento argentino", que consiste en la exhibición de 12 largometrajes y 12 cortometrajes seleccionados para ser proyectados en 2015 en Espacios INCAA y centros del Bicentenario de todo el país.
Distendido, mientras apuraba un cortado en el hall del Hotel Provincial, Forster se mostró con la mejor buena predisposición para hablar del cine vinculado con lo social. Fue crítico con la "pasteurización" que ofrece la industria hollywoodense, pero también fue duro con Juan José Campanella, al que tildó de hacer un cine "pensado en términos de mercado" y fue lapidario hacia el mensaje de "Relatos salvajes". "Es una artificialidad completa", disparó sobre el filme de Damián Szifron.
—Con el cine pasa algo muy fuerte, que es la estandarización o la americanización del gusto y de las estéticas. Por eso siempre es fundamental encontrar las genealogías que tienen que ver con las especificidades, las sociedades y las intenciones, que tienen relación directa y estilística con historias de ese mismo cine, pero pensado desde la perspectiva de las encrucijadas nacionales. Creo que ése es el desafío al que se enfrentan los directores y la industria cinematográfica, y es el que enfrenta cualquier tipo de expresión cultural en un mundo donde la industria de la cultura es cada vez más homogénea, pasteurizada y global. Cada vez más hay que pelear contra ese proceso de aplanamiento y de igualación un poco perversa, y ahí está el gran desafío, que no es nada sencillo.
¿Se puede pensar un cine argentino?
—Creo que en los 90 irrumpe una determinada experiencia del cine argentino, se intentó darle una impronta a la vez de un cierto neorrealismo que analizaba la catástrofe social, como "Pizza, birra y faso", "Mundo grúa", "El bonaerense", todo ese registro. Pero es un sólo registro. Es difícil pensar un cine argentino, habría que pensar en algo de Lucrecia Martel, por ejemplo, y pensar en lo argentino como construcción, en un momento de encrucijada. Allí tenemos una discusión pendiente en tanto lo nacional remite a un montón de tensiones que nos vienen de antes y que no parece que pudiéramos poner en dialéctica.
¿Qué opinión te merece que "Relatos salvajes" se convirtió en un fenómeno popular al pintar la violencia social despegada de una raíz política?
—Creo que es una proyección que los espectadores hacen de sus propios deseos y vivencias. Es tremendamente masiva y se popularizó por el deseo oculto proyectado de cada uno de los espectadores. Son conductas casi calcadas, tienen que ver con una lógica de la idiosincracia, son mitos establecidos, regulados, es una película muy hábil, en ese sentido, muy bien trabajada, tiene ritmo e impacto, y en términos de golpe bajo, que el cine construye cuando es un máximo producto artificial, es una artificialidad completa.
¿No le ves ninguna virtud a la película? En otra época los cines argentinos se llenaban con las películas de Porcel y Olmedo.
—Sí, a su vez tiene una virtud, que es replicar el sentido común, es como cuando un espectador iba a ver una película de Eliseo Subiela, y salía del cine contento con su inteligencia, porque había entendido todo, el saxo, el claro de luna, que es ese cine que te aparenta complejidad, un virtuosismo intelectual, casi a lo Bergman. Pero en realidad es una gran ficción de todo eso, no tiene nada que ver con la posteridad, ni con ese cine que te produce inquietud, que te abre a un mundo abismal. Creo que películas como "Relatos salvajes", que no tiene esa pretensión intelectual, sí tiene la inconfesada pretensión de replicar especularmente el imaginario del sentido común argentino, y ahí tiene un impacto enorme.
Szifron dijo públicamente que no le interesaba bajar línea con la película, ¿se puede hacer un cine que esté dentro de un pensamiento nacional, sin caer en la bajada de línea?
—La Secretaría no tiene ninguna pretensión de proyectar una lógica de contenidos llamada nacional. Creo que eso sería absurdo, sería un error gigantesco imaginar una Secretaría de Estado que tiene como objetivo determinar qué sería cine, literatura o música argentina. La Secretaría lo que debe plantearse es abrir sus espacios para que puedan confluir las diversas corrientes que han conformado la dinámica de aquello que llamamos lo argentino o lo nacional, y por otro lado ser capaces de ponerla en discusión, de discutir el presente, de pensar el pasado, de ver sus articulaciones, pero sin imaginar que hay una argentinidad que está a la espera de que alguien defina cómo se especifica en el término cultural argentino. Sería un error inmenso, el cine es una dinámica de lo impensado, como diría Dante Panzeri sobre el fútbol. A alguien le puede gustar un cine de Pasolini o Bergman, y a la vez el western norteamericano, en el cine es posible todo eso, y hasta te diría que es refrescante y enriquecedor.
Si no fuese así, se podría caer en el gran riesgo de caer en un relato homogeneizado.
—Claro, y en el plano de la política más todavía, si proyectás moralización sobre el arte hacés una bazofia. El arte es experimentación, es a veces jugar con esa zona de lo oscuro, de lo grotesco, de lo impensado, entonces no hay una deriva que vos digas: esto es nacional. Los nazis decían "el arte degenerado" por el arte judío, era el gran arte que produjo la Europa central previo al nazismo, para los nazis era arte degenerado porque no expresaba la germanidad, la tierra, el pueblo, la nación. Nosotros estamos en las antípodas de esa concepción del arte degenerado, es más, queremos mucho arte degenerado, en el sentido de un arte de la diversidad, donde se pueda romper. Para mí el gran peligro de la época es la pasteurización, el gran totalitarismo de la época no es la censura, no es la represión o el comisariato político que podría dictar un régimen dictatorial como Tato en la época de la dictadura. No, el gran peligro de la época es reducir toda la estética del cine, por ejemplo a las demandas de Hollywood, a la reducción de una mercancía intercambiable.
¿Hay algún director argentino que identificás con este tipo de estética?
—Voy a ser un poco brutal, pero nuestro último Oscar, Juan José Campanella, es un maestro argentino en construir todos los lenguajes para llegar a despertar la sensibilidad del espectador, y eso lo aprendió maravillosamente en Hollywood. Todas sus películas, alguna con mayor o menor intensidad, desde "Luna de Avellaneda" hasta "El secreto de sus ojos", tienen un formato, uno va a ver un producto que te permite pasar un momento interesante,hasta con elementos lúdicos, pero uno ya sabe que es es un producto pre-formateado, que está pensado en términos de mercado. Ahí está el gran peligro. Estados Unidos es mucho más que una economía en expansión, es una cultura en expansión. Si ocupa un lugar en el mundo es por la industria cultural estadounidense, y el centro de esa industria cultural ha sido Hollywood, con toda su maravilla también, por eso es lo que es, pero esa industria cultural, lo que hace también es producir un fenómeno de homogeneización. Y contra ese fenómeno habría que generar las condiciones para que los artistas y cineastas sean capaces de atreverse a encontrar un nicho un poco diferente a esa pasteurización. Hay un proceso de homogeneización del gusto y no siempre es a favor de la calidad, en la mayoría de las ocasiones ves un público que cada vez más exige un tipo de cine que no le plantee dificultades, que lo divierta, que lo emocione, pero que no le exija ninguna responsabilidad de interactuar con esa película.