La asunción de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos marca un indudable quiebre en la historia del aún muy joven siglo veintiuno.
La asunción de Barack Obama como presidente de los Estados Unidos marca un indudable quiebre en la historia del aún muy joven siglo veintiuno.
Después de los largos ocho años de gobierno de George W. Bush, el saldo resulta más que problemático para la gran nación del norte y el mundo entero sufre las consecuencias, globalización de por medio. La grave crisis económica y dos guerras en marcha, en Irak y Afganistán, dan forma a un oscuro panorama que la primera potencia del planeta no recordaba haber vivido desde los duros años del crack de 1929.
En aquel momento, fue la providencial intervención de Franklin Delano Roosevelt la que logró, no sin numerosas dificultades, extraer al país del pantano y proyectarlo como líder global después de la Segunda Guerra.
Sobre la figura de Obama, que además es el primer hombre de color que llega a ejercer tan trascendental responsabilidad, pesan similares expectativas. Casi como si fuera un nuevo mesías, sobre su persona se depositan muchas esperanzas.
Ojalá que el flamante mandatario está a la altura del gigantesco desafío que debe afrontar. De su éxito en la tarea, que en cierto sentido implica una refundación cultural de los Estados Unidos, depende mucho más que lo que sucede dentro de las fronteras de su propio país.
La Argentina, cuya relación con EEUU ha sido tradicionalmente difícil, tiene el deber de comprender la magnitud del cambio que se está produciendo y reubicar las piezas sobre el tablero por fuera de todo prejuicio.