"A veces cuando estoy solo, cierro los ojos y siento todavía la aspereza de una ovalada en mis manos y me pasan por la cabeza miles de sensaciones placenteras", cuenta Diego Elías, un tucumano de 38 años, que quedó cuadripléjico en 1994 cuando tenía apenas 19 y la vida se le presentaba como un puñado de sueños. Su historia de vida merece ser leída y, sobre todo, escuchada.
Diego Elías sufrió un accidente durante un partido de rugby, mientras jugaba en las juveniles de Universitario de Tucumán, su club. Fue en un amistoso ante Jockey Club Rosario, en cancha de la U, en el Jardín de la República, cuando su vida tuvo un giro tan inesperado como fatal: quedó cuadripléjico. Como el Dante en la Divina Comedia, Diego descendió hasta el mismo infierno, un lugar en el que por amor a la vida decidió no quedarse. No fue nada fácil. La esencia de la vida es ir siempre hacia adelante y tuvo que luchar mucho y superar distintos obstáculos para trabajar, primero con su rehabilitación y luego con su readaptación a la sociedad.
Sin embargo, Diego no tiene rencores. "Al contrario, el rugby me ayudó a salir adelante, me enseñó todo lo que hoy aplico en la vida. Cuando jugaba y perdía, no había tiempo para lamentarse, teníamos que pensar en el próximo partido. En la vida es lo mismo. No hay tiempo para lamentos, tenés que seguir adelante", comenta.
Tuvo que aprender a vivir solo lejos de su familia cuando debió estar internado algo más de seis meses en Cuba. También tuvo que aprender a superar distintas adversidades, desde físicas hasta económicas. "Con mi papá soñábamos lo mismo", comenta con humor al recordar los tiempos en que vivían en un cuarto muy pequeño en una pensión. "Estuve 13 años encerrado en una habitación y ahora me siento útil", dice Diego, quien a los 31 años decidió estudiar, consiguió una beca y no defraudó a quienes confiaron en él. Y hoy, a los 38, es abogado, escribano y mediador. "No quería ser un estorbo y comencé a estudiar; quería salir adelante", destaca.
Su vida es un claro ejemplo de que, cuando uno quiere, puede alcanzar los objetivos propuestos. Por más difíciles que estos parezcan. Entre el accidente y su presente pasaron muchas cosas, buenas y malas, y hoy las cuenta con orgullo. Siempre junto a su padre, Antonio, un hombre que dejó todo de lado para acompañar a su hijo en su vía crucis ya que su madre, tras el accidente, los abandonó y se fue.
La lucha es su estandarte. Desde siempre: "En el rugby siempre tuve una desventaja física. Cuando jugaba era el más chico, así que tuve que suplir esa diferencia por otro lado. Hoy es lo mismo. Para llegar a algo tengo que esforzarme el triple. Me lo enseñó el rugby y esto me ayudó mucho en mi etapa de rehabilitación", dice Diego añadiendo que "también aprendí mucho cuando llegué a la facultad. Me dieron una gran lección de solidaridad. Después de varios años, me siento con renovadas esperanzas de que todavía hay lugar para los discapacitados".
Ferviente hincha de River en su Tucumán natal, Diego hoy vive su presente pero no olvida lo pasado: El accidente, las operaciones, los tratamientos, los estudios, la profesión. Fue y es un largo camino recorrido con una enorme pasión y, sobre todo, con muchas ganas de vivir y de salir adelante. Por eso Diego es un ejemplo, como también lo es su espíritu de lucha.
"Lo que trato de transmitir es que, aunque a veces uno piensa que todo está perdido, si uno lucha en algún momento se abre una puerta para superar los obstáculos. Siempre hay que pensar que se puede", resume Diego, un hombre a quien vale la pena escucharlo.
"Yo soy una persona normal y cada uno ve en mí lo que quiere", repite Diego sin tener una real conciencia de que su esfuerzo puede y debería ser el ejemplo de muchos.
Esta apasionante vida motivó al periodista Tomás Gray a escribir el libro "Corazón de atleta", la historia de Diego Elías, un hombre que tomó la decisión de honrar la vida.