La convalidación del ascenso del general César Milani a jefe del Ejército marca un signo definitivo e irreversible en la gestión de la presidenta Cristina Fernández de Kirchner. Ella es abogada y sabe que los juristas romanos acuñaron la frase “el que puede lo más, puede lo menos”. Cristina ordenó un enorme sacrificio a sus senadores. Siendo la cabeza de una gestión que hizo mucho pero mucho en estos 10 años por condenar las violaciones a los derechos humanos ordenó levantar ciegamente la mano a favor de un militar denunciado por Abuelas de Plaza de Mayo como partícipe de, al menos, una desaparición durante el Proceso. Pudo más su obcecación y necesidad de ostentar que tiene los números aunque se tratase de un tema vital en su relato de gobierno. Podrá lo menos, sin dudas, en cuestiones poco ideologizadas como la economía, la política exterior o el ejercicio cotidiano del poder.
El silencio de sus legisladores luego de la votación de esta semana fue estruendoso. El contraste se hizo más insoportable cuando la siempre mesurada y racional Nora de Cortiñas dijo que sintió asco por los senadores que actuaron refrendando semejante obediencia debida. Esta abuela de la corriente “Línea fundadora” no es proclive al adjetivo destemplado como Hebe de Bonafini (de paso: ¿el Estado se va a hacer cargo de la estatización de su universidad con la deuda generada por los Shocklender incluida?) ni acostumbra a subir a todos y cada uno de los escenarios oficiales como Estela de Carlotto. Por eso su asco pesó muy fuerte. Ni el locuaz inveterado Aníbal Fernández, ni el neo arrepentido de su kirchnerismo Miguel Pichetto, ni, mirado desde el pago chico, la senadora Roxana Latorre, que también dio su sí, nadie se atrevió a defender la decisión. Le tocó, otra vez, al ministro Agustín Rossi ensayar alguna frase de ocasión prometiendo someterse a la decisión de la justicia si se encuentra culpable al militar en el futuro.
En ese sentido, podría entenderse que se espere un fallo firme que analice las evidentes inconsistencias económicas del ahora jefe del ejército para ostentar el patrimonio que posee. Así debe ser en un estado de derecho. También, formalmente, podría decirse lo propio respecto de las denuncias por presuntas violaciones a los derechos humanos que tramitan desde hace casi 30 años (¡30 años!) en los juzgados federales de Tucumán. Sin embargo, ¿puede Cristina Fernández pasar por alto el planteo judicial de la presidenta de Abuelas de La Rioja que reclama que su hijo, el conscripto Alberto Ledo, desapareció ante la inacción de Milani? ¿Es esto consistente con el decir y hacer del kirchnerismo? ¿Por qué el apuro y la negativa a pensar en otra alternativa? ¿Este general es único e irremplazable?
Se sabe que la presidente desconfía (y con razón) de los servicios de inteligencia que dependen de la política y prefiere recostarse en este aspecto en la tarea de quienes dependen del general de inteligencia. Si este es el motivo del ascenso habrá que concluir que el gobierno nacional hace privilegiar su interna por sobre una denuncia consistente de desaparición de personas. Nada menos.
Puede parecer demasiada extensa la proyección que aquí se hace. Pero si en cuestiones de derechos humanos a este gobierno no le hace ruido la designación de Milani, en el resto no habrá demasiado espacio para escuchar disonancias o cambio de opiniones.
Cambiar sin cambios. Los ánimos de los despachos de la jefatura de gabinete han mutado. De la euforia inicial a partir de la jura de Jorge Capitanich se ha pasado a un desencanto con preocupación. Los colaboradores del chaqueño que enviaban a las redacciones porteñas centenares de informaciones y trascendidos diarias han mutado al casi silencio. El jefe de una de las cámaras de importadores que se reunió esta semana con el ministro coordinador fue gráfico al describirlo: “lo encontré hundido en el sillón de su despacho. Con 10 años más ganados en una semana y desconcertado con el viento en contra que se cosechó en los últimos días”.
Capitanich liquidó una brevísima luna de miel de su cargo cuando comenzaron las insurrecciones policiales en Córdoba. Pagó el costo de no enviar a la Gendarmería aunque él quería hacerlo. Luego trastabilló, con explicaciones inconsistentes y peleas improcedentes por lo autoritarias, con cronistas de información a los que subió, sin sentido, a un ring de pelea de corporaciones. Encima sumó las consecuencias de los cortes de luz masificados en todo el país. Cuando quiso proponer interrupciones programadas del servicio como los santafesinos conocemos de memoria (tanto en gobiernos peronistas como en los 6 años de ausencia de respuesta socialista ni siquiera a la hora de resarcimientos exigidos a los gritos cuando eran oposición), recibió la admonición de Julio de Vido que lo mandó a retractarse. Paradojas de una gestión en donde pesa más el ministro que no honró ni el nombre de su cargo (“Planificación e Infraestructura”) que la realidad de la falta de luz palpable a ojo.
El acuerdo de precios anunciado hace 48 horas también irritó y desilusionó al jefe de gabinete. No hay listado de productos. No hay precios acordados y, todavía, varias cámaras de supermercados anticiparon que ni fueron convocados. Allí los “chinos” y, por supuesto, los representantes del interior nacional siempre postergados. El ministro Kicillof apeló una vez más al control popular de precios queriendo reavivar algo de mística del “Mirar para cuidar”. Mística verbal ya que en lo práctico de nada sirvió ni cuando estaba Guillermo Moreno. Quizá por eso que ayer circulaba fuerte la versión de nuevos cambios de gabinete y funcionarios del primer piso de la casa rosada recordaban que el gobernador chaqueño sólo tiene licencia en su cargo provincial.
Las voces del oficialismo menos dogmático que se escucharon el día de las modificaciones de gabinete que auguraban correcciones en las formas y en el fondo de esta gestión que termina el 10 de diciembre de 2015 han decidido dejar de hablar. Será porque se avecina el tiempo de las fiestas en donde se reduce la actividad pública. O será porque cuando se ve que se insiste en desoír todo comentario que no coincida con la terquedad en temas que son lo más, se sabe que en lo menos hay mucho menos margen. O ninguno.