Lauro Campos dijo hace varios años que intentaría tomar distancia del teatro. Pero después de casi seis décadas, no sólo se ríe por no haber podido cumplir, sino que sigue en actividad con el entusiasmo de siempre. Ahora vuelve a escena con el unipersonal “Lauro cuenta Andrónico” en el que quiso hablar de “la paz y la concordia” y que estrena hoy en la sala Cultural de Abajo. Lo hace a través de una adaptación de “Tito Andrónico”, uno de los textos más violentos de Shakespeare. Campos, que se declara pacifista, quiso demostrar la inutilidad de toda violencia. Lo hace de manera personal: como una charla con invitados, intercalando los textos del Bardo y subrayando ironías. “Me di cuenta que a lo largo de mi vida, en 57 años de teatro, 40 años en el Tribunal, 47 años de matrimonio, que el humor siempre me ha salvado. Siempre”.
—Hace unos años dijo que se despedía pero sigue trabajando...
—Vendría a ser como Mirtha Legrand (risas) Yo tengo la edad. Yo no iba a hacer más nada. En realidad no tenía más ganas de dirigir por el momento. Había escrito una versión de “Titus Andronicus”, de Shakespeare, pero en unipersonal. Siempre cometo la torpeza de mostrar con mucho entusiasmo lo que escribo (ríe)... Se lo mandé a Quico Saggini y a mi hija Paula. Al día siguiente se abre la puerta de mi departamento, entra mi hija y me dice “¡esto lo tenés que hacer, y lo tenés que hacer así!”. Y Quico me dijo que si lo iba a dirigir Paula quería codirigirla. La nena viajó todo el año a Buenos Aires para hacer su su diplomatura. La verdad que no pudo ocuparse, así que la dirección la tomó Quico, y Juan Vidoletti se sumó con las luces y puso la sala a disposición. Finalmente salió un juego maravilloso, como deleite y disfrute personal. Hacía mucho tiempo que no me encendía con el teatro como con “Andrónico”.
—¿Por qué? ¿Que características reunía este texto?
—A lo mejor porque me estaba llamando el escenario de nuevo. En realidad me gusta decir lo que digo, y cómo me ha dirigido Quico. Es muy meticuloso, muy respetuoso. Admiró lo logros, me planteó otras cosas y yo las intenté hacer porque soy muy obediente a la hora de que me dirija otra persona.
—¿No es conflictivo que un director dirija a otro director?
—Mucha gente me dice eso, pero para nada, fue un montaje con una paz espectacular. Mi pensamiento va muy de Mahatma Gandhi a la paz predicada por el cristianismo, admiro a Martin Luther King, a toda la gente que ha hecho del pacifismo una forma de vida.
—¿Por qué se decidió por una de las obras más violentas de Shakespeare?
—Porque en la obra queda demostrado con la moraleja que tiene Shakespeare que la violencia no sirve para nada, solamente destruye, envenena el alma y el corazón y destruye la vida. Y esto queda demostrado en el juego que hago. La edad para el personaje la tengo, pero no tengo aspecto de militar romano, para nada, ni en mi modo ni mi cuerpo. Entonces hicimos “Lauro cuenta Andrónico”, donde yo soy Lauro, que cocino una comida que después come la gente, y cuento esta historia, y les cuento que es un conjuro de la naturaleza humana contra este hombre. En el Renacimiento la cosa era así, el hombre como lobo del hombre. Lo cuento como si se lo contara a mis nietos, pero al contarlo me transformo y digo el texto de Andrónico. Está contada también con ironía, siempre el tono es irónico.
—¿Cuánto incidió en la elección su profesión de abogado?
—Yo siempre tuve que mediar, sobre todo en minoridad. Eso también me ha dado como un ejercicio de la concordia, y por eso también será que yo tengo tantos amigos que no piensan como yo. Yo soy creyente y creo que la mayoría de mis amigos no lo son. Y me pasa en política, en economía, en filosofía. Todo a pesar de ser muy calentón (risas).
—¿Elegir la comedia fue una decisión en consonancia con la concordia que menciona?
—No de una manera consciente. Sí me di cuenta con el tiempo. Tengo 72 años, y me di cuenta que a lo largo de mi vida, en 57 años de teatro, 40 años en el tribunal, 47 años de matrimonio, que el humor siempre me ha salvado. Siempre. Frente a una situación muy terrible a mi siempre se me ocurre algo que me distancia. También ha tenido mucho que ver la técnica que usé para el teatro. Cuando estudiaba con Inda Ledesema, ella siempre buscaba lo que llamaba “el otro caminito”. Cuánto le debo a esta mujer... Ella decía: “En este momento el personaje pierde un ser querido. ¿Qué hace la gente en ese caso?”. Y todos decían, “lloran”. Y ella, “no siempre, hay otros caminitos”. Y es verdad, hay otros caminitos. Y un camino que a mi sirvió siempre es el del humor. A veces puede resultar muy cruel mi humor, pero bueno... (ríe).
—De hecho Shakespeare escribió grandes tragedias y grandes comedias...
—Sí, es el autor más completo. Esta, por ejemplo, transcurre en la decadencia del Imperio Romano, y al ponerla va demostrando esto que el hombre es lobo del hombre, algo que se dio en toda la historia de la humanidad. Eso sucede cuando se abandona una idea de bien común, de amor al prójimo, de confraternidad, de respeto. Porque a él le tocó vivir una época semejante, donde el poderoso siempre vencía, y el príncipe idealista, como Hamlet u otros protagonistas suyos, son juguetes del destino. Ellos le llaman el destino pero no es el destino de los dioses griegos sino el destino del propio hombre, del poder de los otros.
—Menciona la paz y la concordia. ¿Cómo se siente cuando en realidad el mundo es cada día más violento?
—Me siento muy mal. Pero yo se lo que no hay que hacer. Y trato de hacerlo a nivel personal, y de juntarme con gente tiene mi misma actitud, pero la verdad es que no es tan fácil. Uno se porta bien y espera que los gobernantes también lo hagan, pero hay tantos intereses en juego que estoy seguro que al ser mas santo, si le proponen un vuelto importante, en cualquier sentido, en poder, en gloria, en fama, en dinero, sucumbe porque el mundo está sin valores. Desde que no hay moral, en el sentido de los valores, no de la moralina, sino del respeto, y para empezar el “no matarás”, hay guerras que se gestan por y para mantener intereses.
—Lady Macbeth dice que las cosas que no tienen remedio deberían ignorarse...
—“... y lo que está hecho, hecho está”. Justamente. Ella dice a su marido “vos sos un hombre bueno, no quisieras hacer trampas, pero aceptarías una ganancia ilegítima”. Y eso le pasa a casi todos los hombres. A mi no me pasa... será porque estoy viejo (ríe), o porque siempre tuve otro criterio. Yo he pasado momentos económicos muy duros y siempre con mi mujer lo hemos transformado en alegría. Tenemos unas anécdotas divertidísimas de cuando no teníamos para comer, pero comían nuestro chicos. Pero cuando los chicos decían “no quiero más”, nos abalanzábamos y ahí no había respeto por el que agarraba primero lo que quedaba en el plato. (risas).