Hace cuarenta años, el 16 de julio de 1973, las calles de Rosario se tiñeron de blanco. Una intensa nevada cambió la imagen de la ciudad y se quedó para siempre en el recuerdo de quienes vivieron ese extraño fenómeno meteorológico. En Fisherton, en el centro, en la zona sur, en todos los barrios la alegría se mezcló con la sorpresa y dio lugar a instantáneas que no se repitieron.
A las 10.45 de la mañana de ese lunes los rosarinos fueron sorprendidos por lo que empezó siendo una ligera aguanieve para convertirse después en nieve, la de verdad, la que cae y se queda y se acumula gorda, blanca y fofa.
Las crónicas del día después contaron que el fenómeno abarcó toda la ciudad y que se extendió a las zonas aledañas, registrando especial intensidad en Firmat y Cañada de Gómez.
Dentro de Rosario, la mayor cantidad cayó en el barrio de Fisherton, donde varios centímetros de nieve se acumularon por todos lados y donde los chicos salieron a la calle a jugar en esa Bariloche que de repente se había aparecido en los jardines de las casas.
Los rosarinos, sorprendidos, aprovecharon el momento acaso impulsados por la idea, cierta hasta hoy, de que nunca más iban a ver nevar en la ciudad. Armaron muñecos, se tiraron bolas de nieve, jugaron con los copos que se acumulaban en los autos, sacaron todas las fotos que pudieron. Se encargaron de cumplir con todos los clichés que exigía el acontecimiento.
No ha vuelto a nevar hasta ahora. Amagó en 2007, cuando un 9 de julio que también fue lunes se despertó generoso de nieve en todo el centro del país menos en Rosario, donde lo único que llegó fue una mera llovizna helada, decepcionante y amarreta que dejó a los rosarinos mirando por tevé cómo los porteños armaban trineos en las barrancas de las autopistas.
Es difícil imaginarse que vuelva a nevar en Rosario. Quedan las fotos, los recuerdos, los cuentos de los que lo vivieron, la anécdota que de tanto contarse se va adornando y se exagera. Lo que no se exagera, tal vez, es que antes hacía más frío.